"Perú país minero". Este extraordinario eslogan acuñado por ese gremio es repetido a diestra y siniestra como verdad absoluta. Hipnotizados por las divisas que generan las exportaciones de minerales, los políticos, periodistas, lobbistas, empresarios y todo hijo de vecino repiten una frase que, la verdad, ya aburre. A estas alturas, lamentablemente, ha calado tan hondo que no queda espacio para la duda ni la reflexión. Quien se atreva a decir que somos algo mucho más grande que un depósito polimetálico es tildado, poco menos, que de terrorista. Sin espacio para la duda, a nadie se le ocurre contabilizar los pasivos ambientales de las operaciones mineras, la ruptura de la paz social ni de las tradiciones milenarias. ¿Nadie se pregunta ya si el Perú es solo un país minero? La respuesta es no, no somos eso, y el precio del oro o del cobre jamás será mayor que el de un país en paz, de compatriotas que confían en la palabra del otro y donde se respetan las diversas cotidianeidades.
¿Es el Perú un país minero? Por supuesto, nadie lo niega. Y lo somos no solo por la abundancia de recursos minerales sino porque los sucesivos gobernantes -especialmente desde los años noventa- tomaron esa ruta simple para captar divisas a corto plazo. Las leyes se dieron para moldear un Perú prioritariamente de exportación mineral. Se relegó todo lo demás. Veamos, somos una potencia en plantas medicinales y bien se pudo apostar por la industria químico-farmacéutica, atraer las inversiones de gigantes como Pfizer, creador de esa pildorita azul de nombre Viagra cuyo secreto -según se dice- es una planta peruana (el huanarpo macho utilizado desde tiempos precolombinos con los mismos fines). Nadie pagó un quinto por llevarse ese conocimiento milenario. Somos también una potencia forestal y podríamos haber desarrollado una gran industria maderera y del diseño de muebles, como Costa Rica o Finlandia. Prácticamente, todos los climas del planeta se dan aquí, así como los más diversos ecosistemas y suelos, lo que nos permitiría ser un emporio agroindustrial. La frase verdadera es que el Perú es un país minero, "también", aparte de: pesquero, turístico, entre otros. Por enterder esto pasa el poder generar un verdadero desarrollo, sostenible en el tiempo, con paz y confianza, para que pueda haber diálogo, sin que a ambos lados de la mesa haya dos personas que se recelan y temen.
Hay que tener algo de cuidado. En nombre de la generación de divisas estamos devaluando todos y cada uno de los símbolos de unidad en un país profundamente diverso culturalmente. Y uno de los principales símbolos de unidad es el paisaje, sus lagunas, sus cerros ceremoniales, sus ríos y selvas. Es justamente allí, donde los diversos respetan lo mismo, que empieza la patria.
A contramano de lo que ocurre en países desarrollados, aquí al vecino de una mina de oro no hay quien le cuente que se enriqueció, que su vida mejoró, que sus campos de cultivo y ganadería son más fértiles y sus fuentes de agua limpias. Frente a los conflictos socioambientales solo queda armonizar visiones y tratar, al menos tratar, de forjar una visión común.
¿Es el Perú un país minero? Por supuesto, nadie lo niega. Y lo somos no solo por la abundancia de recursos minerales sino porque los sucesivos gobernantes -especialmente desde los años noventa- tomaron esa ruta simple para captar divisas a corto plazo. Las leyes se dieron para moldear un Perú prioritariamente de exportación mineral. Se relegó todo lo demás. Veamos, somos una potencia en plantas medicinales y bien se pudo apostar por la industria químico-farmacéutica, atraer las inversiones de gigantes como Pfizer, creador de esa pildorita azul de nombre Viagra cuyo secreto -según se dice- es una planta peruana (el huanarpo macho utilizado desde tiempos precolombinos con los mismos fines). Nadie pagó un quinto por llevarse ese conocimiento milenario. Somos también una potencia forestal y podríamos haber desarrollado una gran industria maderera y del diseño de muebles, como Costa Rica o Finlandia. Prácticamente, todos los climas del planeta se dan aquí, así como los más diversos ecosistemas y suelos, lo que nos permitiría ser un emporio agroindustrial. La frase verdadera es que el Perú es un país minero, "también", aparte de: pesquero, turístico, entre otros. Por enterder esto pasa el poder generar un verdadero desarrollo, sostenible en el tiempo, con paz y confianza, para que pueda haber diálogo, sin que a ambos lados de la mesa haya dos personas que se recelan y temen.
Hay que tener algo de cuidado. En nombre de la generación de divisas estamos devaluando todos y cada uno de los símbolos de unidad en un país profundamente diverso culturalmente. Y uno de los principales símbolos de unidad es el paisaje, sus lagunas, sus cerros ceremoniales, sus ríos y selvas. Es justamente allí, donde los diversos respetan lo mismo, que empieza la patria.
A contramano de lo que ocurre en países desarrollados, aquí al vecino de una mina de oro no hay quien le cuente que se enriqueció, que su vida mejoró, que sus campos de cultivo y ganadería son más fértiles y sus fuentes de agua limpias. Frente a los conflictos socioambientales solo queda armonizar visiones y tratar, al menos tratar, de forjar una visión común.
El Comercio, 12 de noviembre de 2011