Un paseo por las calles de nuestra capital despierta -además de la tos y la
irritación de los ojos por la contaminación- algunas curiosidades. ¿Cómo tantos
edificios, verdaderos atentados contra el buen gusto, pueden ser obra de
arquitectos graduados, diplomados y colegiados? ¿Tan mal están las facultades de
arquitectura? ¿Y cómo esos monumentos a la horripilancia obtienen licencias
municipales? ¿No tienen un mínimo conocimiento de la estética quienes las
otorgan?
El factor estético es uno de los tantos que debería guiar al desarrollo
urbano. El paisaje citadino ordenado y agradable también ayuda a que la vida de
los vecinos lo sea, y en cierta manera forja el alma de los vecinos.
Aquí todo se hace para torcer el espíritu. Feo, lúgubre, oscuro, apiñado, sin
un espacio ni para un asomo de verdor.
Lima crece, necesita hacerlo, pues cada vez somos más. No se entiende, sin
embargo, por qué debe hacerlo desordenada y desequilibradamente y sin crearse
grandes y nuevas áreas verdes. Para muestra un botón: lo que iba a ser el parque
más grande de Latinoamérica -el Antonio Raimondi- ha sido dejado de lado por el
inefable ministro del Ambiente, Manuel Pulgar-Vidal, y entregado al sector
Vivienda. El esperado espacio de verdor, a la entrada de Ancón, ya no se
habilitará para el goce estético, la recreación, el contacto con la naturaleza y
la purificación del aire. Ahora será base de un negociado con una buena
coartada: viviendas 'populares' (o sea ratoneras, que enriquecerán solo a su
constructor, y de seguro a un par de malas autoridades). Adiós al intento de
mejoramiento ambiental de la 'Ciudad Jardín' (al oír ese término, no se sabe si
reír o llorar).
Cada día, alguna hermosa casona y sus respectivas áreas verdes -refugio de
aves, mariposas y árboles- son derribadas para darle paso a una serie de
edificios insulsos, cuando no espantosos. Calle tras calle, además, desaparecen
añejos árboles que, por lo menos, ayudarían a tapar las feas fachadas de las
nuevas edificaciones; a las que no se les exige, siquiera, contar con un mínimo
de áreas verdes (ya sea en las azoteas, o en amplias jardineras).
Una de las últimas casas representativas de nuestra ciudad que ha caído, en
nombre del progreso, ha sido la llamada Casa de la Tradición (avenida Salaverry,
número 3052). Construida en 1960 e inaugurada un 18 de enero, día de Lima, por
el doctor César Revoredo Martínez, su propietario, la construcción era un
homenaje al arte, la arquitectura y el peruanismo. Toda ella exaltaba los
valores de la historia y leyenda de nuestro país. En el patio central había una
imitación de la Plaza de Armas como era en 1860, reproducida al más mínimo
detalle: antiguas estatuas representando las estaciones, banquitas de mármol,
faroles, carruajes y la Catedral, con su altar mayor y todo. Allí llegaban
grupos de escolares que salían maravillados con la pequeña Lima dentro de esa
representativa casa limeña, que ya no está. Allí uno se sumergía en lo que fue
nuestra ciudad, una ciudad que cada vez se parece menos a sí misma y a lo que
quiso ser.
Realidades
El cemento reina e impera sobre el verde
- La capital cuenta con apenas unos 3 m2 de área verde por vecino, cuando lo
recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de 8 a 15 m2. Sin
embargo, parques y proyectos de parques se ven alterados, modificados o
simplemente borrados del mapa.
Percepciones
Una capital que genera algo más que rechazo
- El periodista César Hildebrandt escribió: "Lima no es horrible. Lima es
espantosa. Es una de las aglomeraciones más groseras de gente, uno de los
monumentos más enérgicos que el mal gusto haya podido construir". Cada uno sabrá
juzgarla.
El Comercio (Lima), 21 de agosto de 2013
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