El lunes 20 de julio habrán pasado 40 años desde que Neil Armstrong descendió del Apolo XI para dejar su huella indeleble sobre la Luna. Una hazaña de la técnica, un sueño hecho realidad y una verdad constatada: nuestro satélite no era más que un inhóspito y polvoriento paraje.
No era el gran espejo que aseguraban los antiguos persas ni por ella pululaban los inteligentes selenitas “de gruesa piel” que según el astrónomo alemán Johannes Kepler —en su libro “Somnia”— esculpieron los cráteres usándolos de morada para protegerse del ardiente sol.
Los tripulantes del Apolo tampoco vieron a los “hombres murciélago” tan detalladamente descritos en 1835 por el diario “Sun”, de Nueva York. La Luna no era nada parecida a lo que por siglos había tejido la imaginación de los pueblos.
Desde que el ser humano se atrevió a alzar la cabeza para mirar al cielo trató de explicarse esas lucecitas que lo acompañaban por las noches. A través del tiempo descubriría que eran estrellas, satélites, planetas, otros mundos a los que podía llegar si lograba volar. Y así lo hizo y el primer vuelo fue la imaginación.
Si bien la posibilidad real de conquistar el espacio data de mediados del siglo XX, desde tiempos antiguos la llegada a la Luna fue una realidad. En 1635 el aventurero español Domingo González llega hasta ella ayudado por una buena cantidad de gansos salvajes, esto según la novela del inglés Francis Goodwin, “El hombre en la Luna”. Pero los vertiginosos avances de la ciencia y la técnica crearon un nuevo tipo de lector, mucho más acucioso. Los argumentos literarios debían estar —o al menos parecer— sustentados en las nuevas teorías.
Los autores proponen entonces extravagantes métodos de propulsión como la presión de la luz, vibraciones del éter, pócimas antigravitacionales, entre otros. Hasta que en 1865 Julio Verne publica la novela “científico-satírica”: “De la Tierra a la Luna” (convertida en 1903 por Georges Melies en la primera película animada de la historia). En 1870 Verne publica “Alrededor de la Luna”, que consigna al detalle las ocurrencias de un viaje semejante. Ficción que sorprende aún hoy por su gran parecido a la realidad. Verne soñó anticipándose un siglo a la historia. El sueño verniano motivó y guio.
El astronauta ruso Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al espacio, comentó: “Fue Verne quien me guio hacia la astronáutica”. Las grandes conquistas de la humanidad están construidas sobre los sueños que son el impulso para que otros traten, intenten, creen.
Muchos avances científicos y tecnológicos se requirieron para que Armstrong tatuara la Luna con la huella humana. Es bueno no olvidar que en ese satélite que refulge de noche para todos, sin distingo de razas, credo o condición social hay una placa que reza: “Aquí pusieron pie por primera vez en la Luna, hombres procedentes del planeta Tierra, julio 1969 d.C. Venimos en son de paz por toda la humanidad”. Paz, ese sueño por conquistar.
No era el gran espejo que aseguraban los antiguos persas ni por ella pululaban los inteligentes selenitas “de gruesa piel” que según el astrónomo alemán Johannes Kepler —en su libro “Somnia”— esculpieron los cráteres usándolos de morada para protegerse del ardiente sol.
Los tripulantes del Apolo tampoco vieron a los “hombres murciélago” tan detalladamente descritos en 1835 por el diario “Sun”, de Nueva York. La Luna no era nada parecida a lo que por siglos había tejido la imaginación de los pueblos.
Desde que el ser humano se atrevió a alzar la cabeza para mirar al cielo trató de explicarse esas lucecitas que lo acompañaban por las noches. A través del tiempo descubriría que eran estrellas, satélites, planetas, otros mundos a los que podía llegar si lograba volar. Y así lo hizo y el primer vuelo fue la imaginación.
Si bien la posibilidad real de conquistar el espacio data de mediados del siglo XX, desde tiempos antiguos la llegada a la Luna fue una realidad. En 1635 el aventurero español Domingo González llega hasta ella ayudado por una buena cantidad de gansos salvajes, esto según la novela del inglés Francis Goodwin, “El hombre en la Luna”. Pero los vertiginosos avances de la ciencia y la técnica crearon un nuevo tipo de lector, mucho más acucioso. Los argumentos literarios debían estar —o al menos parecer— sustentados en las nuevas teorías.
Los autores proponen entonces extravagantes métodos de propulsión como la presión de la luz, vibraciones del éter, pócimas antigravitacionales, entre otros. Hasta que en 1865 Julio Verne publica la novela “científico-satírica”: “De la Tierra a la Luna” (convertida en 1903 por Georges Melies en la primera película animada de la historia). En 1870 Verne publica “Alrededor de la Luna”, que consigna al detalle las ocurrencias de un viaje semejante. Ficción que sorprende aún hoy por su gran parecido a la realidad. Verne soñó anticipándose un siglo a la historia. El sueño verniano motivó y guio.
El astronauta ruso Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al espacio, comentó: “Fue Verne quien me guio hacia la astronáutica”. Las grandes conquistas de la humanidad están construidas sobre los sueños que son el impulso para que otros traten, intenten, creen.
Muchos avances científicos y tecnológicos se requirieron para que Armstrong tatuara la Luna con la huella humana. Es bueno no olvidar que en ese satélite que refulge de noche para todos, sin distingo de razas, credo o condición social hay una placa que reza: “Aquí pusieron pie por primera vez en la Luna, hombres procedentes del planeta Tierra, julio 1969 d.C. Venimos en son de paz por toda la humanidad”. Paz, ese sueño por conquistar.
El Comercio, 18/07/2009