Como baldazo de agua fría —helada más bien diríase— le ha caído a la progresía mapocha que el emblemático y tantas veces premiado escritor chileno Jorge Edwards (1931) declare que apoya al derechista Sebastián Piñera.
“Siempre en mi vida voté por la izquierda o por la centroizquierda, por el no a la Constitución de 1980, por el no a Pinochet, por la Concertación, pero ahora, por una vez, en la coyuntura chilena de hoy, me siento obligado a cambiar. Lo hago a conciencia, después de meditarlo bien, y sin la menor hipocresía”, anunció Edwards en su columna del diario “La Segunda” (18 /12/2009), publicada en El Comercio (03/01/2010). Y en menos que canta un gallo le llovieron críticas de todo calibre desde un sector que intenta permanecer en el poder (como Evo, como Chávez, como tanto se le critica al ex presidente Fujimori).
En nombre de la “transición” de la dictadura militar hacia la democracia y satanizando constantemente a Pinochet (juzgado, ya muerto y enterrado), la Concertación excluye la posibilidad de otras opciones. En Chile “la” democracia es la Concertación, punto. Quien piense lo contrario es un traidor, un pinochetista o el cuco disfrazado. Así de simple. Lo que fue una coalición de fuerzas democráticas, el cambio necesario que recuperó las libertades y derechos pisoteados por la dictadura militar y oxigenó a toda una generación, se parece cada vez más al PRI (Partido Revolucionario Institucionalizado) que gobernó México, nada más y nada menos, que durante siete décadas. Eran ellos o nadie. Un poquito así empiezan a ponerse las cosas en Chile.
Se dice —como verdad absoluta— que “la permanencia en el poder corrompe y que la alternancia es la esencia de la democracia”. Parece que allá como acá tal convicción depende de si se está o no en el poder. Edwards explica que “en una democracia moderna, desarrollada, la posibilidad real de alternancia en el poder es decisiva. De lo contrario, la sociedad estaría formada por ciudadanos que pueden gobernar y por otros que no pueden, vale decir, ciudadanos de primera clase o de segunda [...] esta tendencia a creerse dueños del llamado progresismo, a arroparse, contentos y felices, en las banderas del pensamiento políticamente correcto, es un vicio ideológico, una tara del siglo XX que todavía, entre nosotros, no desaparece del todo [...] la palabra “izquierda” se ha transformado en una palabra mágica, una especie de escudo moral y mental”.
Tras dos décadas en el poder parece que la Concertación empieza a sentirse dueña del Estado y se desliza lenta y sutilmente hacia el autoritarismo. Lo advierte quien estuvo tan cerca del presidente socialista Salvador Allende como para ser su embajador en Cuba (duró poco por sus críticas a la dictadura isleña); lo dice quien fue secretario de la embajada chilena en París bajo las órdenes del poeta Pablo Neruda; lo siente quien tras el golpe del general Pinochet se exilió en Barcelona y volvió a Chile solo para fundar el Comité de Defensa de la Libertad, apoyar decididamente a las fuerzas democráticas a abrirse paso, a esa Concertación que le empieza a oler mal, muy mal.
“Siempre en mi vida voté por la izquierda o por la centroizquierda, por el no a la Constitución de 1980, por el no a Pinochet, por la Concertación, pero ahora, por una vez, en la coyuntura chilena de hoy, me siento obligado a cambiar. Lo hago a conciencia, después de meditarlo bien, y sin la menor hipocresía”, anunció Edwards en su columna del diario “La Segunda” (18 /12/2009), publicada en El Comercio (03/01/2010). Y en menos que canta un gallo le llovieron críticas de todo calibre desde un sector que intenta permanecer en el poder (como Evo, como Chávez, como tanto se le critica al ex presidente Fujimori).
En nombre de la “transición” de la dictadura militar hacia la democracia y satanizando constantemente a Pinochet (juzgado, ya muerto y enterrado), la Concertación excluye la posibilidad de otras opciones. En Chile “la” democracia es la Concertación, punto. Quien piense lo contrario es un traidor, un pinochetista o el cuco disfrazado. Así de simple. Lo que fue una coalición de fuerzas democráticas, el cambio necesario que recuperó las libertades y derechos pisoteados por la dictadura militar y oxigenó a toda una generación, se parece cada vez más al PRI (Partido Revolucionario Institucionalizado) que gobernó México, nada más y nada menos, que durante siete décadas. Eran ellos o nadie. Un poquito así empiezan a ponerse las cosas en Chile.
Se dice —como verdad absoluta— que “la permanencia en el poder corrompe y que la alternancia es la esencia de la democracia”. Parece que allá como acá tal convicción depende de si se está o no en el poder. Edwards explica que “en una democracia moderna, desarrollada, la posibilidad real de alternancia en el poder es decisiva. De lo contrario, la sociedad estaría formada por ciudadanos que pueden gobernar y por otros que no pueden, vale decir, ciudadanos de primera clase o de segunda [...] esta tendencia a creerse dueños del llamado progresismo, a arroparse, contentos y felices, en las banderas del pensamiento políticamente correcto, es un vicio ideológico, una tara del siglo XX que todavía, entre nosotros, no desaparece del todo [...] la palabra “izquierda” se ha transformado en una palabra mágica, una especie de escudo moral y mental”.
Tras dos décadas en el poder parece que la Concertación empieza a sentirse dueña del Estado y se desliza lenta y sutilmente hacia el autoritarismo. Lo advierte quien estuvo tan cerca del presidente socialista Salvador Allende como para ser su embajador en Cuba (duró poco por sus críticas a la dictadura isleña); lo dice quien fue secretario de la embajada chilena en París bajo las órdenes del poeta Pablo Neruda; lo siente quien tras el golpe del general Pinochet se exilió en Barcelona y volvió a Chile solo para fundar el Comité de Defensa de la Libertad, apoyar decididamente a las fuerzas democráticas a abrirse paso, a esa Concertación que le empieza a oler mal, muy mal.
El Comercio, 09 de enero de 2010