En términos generales podríamos decir que la Tierra es un cántaro que rebosa agua. Tres cuartas parte del planeta están cubiertas por ella. Pero no todo son buenas noticias, apenas 2,5% es dulce y menos de la mitad de ese porcentaje es de fácil acceso. En pleno siglo XXI más de 1.200 millones de personas —principalmente en América Latina, África y Asia— padecen en mayor o menor grado la escasez del vital recurso del que depende la supervivencia humana, la flora y la fauna, la producción de alimentos, todos los procesos productivos que sostienen la economía y la estabilidad política.
Hace 4.500 años dos ciudades de la antigua Mesopotamia se enfrentaron por los ríos Tigris y Éufrates, al sur del actual Iraq. Es el más antiguo registro de un conflicto relacionado con el agua. Hoy algunos consideran que el acceso a las fuentes de agua dulce será la principal razón de las guerras del siglo XXI. Vamos, digamos que hay quienes consideran que el agua es el “petróleo” de este milenio. Pero el hidrogeólogo Aaron Wolf, director de la base de datos “Conflictos transfronterizos sobre el agua” y profesor de la Universidad de Oregon, Estados Unidos, no lo cree. Sostiene Wolf: “Las guerras por el agua no tienen sentido. Luchando con el vecino no se incrementan las reservas a menos que uno pueda apoderarse de la cuenca hidrográfica del otro y despoblarla sin correr el riesgo de terribles represalias”. Así descarta conflictos armados por este recurso. Ahora bien, habrá que esperar saber qué opina sobre los cambios políticos y sociales derivados del agua de lluvia, según una reciente investigación publicada en la revista “Science”. El prestigioso medio científico acaba de sacar a la luz los resultados de un estudio de los anillos de los árboles en Asia, que ha logrado registrar las sequías ocurridas en esa región en los últimos mil años y, además, trazar un paralelo con complejos acontecimientos históricos.
Las lluvias del monzón asiático garantizan el alimento a casi media población mundial, su ausencia es sinónimo de hambruna. Los anillos de los árboles revelaron cuatro grandes sequías. Una significó el ocaso de la dinastía Ming en 1644; otra —entre 1756 y 1768— precipitó el colapso de los reinos de lo que son hoy Vietnam, Myanmar y Tailandia. Desde hace buen tiempo los historiadores especulaban que el clima podría haber estado relacionado con los abruptos sucesos políticos simultáneos en esos tres reinos (hasta este estudio no existía registro histórico de esta gran sequía).
La investigación, sin duda, contribuirá para que los historiadores, sociólogos, politólogos y antropólogos comprendan mejor cómo los asuntos ambientales afectan el devenir de la historia, generando profundas transformaciones sociales y políticas. Un campanazo también para cuidar un recurso fundamental y, al mismo tiempo, vislumbrar qué puede traernos el cambio climático.
Hace 4.500 años dos ciudades de la antigua Mesopotamia se enfrentaron por los ríos Tigris y Éufrates, al sur del actual Iraq. Es el más antiguo registro de un conflicto relacionado con el agua. Hoy algunos consideran que el acceso a las fuentes de agua dulce será la principal razón de las guerras del siglo XXI. Vamos, digamos que hay quienes consideran que el agua es el “petróleo” de este milenio. Pero el hidrogeólogo Aaron Wolf, director de la base de datos “Conflictos transfronterizos sobre el agua” y profesor de la Universidad de Oregon, Estados Unidos, no lo cree. Sostiene Wolf: “Las guerras por el agua no tienen sentido. Luchando con el vecino no se incrementan las reservas a menos que uno pueda apoderarse de la cuenca hidrográfica del otro y despoblarla sin correr el riesgo de terribles represalias”. Así descarta conflictos armados por este recurso. Ahora bien, habrá que esperar saber qué opina sobre los cambios políticos y sociales derivados del agua de lluvia, según una reciente investigación publicada en la revista “Science”. El prestigioso medio científico acaba de sacar a la luz los resultados de un estudio de los anillos de los árboles en Asia, que ha logrado registrar las sequías ocurridas en esa región en los últimos mil años y, además, trazar un paralelo con complejos acontecimientos históricos.
Las lluvias del monzón asiático garantizan el alimento a casi media población mundial, su ausencia es sinónimo de hambruna. Los anillos de los árboles revelaron cuatro grandes sequías. Una significó el ocaso de la dinastía Ming en 1644; otra —entre 1756 y 1768— precipitó el colapso de los reinos de lo que son hoy Vietnam, Myanmar y Tailandia. Desde hace buen tiempo los historiadores especulaban que el clima podría haber estado relacionado con los abruptos sucesos políticos simultáneos en esos tres reinos (hasta este estudio no existía registro histórico de esta gran sequía).
La investigación, sin duda, contribuirá para que los historiadores, sociólogos, politólogos y antropólogos comprendan mejor cómo los asuntos ambientales afectan el devenir de la historia, generando profundas transformaciones sociales y políticas. Un campanazo también para cuidar un recurso fundamental y, al mismo tiempo, vislumbrar qué puede traernos el cambio climático.
El Comercio, 24 de abril de 2010