Finlandia es un país nórdico cuatro veces más chiquito que el Perú, más o menos de la extensión de nuestro amazónico departamento de Loreto. País de clima inclemente, con inviernos de más de 40 grados bajo cero, con escasez de tierras agrícolas y básicamente con la madera como el mayor recurso natural. Hasta entrado el siglo XX era un país pobre, una economía emergente que en pocas décadas ingresó al Primer Mundo. Como dicen, “sí se puede”, y la educación (sin olvidar la buena alimentación) ha sido primordial para el gran salto.
Hoy Finlandia es una economía sólida, una nación altamente industrializada y tecnificada, líder en manejo forestal, conservación ambiental, investigación científico-tecnológica, transparencia gubernamental y empresarial y especialmente admirada por su sistema educativo. Estamos hablando de un país donde 3 de cada 4 niños de 15 años afirman leer, a diario, por el simple placer de hacerlo, así que algo muy bueno deben estar haciendo esos maestros, esas familias y esas autoridades. Niños y niñas que disfrutan la lectura porque comprenden lo que leen, a diferencia de nuestro país donde 3 de cada 4 niños no entienden lo que leen, lo que convierte ese acto en una gran frustración. El Gobierno Finlandés promueve y cultiva el amor por la palabra escrita. Apenas nace un finlandesito, sus papás reciben como regalo del Gobierno un kit que incluye un libro con imágenes. Aquí el dicho bien podría ser: “Todo niño llega con un libro bajo el brazo”.
El modelo educativo finlandés es admirado e investigado. Para el ministro de Comercio Exterior y Desarrollo de Finlandia, Paavo Väyrynen –quien fue ministro de Educación en la década de los setenta–, la semilla del éxito está en la igualdad, la inclusión y el fácil acceso a los servicios educativos. Para este líder del Partido de Centro, uno de los tres más importantes de su país, esto se inspira en la ideología centrista nórdica de la descentralización, de atención al sector rural, gratuidad de la enseñanza, alimentación adecuada en el colegio y transporte, si se vive a más de 5 kilómetros de la escuela (por acá nuestros pequeños, especialmente en la zona andina, deben caminar horas para llegar a sus aulas). La proliferación de infraestructura escolar permite que las poblaciones más alejadas accedan a la educación, gracias a la lógica centrista de “lo pequeño es hermoso”. Así se erigen colegios aun en zonas de escasa población escolar. ¿El resultado? 71% de los pequeños ingresará a la universidad y se convertirá en un adulto. A decir de los investigadores, la piedra angular del modelo son los profesores y profesoras, cuya formación técnica garantiza los buenos resultados. Quien dicta clases debe contar con título universitario y para enseñar en primaria hay que estudiar 6 años de carrera universitaria. En esa tierra de clima nórdico y, según cuentan, país de Papá Noel, los profesores están considerados entre los profesionales más importantes.
Los chicos y chicas de Finlandia han demostrado ser bastante brillantes y, desde hace buen tiempo, sobresalen en las pruebas internacionales de ciencias, matemáticas y lectura (tales como el PISA, en el que nuestro país sigue apareciendo en los últimos lugares). Hasta una potencia como Estados Unidos trata de desentrañar el secreto. El Departamento de Educación del país de Obama ha encontrado, por ejemplo, que los niños empiezan el colegio a los 7 años y tienen un trato muy horizontal con sus maestros, de igual a igual y sin nada de niñerías: una relación de pares en la que los pequeños saben perfectamente cuáles son sus responsabilidades. Pocas tareas, menos exámenes, nada de uniformes, nadie que amarre los zapatos ni les ayude a subir el cierre de las chaquetas o haga recordar que deben recoger su almuerzo en la cafetería. Ningún trato especial para los más inteligentes, trato igualitario en el que los más avanzados colaboran para que el resto de la clase no quede rezagada. Esto ya parece de otro planeta.
Como todos los adolescentes, estos también andan con los pelos parados y teñidos de cualquier color, pasan horas en la web, son muy irónicos y oyen música que reventaría los tímpanos a cualquiera, sin embargo, su rendimiento es superior. Son muchachos que se convertirán en profesionales y trabajadores considerados entre los más confiables, eficientes y productivos del mundo. “No tenemos grandes riquezas, como el petróleo, así que el conocimiento es lo único que tenemos para salir adelante”, nos dice el ministro Paavo Väyrynen.
El Comercio, 05 de marzo de 2011