En 1974 las revelaciones de The Washington Post sobre el caso Watergate (acoso y escuchas a opositores), hicieron que Richard Nixon renunciase a la presidencia estadounidense.
Ben Bradlee, icónico director de ese medio, decía que los periodistas éramos “los mejores detectores de mentiras”. Hoy, lamentablemente, buena parte de los colegas prefieren difundir mentiras, citar fuentes inexistentes, sea para lograr supuestas primicias, congraciarse con sus directores o demostrar su efímero poder.
El periodismo actual hiede, no busca la verdad, la oculta; no sirve a la comunidad, pretende servirse de ella. Cierta prensa intenta aferrarse a un pasado respetable que no construyeron sus actuales directivos ni periodistas, y se erigen en jueces: sentencian sin pruebas, recurren a la “fuente” clandestina y al pago de “testigos” para inventar verdades con fragmentos de mentiras e información no corroborada. La inmunda marea de tales “noticias” (fake news) y el periodismo cómplice, debilitan a los medios y carcome a la democracia.
El economista Luis García-Miró anotó acertadamente en este diario: “¿alguien piensa que el peruano vive tranquilo tras el asalto perpetrado por unas autoridades democráticas venales que se llevaron centenares de millones de dólares de los contribuyentes cobrando comisiones por otorgar su visto bueno para hacer obra pública?¿[…] esta cólera acabará desembocando en un gran sentimiento de venganza contra la democracia, porque resulta que al amparo de ella unos gobernantes etiquetados de defensores del Estado de Derecho han robado tanto o más que el régimen autoritario en que desembocara el fujimorismo, tras caer prisionero del asesor Montesinos?”.
La mentira infecta a las sociedades y no sirve a quien intenta ocultar sus delitos, porque la verdad es luz que se filtra por mínimas rendijas, podrán enterrarla un rato, pero jamás aniquilarla.
El fenómeno de la “posverdad”, en el que la verdad aparente es más importante que la verdad, le abrió las puertas de la gran prensa a personajes tóxicos, egocéntricos y carentes de toda ética. Así, hoy los medios tradicionales son peligrosos actores políticos, irresponsables e ilegítimos.
El politólogo Carlos Meléndez escribió: “Marcelo [Odebrecht] es el ‘príncipe’ de un holding que terminó corrompiendo a gran parte de la clase política latinoamericana… Su modus operandi convirtió –al menos ante los ojos de la justicia– a partidos en organizaciones criminales [y] contribuyó a una cultura de […] desconfianza crónica”.
Triste es ver, cuánto se parece hoy un añejo diario a Odebrecht.
Martha Meier M. Q.
Diario Expreso, 11 de noviembre de 2017