Cada año se desechan más de mil millones de toneladas de alimentos. Países en desarrollo desperdician hasta 45% de su producción agrícola anual
Es falso que en el mundo campee el hambre por falta de alimentos. La comida sobra, sí sobra, pero ocurre que hay exceso en algunos puntos del planeta y escasez en otros. No existe, sin embargo, tal cosa como una escasez mundial de alimentos. Las familias más afortunadas viven sumergidas en la cultura del derroche. ¿Cuántas veces, por ejemplo, compramos más de lo que consumiremos? ¿Cuántas otras desechamos productos vencidos, olvidados en un rincón del refrigerador por meses, hasta que el mal olor nos avisa que algo se pudre? Y en los países desarrollados la cosa es peor. Datos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA, por sus siglas en ingles) dan cuenta de que en 2009, los estadounidenses tiraron a la basura 33 millones de toneladas de alimentos. La cifra global de comida que termina en el tacho es de 1.300 millones de toneladas anuales. Así es que cuando la gerenta general de Cómex, Patricia Teullet, sostiene que se requieren semillas transgénicas para elevar la productividad “por el bien de la humanidad”, está bastante equivocada. Hay alimentos de sobra, como lo ha mencionado el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon: “Hay más que suficiente comida en el planeta para alimentar a todos”.
¿QUÉ PASA ENTONCES?
Si se cuenta con alimentos para todos, ¿por qué el año pasado 925 millones de personas –1 de cada 7– no accedieron a una adecuada nutrición? Varios factores confluyen, entre ellos el mercado y la falta de infraestructura. Los sistemas de distribución locales y globales de frescos es deficiente. En nuestro país, como en otros en desarrollo, los pésimos caminos, la falta de transporte y de almacenamiento adecuado y la ausencia de infraestructura de procesamiento en las zonas de producción llevan a la pérdida de una variada gama de frutas, cereales, tubérculos y otros productos alimenticios. Millares de toneladas se pudren en su vano intento de llegar a los mercados. No puede soslayarse, además, la especulación de precios por la creciente demanda de productos como maíz, soya y caña de azúcar como materia prima para la producción de biocombustibles. No en vano el lema de la FAO para el Día Mundial de la Alimentación –celebrado ayer– ha sido “Precios de los alimentos: de la crisis a la estabilidad”, y Ban Ki-moon ha recordado que para los más pobres que utilizan el “80% de sus ingresos en comida, esto [la volatilidad] puede ser devastador. En 2007-2008, la inflación de los alimentos empujó al hambre a cerca de 80 millones de personas”.
LA PERFECCIÓN
En el desecho de comida entran a tallar, también, las exigencias estéticas de los exportadores y del mercado: millones de toneladas de toda clase de vegetales en perfecto estado se destruyen por la más leve imperfección. Todo tiene que ser bonito para adornar los estantes de los supermercados y estar a la altura de las marcas: nada de choclos retorcidos, manzanas con protuberancias, espinacas descoloridas o lentejas más pequeñitas que el resto. Todo eso… ¡a la basura!
BIEN NUTRIDOS
Garantizar la seguridad alimentaria pasa por la voluntad política de los gobernantes del planeta. Se requieren ajustes para que los cultivos no se pudran en el camino, para que la comida se distribuya eficientemente, para que los especuladores no la tengan fácil y penar a todos aquellos que para mantener altos los precios –ante la sobreproducción– llegan al extremo de verter leche en los ríos o quemar toneladas de pollos, como se ha visto en más de una oportunidad en el Perú. Como escribió el papa Juan Pablo II “El desafío que se plantea a toda la humanidad es, desde luego, de orden económico y técnico, pero más que todo de orden ético-espiritual y político. Es una cuestión de solidaridad vivida, de desarrollo auténtico y de progreso material”.
¿Y a todo esto las semillas transgénicas? Pues nada, nada tienen que ver con “el bienestar de la humanidad” y sí mucho con los intereses de grandes empresas químico-farmacéuticas que pretenden apropiarse, por esa vía, de todo aquello que nos llevamos a la boca, hasta de un simple y humilde choclito.
LA CIFRA
100%
Se incrementaron en el 2007 los precios del arroz, maíz, soya y trigo. Esto llevó a que la desnutrición creciera de 100 a 1.000 millones de personas. El maíz y la soya se dispararon por la creciente demanda de estos para la producción de biocombustibles.
Es falso que en el mundo campee el hambre por falta de alimentos. La comida sobra, sí sobra, pero ocurre que hay exceso en algunos puntos del planeta y escasez en otros. No existe, sin embargo, tal cosa como una escasez mundial de alimentos. Las familias más afortunadas viven sumergidas en la cultura del derroche. ¿Cuántas veces, por ejemplo, compramos más de lo que consumiremos? ¿Cuántas otras desechamos productos vencidos, olvidados en un rincón del refrigerador por meses, hasta que el mal olor nos avisa que algo se pudre? Y en los países desarrollados la cosa es peor. Datos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA, por sus siglas en ingles) dan cuenta de que en 2009, los estadounidenses tiraron a la basura 33 millones de toneladas de alimentos. La cifra global de comida que termina en el tacho es de 1.300 millones de toneladas anuales. Así es que cuando la gerenta general de Cómex, Patricia Teullet, sostiene que se requieren semillas transgénicas para elevar la productividad “por el bien de la humanidad”, está bastante equivocada. Hay alimentos de sobra, como lo ha mencionado el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon: “Hay más que suficiente comida en el planeta para alimentar a todos”.
¿QUÉ PASA ENTONCES?
Si se cuenta con alimentos para todos, ¿por qué el año pasado 925 millones de personas –1 de cada 7– no accedieron a una adecuada nutrición? Varios factores confluyen, entre ellos el mercado y la falta de infraestructura. Los sistemas de distribución locales y globales de frescos es deficiente. En nuestro país, como en otros en desarrollo, los pésimos caminos, la falta de transporte y de almacenamiento adecuado y la ausencia de infraestructura de procesamiento en las zonas de producción llevan a la pérdida de una variada gama de frutas, cereales, tubérculos y otros productos alimenticios. Millares de toneladas se pudren en su vano intento de llegar a los mercados. No puede soslayarse, además, la especulación de precios por la creciente demanda de productos como maíz, soya y caña de azúcar como materia prima para la producción de biocombustibles. No en vano el lema de la FAO para el Día Mundial de la Alimentación –celebrado ayer– ha sido “Precios de los alimentos: de la crisis a la estabilidad”, y Ban Ki-moon ha recordado que para los más pobres que utilizan el “80% de sus ingresos en comida, esto [la volatilidad] puede ser devastador. En 2007-2008, la inflación de los alimentos empujó al hambre a cerca de 80 millones de personas”.
LA PERFECCIÓN
En el desecho de comida entran a tallar, también, las exigencias estéticas de los exportadores y del mercado: millones de toneladas de toda clase de vegetales en perfecto estado se destruyen por la más leve imperfección. Todo tiene que ser bonito para adornar los estantes de los supermercados y estar a la altura de las marcas: nada de choclos retorcidos, manzanas con protuberancias, espinacas descoloridas o lentejas más pequeñitas que el resto. Todo eso… ¡a la basura!
BIEN NUTRIDOS
Garantizar la seguridad alimentaria pasa por la voluntad política de los gobernantes del planeta. Se requieren ajustes para que los cultivos no se pudran en el camino, para que la comida se distribuya eficientemente, para que los especuladores no la tengan fácil y penar a todos aquellos que para mantener altos los precios –ante la sobreproducción– llegan al extremo de verter leche en los ríos o quemar toneladas de pollos, como se ha visto en más de una oportunidad en el Perú. Como escribió el papa Juan Pablo II “El desafío que se plantea a toda la humanidad es, desde luego, de orden económico y técnico, pero más que todo de orden ético-espiritual y político. Es una cuestión de solidaridad vivida, de desarrollo auténtico y de progreso material”.
¿Y a todo esto las semillas transgénicas? Pues nada, nada tienen que ver con “el bienestar de la humanidad” y sí mucho con los intereses de grandes empresas químico-farmacéuticas que pretenden apropiarse, por esa vía, de todo aquello que nos llevamos a la boca, hasta de un simple y humilde choclito.
LA CIFRA
100%
Se incrementaron en el 2007 los precios del arroz, maíz, soya y trigo. Esto llevó a que la desnutrición creciera de 100 a 1.000 millones de personas. El maíz y la soya se dispararon por la creciente demanda de estos para la producción de biocombustibles.
El Comercio, 17 de octubre de 2011