En momentos como los que padece hoy el Perú muchas máscaras empiezan a caer. Al fin comenzamos a diferenciar, claramente, a quienes están aquí para hacer de nuestra patria un imperio de paz y progreso, de quienes pretenden abrirse espacio en la arena política con la tragedia. Es tiempo de definiciones y no de irresponsables cálculos políticos y electoreros. Es tiempo de que los hombres y las mujeres de bien superen cualquier diferencia ideológica para crear un inmenso frente contra la lacra de Sendero Luminoso y el terror. La única ideología y el único partido que necesita el Perú hoy se llama unión por la paz.
Muy fácil —y mediáticamente estratégico— es pedir la cabeza del ministro de Defensa, Rafael Rey. Lo curioso es que quienes lo hacen son justamente quienes desarticularon (sin reorganizarlos adecuadamente) los sistemas de seguridad e inteligencia en nombre de la “democracia”. Nadie se los recuerda, como tampoco el hecho de que hasta ahora no asuman su cuota de responsabilidad en la reorganización de la ponzoña de Sendero, ese híbrido llamado “marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo”.
Es de lamentar que las organizaciones de derechos humanos no se pronuncien contra las atrocidades de Sendero contra las fuerzas del orden, por estos días en el VRAE. Es sintomático que los terroristas excarcelados anticipadamente no le hayan pedido perdón al país por los actos perpetrados durante los años ochenta y principios de los noventa. Debe ser muy desalentador para los seguidores del candidato Ollanta Humala —experto en la lucha frontal contra el terrorismo al haber servido valientemente en la línea de fuego durante el gobierno del ingeniero Fujimori— que lejos de proponer soluciones y contribuir en la erradicación de la amenaza terrorista, se dedique simplemente a criticar al gobierno de turno.
El país no está para indefiniciones. Sendero es hoy una amenaza real y no latente. Mientras la sangre de valerosos policías y soldados es derramada (en la doble batalla contra el terror y el narcotráfico), los convictos criminales Elena Iparraguirre y Abimael Guzmán (alias “Gonzalo”) le venden a la prensa la versión más patética de Romeo y Julieta. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que los dos cabecillas senderistas sufren por amor? Si algo unió a estos dos fue justamente todo lo contrario: el odio.
Sendero es una alimaña que odia al Perú. A lo largo de los años 80 (por si a alguien le falla la tan mentada “memoria”), asesinaron a los humildes campesinos que sobresalían en sus localidades. Por no poderlos adoctrinar en el “pensamiento Gonzalo” trataron de doblegar al valiente pueblo amazónico asháninka (asesinando brutalmente a sus líderes, esclavizándolos, preñando a sus mujeres y niñas). Y hoy Sendero recluta a niños para adiestrarlos en el uso de las armas contra el Estado de derecho, inculca el odio a la patria desde tierna edad, quiebra el espíritu de quienes podrían mañana ser ciudadanos de bien, líderes de sus comunidades para guiarlas por los caminos del progreso y de la justicia. Frente a la atrocidad y el odio de Sendero están las fuerzas morales, las fibras del bien de millones de peruanos y peruanas que han de levantarse como una muralla de unidad para apoyar a quienes ofrendan su vida en nuestra defensa y para señalar a quienes no son capaces de deponer sus ambiciones políticas por el bien de todos y cada uno de los ingas, mandingas y más, que integramos este rincón del planeta de nombre Perú.
Muy fácil —y mediáticamente estratégico— es pedir la cabeza del ministro de Defensa, Rafael Rey. Lo curioso es que quienes lo hacen son justamente quienes desarticularon (sin reorganizarlos adecuadamente) los sistemas de seguridad e inteligencia en nombre de la “democracia”. Nadie se los recuerda, como tampoco el hecho de que hasta ahora no asuman su cuota de responsabilidad en la reorganización de la ponzoña de Sendero, ese híbrido llamado “marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo”.
Es de lamentar que las organizaciones de derechos humanos no se pronuncien contra las atrocidades de Sendero contra las fuerzas del orden, por estos días en el VRAE. Es sintomático que los terroristas excarcelados anticipadamente no le hayan pedido perdón al país por los actos perpetrados durante los años ochenta y principios de los noventa. Debe ser muy desalentador para los seguidores del candidato Ollanta Humala —experto en la lucha frontal contra el terrorismo al haber servido valientemente en la línea de fuego durante el gobierno del ingeniero Fujimori— que lejos de proponer soluciones y contribuir en la erradicación de la amenaza terrorista, se dedique simplemente a criticar al gobierno de turno.
El país no está para indefiniciones. Sendero es hoy una amenaza real y no latente. Mientras la sangre de valerosos policías y soldados es derramada (en la doble batalla contra el terror y el narcotráfico), los convictos criminales Elena Iparraguirre y Abimael Guzmán (alias “Gonzalo”) le venden a la prensa la versión más patética de Romeo y Julieta. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que los dos cabecillas senderistas sufren por amor? Si algo unió a estos dos fue justamente todo lo contrario: el odio.
Sendero es una alimaña que odia al Perú. A lo largo de los años 80 (por si a alguien le falla la tan mentada “memoria”), asesinaron a los humildes campesinos que sobresalían en sus localidades. Por no poderlos adoctrinar en el “pensamiento Gonzalo” trataron de doblegar al valiente pueblo amazónico asháninka (asesinando brutalmente a sus líderes, esclavizándolos, preñando a sus mujeres y niñas). Y hoy Sendero recluta a niños para adiestrarlos en el uso de las armas contra el Estado de derecho, inculca el odio a la patria desde tierna edad, quiebra el espíritu de quienes podrían mañana ser ciudadanos de bien, líderes de sus comunidades para guiarlas por los caminos del progreso y de la justicia. Frente a la atrocidad y el odio de Sendero están las fuerzas morales, las fibras del bien de millones de peruanos y peruanas que han de levantarse como una muralla de unidad para apoyar a quienes ofrendan su vida en nuestra defensa y para señalar a quienes no son capaces de deponer sus ambiciones políticas por el bien de todos y cada uno de los ingas, mandingas y más, que integramos este rincón del planeta de nombre Perú.
El Comercio, 05 de setiembre de 2009