martes, octubre 18, 2011

La gran farsa de la falta de comida



Cada año se desechan más de mil millones de toneladas de alimentos. Países en desarrollo desperdician hasta 45% de su producción agrícola anual

Es falso que en el mundo campee el hambre por falta de alimentos. La comida sobra, sí sobra, pero ocurre que hay exceso en algunos puntos del planeta y escasez en otros. No existe, sin embargo, tal cosa como una escasez mundial de alimentos. Las familias más afortunadas viven sumergidas en la cultura del derroche. ¿Cuántas veces, por ejemplo, compramos más de lo que consumiremos? ¿Cuántas otras desechamos productos vencidos, olvidados en un rincón del refrigerador por meses, hasta que el mal olor nos avisa que algo se pudre? Y en los países desarrollados la cosa es peor. Datos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA, por sus siglas en ingles) dan cuenta de que en 2009, los estadounidenses tiraron a la basura 33 millones de toneladas de alimentos. La cifra global de comida que termina en el tacho es de 1.300 millones de toneladas anuales. Así es que cuando la gerenta general de Cómex, Patricia Teullet, sostiene que se requieren semillas transgénicas para elevar la productividad “por el bien de la humanidad”, está bastante equivocada. Hay alimentos de sobra, como lo ha mencionado el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon: “Hay más que suficiente comida en el planeta para alimentar a todos”.

¿QUÉ PASA ENTONCES?
Si se cuenta con alimentos para todos, ¿por qué el año pasado 925 millones de personas –1 de cada 7– no accedieron a una adecuada nutrición? Varios factores confluyen, entre ellos el mercado y la falta de infraestructura. Los sistemas de distribución locales y globales de frescos es deficiente. En nuestro país, como en otros en desarrollo, los pésimos caminos, la falta de transporte y de almacenamiento adecuado y la ausencia de infraestructura de procesamiento en las zonas de producción llevan a la pérdida de una variada gama de frutas, cereales, tubérculos y otros productos alimenticios. Millares de toneladas se pudren en su vano intento de llegar a los mercados. No puede soslayarse, además, la especulación de precios por la creciente demanda de productos como maíz, soya y caña de azúcar como materia prima para la producción de biocombustibles. No en vano el lema de la FAO para el Día Mundial de la Alimentación –celebrado ayer– ha sido “Precios de los alimentos: de la crisis a la estabilidad”, y Ban Ki-moon ha recordado que para los más pobres que utilizan el “80% de sus ingresos en comida, esto [la volatilidad] puede ser devastador. En 2007-2008, la inflación de los alimentos empujó al hambre a cerca de 80 millones de personas”.

LA PERFECCIÓN
En el desecho de comida entran a tallar, también, las exigencias estéticas de los exportadores y del mercado: millones de toneladas de toda clase de vegetales en perfecto estado se destruyen por la más leve imperfección. Todo tiene que ser bonito para adornar los estantes de los supermercados y estar a la altura de las marcas: nada de choclos retorcidos, manzanas con protuberancias, espinacas descoloridas o lentejas más pequeñitas que el resto. Todo eso… ¡a la basura!

BIEN NUTRIDOS
Garantizar la seguridad alimentaria pasa por la voluntad política de los gobernantes del planeta. Se requieren ajustes para que los cultivos no se pudran en el camino, para que la comida se distribuya eficientemente, para que los especuladores no la tengan fácil y penar a todos aquellos que para mantener altos los precios –ante la sobreproducción– llegan al extremo de verter leche en los ríos o quemar toneladas de pollos, como se ha visto en más de una oportunidad en el Perú. Como escribió el papa Juan Pablo II “El desafío que se plantea a toda la humanidad es, desde luego, de orden económico y técnico, pero más que todo de orden ético-espiritual y político. Es una cuestión de solidaridad vivida, de desarrollo auténtico y de progreso material”.

¿Y a todo esto las semillas transgénicas? Pues nada, nada tienen que ver con “el bienestar de la humanidad” y sí mucho con los intereses de grandes empresas químico-farmacéuticas que pretenden apropiarse, por esa vía, de todo aquello que nos llevamos a la boca, hasta de un simple y humilde choclito.

LA CIFRA
100%
Se incrementaron en el 2007 los precios del arroz, maíz, soya y trigo. Esto llevó a que la desnutrición creciera de 100 a 1.000 millones de personas. El maíz y la soya se dispararon por la creciente demanda de estos para la producción de biocombustibles.


El Comercio, 17 de octubre de 2011

De la editora



Todo homenaje es poco para quien, sin duda, es el poeta vivo más importante de las letras hispanoamericanas contemporáneas. Nuestro Carlos Germán Belli (Lima, 1927) es un alquimista de las palabras: las dosifica, las mezcla, añade y resta mutándolas en otras, como quien gota a gota es capaz de crear un bálsamo sanador. Brillante, tierno, mordaz, desenfadado poeta del cuerpo y crítico sutil de nuestros tiempos: “Yo, mamá, mis dos hermanos/y muchos peruanitos/abrimos un hueco hondo, hondo,/donde nos guarecemos,/porque arriba todo tiene dueño, [...]”. Belli ha creado una obra notable que merece mayor difusión entre las nuevas generaciones. El Dominical tuvo el honor de que, por largos años, estuviera vinculado con su semanal quehacer. Hoy, cuando empiezan las celebraciones por el medio siglo de la publicación de su fundamental “¡Oh Hada Cibernética!, ya líbranos/Con tu eléctrico seso y casto antídoto,/de los officio hórridos humanos, [...]”, no podemos sino agradecer su poesía, que libera todo eso que “está cerrado con llave,/sellado firmemente,/porque arriba todo tiene reserva:/la sombra del árbol, las flores,/los frutos, el techo,/ las ruedas,/el agua, los lápices, [...]. MMMQ


El Dominical, 16 de octubre de 2011

Cuando el poder mata a la conciencia



“Este es el castigo más importante del culpable: nunca ser absuelto en el tribunal de su propia conciencia”, escribió el poeta romano Juvenal. A la ministra de la Mujer, Aída ‘Mocha’ García Naranjo, la ha absuelto una mayoría congresal, pero en su conciencia –si todavía algo de ella le queda– la imagen de tres niños descomponiéndose bajo tierra en Redondo, Cajamarca, algo de angustia le debe generar. Claro, y repetimos, si es que todavía le queda algo de conciencia y no toda ha sido carcomida por sus ansias de poder. Esos tres niños murieron envenenados por ingerir alimentos distribuidos por el Programa Nacional de Asistencia Alimentaria, Pronaa. Tres niños muertos y decenas de afectados, paradójicamente, por la presencia del Estado en su zona.

Mocha, como cabeza del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, Mimdes, a cargo del Pronaa, debió asumir responsabilidad por este envenenamiento masivo y no poner en aprietos al gobierno del presidente Ollanta Humala que la nombró, ya sea equivocadamente o por negociación con sus aliados. Pero no lo hizo, se quedó, y para evadir su responsabilidad no tuvo empacho en difamar a las mujeres, pobres y rurales, que prepararon los alimentos, acusándolas de utilizar utensilios contaminados con pesticidas en la preparación. Al comprobarse su mentira, señaló al gobierno aprista y, como no le dio resultado, politizó el asunto metiendo en su cuento al fujimorismo. Así que, según la absuelta, quien se indigne con la muerte por envenenamiento de los pequeños de Redondo forma parte de una conspiración fujimorista contra Humala. Y no faltarán los ganapanes que apoyarán tales versiones buscando un asientito en la combi gobiernista.

Viéndolo fríamente pareciera que el presidente Ollanta Humala está acorralado por el chantaje de ciertos aliados que lo apoyaron –según se ve– no por convicción sino por conveniencia. Otros con su silencio cómplice le restan confianza a un gobierno que anda con buen pie y saludable aprobación. Si alguien quiere que el régimen tambalee, son justamente quienes, desde dentro de la alianza, corroen su base moral. Y eso es blindar a quien por propia decisión debió poner su cargo a disposición, antes de sonreír cimbreando las caderas con el ‘Puma’ Carranza mientras Redondo lloraba a sus muertos y acompañaba a sus familiares envenenados. Con la Mocha a la cabeza, el nuevo e irresponsable lema del Pronaa bien podría ser “Lo que no mata engorda”. Buen tiempo pasará para que los pobladores de la zona afectada vuelvan a confiar en el programa de alimentos del Estado. La actual ministra –tras décadas de gritar por calles y plazuelas contra todo y todos– o bien se ha mareado con el poder tardío o está decidida a petardear al gobierno desde dentro. Solo el correr de los meses nos revelará el verdadero trasfondo de su conducta. ¿En qué parte del camino perdió la conciencia de aquello que se aplica a lo ético, a distinguir entre el bien y el mal de nuestras propias acciones? La conciencia recta es la que impide que cometamos actos socialmente reprobables. Y reprobable es lo perpetrado por la Mocha, aunque una mayoría congresal, por juego político, la haya absuelto. Como decía Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Monstruos insensibles, vale añadir.


El Comercio, 15 de octubre de 2011