Hay un extraño convencimiento de que la pena de muerte solucionará la creciente violencia que asfixia a la sociedad contemporánea; violencia que en el Perú se manifestó horrendamente: desde el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA hasta el descuartizamiento del colega José Yactayo, pasando por la reciente violación perpetrada por un padre contra su propia bebé.
Aniquilar a esa escoria tienta, pero el remedio resulta peor que la enfermedad porque envilece. De hecho, hay casos específicos y puntuales en los que la pena de muerte podría justificarse como excepción, pero jamás como norma: ¿merece vivir el padre que violó a su bebé? ¡No! ¿Evitará eso que otros padres hagan lo mismo? ¡Tampoco!, pero al menos la sociedad enviará una señal clara de que esas inconductas son intolerables.
Para desgracia de todo nuestro estado de bienestar, la civilización y su encumbramiento se construyeron justamente violando el quinto mandamiento: “No matarás”. Ríos de sangre se desbordaron para llegar al siglo XXI atravesando revoluciones, guerras, independencias e imposiciones de modelos económicos.
La notable y lúcida escritora belga Marguerite Yourcenar (nacida de Crayencour) plasmó una verdad difícil de aceptar: “No matarás. Toda la historia, de la que nos sentimos tan orgullosos, es una perpetua infracción a esa ley”.
Asimilar que la cultura occidental no es más que una sucesión de sangrías al “quinto mandamiento” duele, pero es verdad. Por eso el debate sobre la pena de muerte debe ser desapasionado, frío, y no alterado por la coyuntura inmediata.
La indignación y asqueo no son buenas consejeras para plantear políticas de Estado y algo similar ocurre con el tema de la violencia contra las mujeres, que a toda persona de bien subleva e indigna. Por más que despreciemos los abusos del poder machista, patriarcal y misógino, no es dable lanzar desde la orilla mujeril todo tipo de amenazas generalizadoras contra los hombres y su “distintivo”: el miembro viril. “Pasémoslos por la trituradora” dicen algunas; “cortémosles manos y lenguas”, dicen indignadas otras, como si la gran mayoría no fuéramos hijas de hombres buenos y decentes: “patriarcas” capaces de usar sus propias manos a quienes dañaron a sus hijas e hijos.
A los medios de comunicación, a los colegas periodistas y a las autoridades compete mostrar respeto no solo por las mujeres sino por lograr que en todas las esferas se respete el “no matarás” y respetarás a todos por igual.
Martha Meier M.Q.
Diario Expreso, 04 de noviembre de 2017