Ayer se ha recordado el centenario del nacimiento del oceanógrafo, explorador, inventor, oficial naval y documentalista francés Jacques Cousteau (1910-1997). Este hombre se sumergió en todos los mares, recorrió la mayoría de ríos, llegó hasta un nevado arequipeño para enseñarle al mundo dónde nacía el Amazonas y alguna vez dijo: “La felicidad de la abeja y la del delfín es existir. La del ser humano es descubrir esto y maravillarse por ello”. Cousteau dedicó su vida a recordarnos que “el mar, el gran unificador, es la única esperanza del hombre. Ahora, más que nunca, aquella vieja frase tiene un sentido literal: estamos todos en el mismo barco”.
¿Qué diría el comandante frente a lo ocurrido en el Golfo de México, la mayor tragedia ecológica jamás registrada? Desde hace casi dos meses más de cuarenta mil barriles de petróleo diarios —recién ahora se sabe la cifra exacta— fluyen desde el fondo marino por la desidia de la British Petroleum y el relajo ambiental del gobierno de Barack Obama. Ese petróleo mata todo a su paso y genera pérdidas multimillonarias a los pescadores artesanales y a la industria turística de al menos tres estados. Las autoridades estadounidenses han solicitado, por segunda vez en menos de un mes, ayuda urgente a la Unión Europea (UE) ante el evidente fracaso de sus esfuerzos por contener el imparable chorro de crudo. Y todo esto a días de haberse “celebrado” el Día Mundial de los Océanos, bajo el lema “Nuestros océanos: oportunidades y desafíos”, lo que francamente a estas alturas suena a broma de mal gusto.
En la coyuntura de preocupación mundial por la gravedad de lo ocurrido en el Golfo de México el Gobierno Peruano ha aprobado la exploración petrolera frente a las playas limeñas (desde Huacho a Cañete). “Muchas personas atacan al mar, yo le hago el amor”, decía poéticamente Cousteau y nuestro queridísimo gobierno, sin dosis alguna de poesía y más bien con alevosía, viola abiertamente nuestro mar, amenaza nuestra tranquilidad playera y prepara un escenario en el que puede desembocarse un desastre mayor que el generado por la British Petroleum en aguas estadounidenses.
¿Ante esa tragedia ecológica, la más grande de la historia, no era lógica una moratoria para tales actividades, habida cuenta de que nuestra costa central es un área altamente sísmica? Pero como bien decía el explorador francés: “La gente protege aquello que ama”, y estos son, lamentablemente, tiempos de desamores y dolores.
Pero la naturaleza se comunica constantemente y solo hay que tener el corazón abierto para entenderla. Ayer, como poderoso símbolo de la agonía de los océanos, una ballena jorobada (yubarta) de 25 toneladas y algo más de diez metros, yacía muerta en la orilla de la playa de Jones Beach, Nueva York, muy lejos de la zona del desastre petrolero. Quienes la vieron no deben haber podido pasar por alto su poderoso mensaje.
¿Qué diría el comandante frente a lo ocurrido en el Golfo de México, la mayor tragedia ecológica jamás registrada? Desde hace casi dos meses más de cuarenta mil barriles de petróleo diarios —recién ahora se sabe la cifra exacta— fluyen desde el fondo marino por la desidia de la British Petroleum y el relajo ambiental del gobierno de Barack Obama. Ese petróleo mata todo a su paso y genera pérdidas multimillonarias a los pescadores artesanales y a la industria turística de al menos tres estados. Las autoridades estadounidenses han solicitado, por segunda vez en menos de un mes, ayuda urgente a la Unión Europea (UE) ante el evidente fracaso de sus esfuerzos por contener el imparable chorro de crudo. Y todo esto a días de haberse “celebrado” el Día Mundial de los Océanos, bajo el lema “Nuestros océanos: oportunidades y desafíos”, lo que francamente a estas alturas suena a broma de mal gusto.
En la coyuntura de preocupación mundial por la gravedad de lo ocurrido en el Golfo de México el Gobierno Peruano ha aprobado la exploración petrolera frente a las playas limeñas (desde Huacho a Cañete). “Muchas personas atacan al mar, yo le hago el amor”, decía poéticamente Cousteau y nuestro queridísimo gobierno, sin dosis alguna de poesía y más bien con alevosía, viola abiertamente nuestro mar, amenaza nuestra tranquilidad playera y prepara un escenario en el que puede desembocarse un desastre mayor que el generado por la British Petroleum en aguas estadounidenses.
¿Ante esa tragedia ecológica, la más grande de la historia, no era lógica una moratoria para tales actividades, habida cuenta de que nuestra costa central es un área altamente sísmica? Pero como bien decía el explorador francés: “La gente protege aquello que ama”, y estos son, lamentablemente, tiempos de desamores y dolores.
Pero la naturaleza se comunica constantemente y solo hay que tener el corazón abierto para entenderla. Ayer, como poderoso símbolo de la agonía de los océanos, una ballena jorobada (yubarta) de 25 toneladas y algo más de diez metros, yacía muerta en la orilla de la playa de Jones Beach, Nueva York, muy lejos de la zona del desastre petrolero. Quienes la vieron no deben haber podido pasar por alto su poderoso mensaje.