viernes, enero 08, 2010

Benedicto XVI: El Papa 'verde'

No hay duda, tenemos un Papa ecologista. ¿Lo acusarán también de rojo y comunista? Benedicto XVI ha inaugurado el 2010 reforzando su posición sobre la conservación ambiental. No en vano se le conoce ya como el Papa “verde”. Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, para el primer rezo del Ángelus del nuevo año dijo: “Todos somos responsables de la protección y el cuidado de lo creado”.
El sacerdote Federico Lombardi, vocero de la Santa Sede, ha reconocido en diferentes medios de prensa la sincera preocupación del Sumo Pontífice por la cuestión ecológica. “Sus pronunciamientos sobre la protección del medio ambiente, y la salvaguarda de la creación, son frecuentes, y podemos decir casi continuos”, comenta Lombardi. Y esto es muy cierto. Pero mucho más cierto es que el papa Ratzinger, como buen alemán, no es hombre de quedarse en el discurso, sus palabras se transforman en acciones y en ejemplo.
Thomas J. Reese, S.J., académico del Centro Teológico de la Universidad de Georgetown y columnista del “Washington Post”, informó cómo el Papa hizo instalar paneles solares de alta tecnología en los techos del Vaticano para generar electricidad. “También ha hecho del Vaticano el primer estado neutral en emisiones de CO2, a través de la reforestación de bosques que compensan sus emisiones”, informa Reese. Mientras Mark Hopkins, director de política energética de la Fundación de las Naciones Unidas, sostiene: “Están haciendo lo que algunos solo dicen que hay que hacer y lo están haciendo de manera importante”.
Recordemos que ya en su encíclica “Caritas in veritate” (Caridad en la verdad) el Papa se refiere a la explotación de los recursos no renovables y la justicia hacia los pueblos más pobres, al consumo de la energía y la búsqueda de fuentes alternativas, así como la relación entre ecología y respeto a la vida. En la víspera de la inauguración de la cumbre sobre cambio climático en Copenhague, COP-15, pidió una conducta responsable con el medio ambiente y favorable para “un desarrollo solidario, fundado en la dignidad de la persona humana y orientado hacia el bien de todos”.
Ahora en el primer día del año nos ha recordado que “el mundo es nuestra casa común y debemos respetarla”. El Papa “verde” insistió en que la justicia y la sabiduría sustenten el uso los recursos naturales. Enfatizó el rol que le toca a la sociedad en el cuidado del ambiente asumiendo un nuevo estilo de vida, más austero y solidario. Dijo que la armonía y la paz deben imperar en el mundo. “Si debemos cuidar a las criaturas que nos rodean —señaló—, ¡cuán mayor consideración debemos tener por las personas, nuestros hermanos y nuestras hermanas y la vida humana!”. Pidió a los grupos armados de cualquier tipo: “parad, reflexionad y ¡abandonad la vía de la violencia!”.
Ojalá que el discurso y la acción de nuestro Papa “verde” cale en los líderes del planeta e influya en las decisiones de quienes dirigen —a veces tan mal— los destinos de nuestra patria.
El Comercio, 02 de enero de 2010

El bosque de las manzanas silvestres

¿Qué tiene que ver el fin de las tiranías comunistas de Europa del este o la caída del Muro de Berlín con las manzanas? Veamos. Los mismos vientos de razón, libertad y sensibilidad que desplomaron en 1989 el Berliner Mauer y todo lo que el infame muro significó, permitieron conocer el origen de las manzanas domesticadas (“Malus doméstica”). El asunto parece arrancado de una novela.
El 1 de setiembre de 1929 el botánico ruso Nikolai Vavilov (1886-1943) encontró un inmenso bosque de manzanos silvestres. Fue en las montañas de Tien Shan, al sur de Kazajistán, a una hora de la ciudad de Almaty (manzana, en el idioma local), entonces llamada Alma-ata (padre de las manzanas). Árboles diversos entre sí que exhibían frutos morados como una aceituna, pequeños como cerezas, amarillas como limones, redondas e inmensas como toronjas, cónicas, de color verde. Una inesperada multiplicidad de formas, texturas, olores y sabores. Le quedó claro que esos árboles añosos y enormes anidaban las frutas y semillas de la manzana silvestre, y con ellas los genes que se habían expandido por Europa y Asia. Siglos de cruce y selección permitieron a las primeras civilizaciones domesticar esta planta y crear un amplio abanico de variedades, un preciado alimento que hoy es el cultivo más extendido del planeta.
El hallazgo de Vavilov fue sepultado por la intolerancia de Stalin y las intrigas de Lysenko (1898-1976), seudocientífico “proletario” que veía la genética como una “ciencia burguesa que intentaba justificar biológicamente las diferencias de clase”. El prejuicioso Lysenko intervino en la política agraria soviética de 1929 a 1948 y llevó a acusar a los genetistas de “saboteadores trotskistas”. Vavilov fue condenado a muerte, pena que se le modificó por el destierro en Siberia, donde murió de hambre en 1943. Una triste ironía para quien por más de dos décadas recorrió distintos países en los cincos continentes —incluido el Perú— recolectando las semillas de cultivos alimenticios: cereales, frutos, hortalizas y tubérculos, así como de sus pares silvestres, para saber más y poder proteger mejor lo que nutre a la humanidad. Pero volvamos a las manzanas.
Para 1989, tiempos ya libres, el doctor Aimak Djangaliev —uno de sus últimos discípulos vivos— invitó a científicos estadounidenses para mostrarles el único bosque de manzanos silvestres del planeta, el sitio estudiado por su maestro. Aimak era un jovenzuelo de 15 años cuando Vavilov pasó por allí y despertó su vocación por la botánica y particularmente por las manzanas. Como le ocurrió a Vavilov en su tiempo, los investigadores estadounidenses quedaron extasiados por la fragancia y la visión de las extensas colinas pobladas por árboles de más de 300 años y alturas mayores a los 20 metros y sus manzanas salvajes y semidomesticadas.
El enigma del origen de esta fruta se descifró y, como si del muro berlinés se tratara, en ese instante del siglo XX se derrumbaron todas las teorías al respecto —incluida la que afirmaba que el manzano silvestre europeo era progenitor de las manzanas modernas—. Más de 56 formas salvajes de “Malus sieversii” (la originaria) han sido catalogadas en el lugar que hoy es escenario de importantes proyectos de conservación y, sin querer, un tributo a la libertad. A todo esto, ¿al genocida Stalin le gustaban las manzanas?
El Comercio, 26 de diciembre de 2009