Misión fundamental de un medio de comunicación y de sus periodistas es ser, desde sus páginas o pantallas, guardianes de la libertad individual y colectiva. La libertad es, finalmente, la razón de ser del sistema democrático, ese sistema que nos asegura derechos civiles y ciudadanos para una convivencia armoniosa con posibilidades de progreso y de elegir a nuestras autoridades.
En ese sentido, compete al equipo humano que forman los medios sacar a la luz los engaños de esas mismas autoridades o de quienes aspiran a serlo. En tiempos electorales hay que estar más atentos que nunca para no seguirle el juego a las agendas propagandísticas de los publicistas de los candidatos. Un medio tiene la obligación de decir la verdad siempre, con pluralidad, sin medias tintas, sesgos ni tapujos. Guste o no, la verdad y la transparencia son base de la libertad y con ello del sistema democrático en que la gran mayoría de peruanos y peruanas aspiramos a vivir y legar a nuestros hijos e hijas.
Compete a los directores de los medios así como a los periodistas asumir con responsabilidad este rol de guardianes de la libertad, basada en la verdad, y no caer en cálculos politiqueros ni componendas. Vergonzante sería enterarse, por ejemplo, de que un director de un medio o algún periodista, a la luz se erigiera como adalid de la libertad de expresión mientras que a la sombra visitase embajadas de potencias extranjeras para tratar de conspirar contra tal o cual candidato. Desde estas páginas condenamos esa doble moral que atenta, principalmente, contra nuestra soberanía nacional y atropella el derecho legítimo que asiste a la ciudadanía de elegir al candidato o candidata de su preferencia, luego de haber recibido de los medios la información adecuada y oportuna sobre los planes de gobierno.
Condenamos esa doble moral, porque pudre la esencia del periodismo, que no es otra que orientar e informar y no pretender poner o quitar presidentes, siguiendo agendas particulares, amicales o internacionales. Quienes en la sombra han actuado así no tienen autoridad moral para dictar cátedra sobre aquello que ellos mismos corrompieron.
Un medio, sus periodistas y colaboradores, por supuesto, están en el legítimo derecho de tener una orientación, la que se refleja en su página editorial. Asimismo, por el derecho a la información que asiste a sus lectores, tiene el reto de difundir opiniones diversas, en un sano ejercicio de pluralidad, abrir el abanico informativo para que los electores ejerzan su voto conociendo los datos, argumentos y diversas posturas que los lleven a decidir racionalmente. Por eso reiteramos el rechazo a la inconducta de aquellos directores y periodistas que hayan sido capaces de buscar la intromisión de países extranjeros en la política nacional.
Consideramos que la libertad de expresión justamente debe ser utilizada para desterrar del todo lo que John Arbuthnot (1667-1735) llamó el “arte de la mentira política”. Para eso estamos aquí, para arrancarla de raíz. Hay que estar muy atentos a los distintos tipos de mentira –que acertadamente catalogó Arbuthnot en su opúsculo–; mentiras utilizadas por políticos, asesores y, algunas veces, por periodistas cegados por sus propios intereses y prejuicios.
Estas son las “mentiras por aumento”, que le dan a un determinado personaje mayor reputación de la que le corresponde, con la intención de ponerlo en condiciones de servir a determinado buen fin o propósito (muy usada por los asesores de imagen). La mentira de maledicencia, de detracción, de calumnia o mentira difamatoria, que le arrebata a un gran hombre o mujer una reputación ganada con justeza, por temor a que la use en detrimento del público (muy utilizada entre rivales políticos y entre líderes de opinión con agenda política propia). Y, finalmente, la mentira de “traslación”, que transfiere el mérito o el demérito de una determinada persona a otra.
Desde las páginas de El Comercio estamos abocados a desterrar de nuestra patria la “mentira política” en todas sus formas porque entendemos, como usted, que allí donde la mentira impera no hay libertad, y que la turbidez no puede ni debe acompañar al sistema democrático. La libertad solo es posible si camina de la mano de la verdad.
En ese sentido, compete al equipo humano que forman los medios sacar a la luz los engaños de esas mismas autoridades o de quienes aspiran a serlo. En tiempos electorales hay que estar más atentos que nunca para no seguirle el juego a las agendas propagandísticas de los publicistas de los candidatos. Un medio tiene la obligación de decir la verdad siempre, con pluralidad, sin medias tintas, sesgos ni tapujos. Guste o no, la verdad y la transparencia son base de la libertad y con ello del sistema democrático en que la gran mayoría de peruanos y peruanas aspiramos a vivir y legar a nuestros hijos e hijas.
Compete a los directores de los medios así como a los periodistas asumir con responsabilidad este rol de guardianes de la libertad, basada en la verdad, y no caer en cálculos politiqueros ni componendas. Vergonzante sería enterarse, por ejemplo, de que un director de un medio o algún periodista, a la luz se erigiera como adalid de la libertad de expresión mientras que a la sombra visitase embajadas de potencias extranjeras para tratar de conspirar contra tal o cual candidato. Desde estas páginas condenamos esa doble moral que atenta, principalmente, contra nuestra soberanía nacional y atropella el derecho legítimo que asiste a la ciudadanía de elegir al candidato o candidata de su preferencia, luego de haber recibido de los medios la información adecuada y oportuna sobre los planes de gobierno.
Condenamos esa doble moral, porque pudre la esencia del periodismo, que no es otra que orientar e informar y no pretender poner o quitar presidentes, siguiendo agendas particulares, amicales o internacionales. Quienes en la sombra han actuado así no tienen autoridad moral para dictar cátedra sobre aquello que ellos mismos corrompieron.
Un medio, sus periodistas y colaboradores, por supuesto, están en el legítimo derecho de tener una orientación, la que se refleja en su página editorial. Asimismo, por el derecho a la información que asiste a sus lectores, tiene el reto de difundir opiniones diversas, en un sano ejercicio de pluralidad, abrir el abanico informativo para que los electores ejerzan su voto conociendo los datos, argumentos y diversas posturas que los lleven a decidir racionalmente. Por eso reiteramos el rechazo a la inconducta de aquellos directores y periodistas que hayan sido capaces de buscar la intromisión de países extranjeros en la política nacional.
Consideramos que la libertad de expresión justamente debe ser utilizada para desterrar del todo lo que John Arbuthnot (1667-1735) llamó el “arte de la mentira política”. Para eso estamos aquí, para arrancarla de raíz. Hay que estar muy atentos a los distintos tipos de mentira –que acertadamente catalogó Arbuthnot en su opúsculo–; mentiras utilizadas por políticos, asesores y, algunas veces, por periodistas cegados por sus propios intereses y prejuicios.
Estas son las “mentiras por aumento”, que le dan a un determinado personaje mayor reputación de la que le corresponde, con la intención de ponerlo en condiciones de servir a determinado buen fin o propósito (muy usada por los asesores de imagen). La mentira de maledicencia, de detracción, de calumnia o mentira difamatoria, que le arrebata a un gran hombre o mujer una reputación ganada con justeza, por temor a que la use en detrimento del público (muy utilizada entre rivales políticos y entre líderes de opinión con agenda política propia). Y, finalmente, la mentira de “traslación”, que transfiere el mérito o el demérito de una determinada persona a otra.
Desde las páginas de El Comercio estamos abocados a desterrar de nuestra patria la “mentira política” en todas sus formas porque entendemos, como usted, que allí donde la mentira impera no hay libertad, y que la turbidez no puede ni debe acompañar al sistema democrático. La libertad solo es posible si camina de la mano de la verdad.
(*) Editorial escrito por Martha Meier Miró Quesada
El Comercio, 16 de abril de 2011