“Estoy disgustado con la prensa actual, con su vagancia, con su inconsistencia, con su falta de precisión y con su corrección política”, dice el actor británico John Cleese, exintegrante del grupo de comediantes Monty Pyton. Cleese añade: “¿cómo puedo hacer un chiste si no puedo llamar a las cosas por su nombre? Estamos matando la libertad de expresión”.
Lo “políticamente correcto” asfixia a la libertad de expresión como una dictadura cualquiera, también lo hacen los periodistas convertidos en matarifes de la verdad, guardianes de la mentira y del sensacionalismo, arriesgando así a la prensa toda.
El periodista español Fernando González-Urbaneja sostiene que “La credibilidad de los medios es el oxígeno necesario para vivir. Un activo que se construye poco a poco y se destruye a gran velocidad”. Destruida esta, la prensa deviene en perversa, inútil y tóxica.
Para González-Urbaneja “a lo largo de este siglo [la credibilidad] se ha ido perdiendo gradualmente”, principalmente por “la banalización de los contenidos porque el espectáculo ha capturado la agenda y el alineamiento político […] responsabilidad de los medios serios perdidos en la búsqueda del click, desviándose de su principal objetivo: dar buena información”.
Los lectores hemos dejado de ser masa para ser individuos críticos, integrantes de una inteligencia colectiva (el término es de Pierre Lévy) y de una cultura participativa que se erige como “fuente alternativa de poder mediático”, según Henry Jenkins, autor de “La Cultura de la Convergencia”.
Los periodistas-matarifes desangran la libertad de expresión y devalúan la palabra escrita aunque prefieran culpar a las nuevas tecnologías de la caída de la circulación. La buena prensa sí está viva y tiene posibilidades de expandirse.
Hsiang Iris Chyi, catedrático de periodismo y experto en nuevos medios, de la Universidad de Texas, sostiene que antes “los periódicos eran restaurantes de carnes pero decidieron competir por hamburguesas o sopas instantáneas en vez de mejorar su producto original”, esto al migrar a las plataformas digitales sin buscar la excelencia.
El diario en tiempos preinternet fue un espacio de búsqueda de la verdad y de servicio a la comunidad. El periodismo era independiente e insumiso a empresas, grupos financieros ni políticos que pretendían imponer líneas editoriales ajenas.
Retomar ese camino depende de cultivar cuatro valores en extinción: compromiso con la verdad, independencia, responsabilidad con los lectores y respeto por las personas.
¿Cuántos medios nos respetan y entregan la verdad y solo la verdad?
Martha Meier M.Q.
Expreso, 30 de setiembre de 2017