En el Perú funge de presidente del directorio de un medio de comunicación un comprobado delincuente de cuello y corbata, salvado por la campana, es decir gracias por el tiempo transcurrido y con ello la “prescripción”. Sin sentencia firme pasa por honesto estando su nombre en un documento que consigna todos sus delitos. La prescripción se ha convertido en el refugio de los maleantes y contribuye al avance de corrupción en todos los ámbitos de la vida nacional tan podrida que destierra solo al honrado.
En los últimos días los anti-castañedistas pusieron el grito en el cielo por la prescripción del caso Comunicore. Marisa Glave, congresista izquierdista y ex regidora villaranista revocada, dijo así: “Una vez más, el sistema judicial demuestra que no quiere combatir a la corrupción, es una vergüenza que apliquen la prescripción en este tema”. Perdón, ¿en este tema, o sea qué en el resto de temas normal no más? Parece que a Glave le ardió simplemente no poder seguir lanzándole inmerecido lodo al alcalde Luis Castañeda Lossio.
La figura legal de la prescripción está prostituida, los leguleyos y legisladores deberían ver qué hacer con ella pues hoy es arma perversa y obstáculo en la lucha anticorrupción. En el mejor de los casos crea dudas sobre presuntos ilícitos y en el peor deja evidencia detallada de los delitos y los nombres de quienes efectivamente los perpetraron, pero que gracias al tiempo transcurrido se libraron de sanción.
Algunos creen que prescripción es sinónimo de absolución, muy por el contrario: la prescripción no es otra cosa que un certificado de mala conducta. Ahora bien ¿puede creerse en la honestidad de quien deja su nom bre tiznado porque sabe que no puede demostrar su inocencia? ¡No! ¿Debe el prescrito tener los mismos derechos que el honorable? Yo creo que no, esos deberían tener ciertas limitaciones y ser inelegibles para cargos, sean públicos o privados. Lo digo desde los más profundo de mi honestidad, algo que para las élites es peor que la caracha.
Zavalita, el personaje de Vargas Llosa se preguntó “¿en qué momento se jodió el Perú?”, difícil saberlo, pero seguramente fue el mismo día en que buena se perdió la vergüenza a falta de sanciones morales.
En “Ethica Nicomachea” (Ética a Nicomaco) Aristóteles sostiene que “Una cosa vergonzosa sólo es capaz de hacerla un corazón viciado. Pero si alguno que por naturaleza es capaz de cometer un acto de este género, cree que sólo por el hecho de ruborizarse de ello es ya un hombre de bien, incurre en un gran absurdo”. Dicho esto, la prescripción es por lo general un tremendo absurdo, cuando no una abominación.
Martha Meier M.Q.
Expreso, 04 de febrero de 2016