El Perú del siglo XXI es un país que comulga con las ideas de libertad económica y las posibilidades de prosperidad que ofrece el modelo liberal, implantado en el país en la década de los noventa. Aquí impera la confianza por la centroderecha y todo lo que vaya más allá, en esa misma dirección. Las encuestas lo demuestran: alrededor del 80% de los peruanos y peruanas tiene la intención de votar por candidatos que representan tales tendencias: Keiko, Toledo, Castañeda y PPK. Así que pongamos las cosas en contexto y no dejemos que los analistas y ‘encuestólogos’ pretendan confundirnos con su numerología y empoderarse como oráculos. Una cosa es la democracia y otra la encuestocracia. No podemos vivir bajo el influjo de números que cambian constantemente, porque resultan de la opinión del instante del dinámico sentir y pensar de la gente.
Que nos quede la cosa clara: los últimos ejercicios numéricos muestran sí un panorama general: la gran mayoría de peruanos rechaza las ideas obsoletas y estatistas del ex soldado Humala, y apuesta por candidatos que garantizan la sensatez económica, la propiedad privada, la libertad de ideas y de creación, la cultura emprendedora, la expansión de los capitales peruanos fuera de nuestras fronteras y un país suficientemente estable y en crecimiento que siga captando el interés de los inversionistas internacionales. Esto es lo que quiere la gran mayoría y eso es justamente lo que desprecia el humalismo.
Los números más recientes muestran a un Ollanta Humala puntero que en realidad es el último de la fila. Tan simple como eso: de llegar a la segunda vuelta todos sus potenciales contendores le ganarían holgadamente la partida. Todos, aunque con PPK la tendría un poco más fácil.
En lo que confía el humalismo es en la cosecha del voto antifujimorista, encarnado en quienes se llenan la boca con la palabra democracia, pero que no tuvieron empacho en servir desde puestos diplomáticos, públicos, y medios confiscados al dictador militar socialista Juan Velasco Alvarado, a fines de los años sesenta y principio de los setenta. De esos “demócratas” trasvestidos está plagado el horizonte político, pero ni aun con ellos le calzan los números para la victoria.
Ahora bien… ¿quién es Ollanta Humala? Un comandante admirador hoy de Velasco, de Chávez, de Fidel y del trotskismo brasileño (apenas fue gobierno, claro está). Humala sirvió en tiempos de Fujimori en bases antiterroristas y, según dijeron los organismos de derechos humanos (cuando se lanzó al ruedo electoral en el 2006), era el comandante ‘Carlos’, un temible “genocida” que operó en la zona de Madre Mía. Sus denunciantes, hoy muy calladitos, engrosan su lista parlamentaria y no tienen problema en aconchabarse con el “asesino” para llegar al Congreso. En aquellas elecciones del 2006, cuando la izquierda derechohumanista denunciaba que Ollanta era el tal comandante ‘Carlos’, la entonces candidata presidencial y hoy alcaldesa de Lima, Susana Villarán, rindió “homenaje” a los “desaparecidos” de Madre Mía. Con lágrimas en los ojos y la voz patéticamente entrecortada lanzó un ramo de flores, con celofán y todo, al río. César San Martín, el que condenó a Alberto Fujimori, resolvió que Humala no era ‘Carlos’, punto final, nadie cuestionó el fallo y varios se treparon al tranvía de la “O”, inclusive el ex jefe de la Unidad de Extradiciones de la Procuraduría Anticorrupción, Omar Chehade. El mismo que en Ideele Radio dijera: “La Sala Penal presidida por César San Martín, finalmente, va a dictar una sentencia como se aplicó respecto a los crímenes de lesa humanidad que cometió la Junta Militar Argentina [contra Alberto Fujimori]”. Ya antes de que San Martín lo exculpara por lo de Madre Mía, las mismas caras izquierdistas que hoy integran su lista le colgaron el sambenito de “montesinista”. Aducían entonces que el levantamiento de Locumba fue coordinado con Vladimiro Montesinos para que en medio de la revuelta este fugara en el velero Karisma. En medio de todas esas acusaciones, Humala fue nombrado agregado militar en París y luego en Corea. Así, el candidato que hizo carrera gracias al Estado Peruano, gracias a los impuestos de los contribuyentes, viene a decir –ahora con corbata y sin polo rojo– que quiere arrasar el Perú y replantearlo. Comandante Humala, esto es una democracia, no una encuestocracia en que sus números sean más importantes que el resto. Su primer lugar no significa mucho frente a un panorama en el que 80% de peruanos apuesta justamente por lo que usted rechaza. Como todo número emanado del instante en que se hizo la pregunta, ese también puede variar, probablemente para arriba.
En esta tierra nuestra (guste o no a los jurásicos politiqueros que a través suyo llegarán al Congreso), la gente confía en un sistema y un modelo que ha permitido al Perú ser ejemplo mundial y soportar una crisis económica internacional. ¿Lo puede entender
El Comercio, 30 demarzo de 2011