“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”, dijo el libertador Simón Bolívar en un discurso el 15 de febrero de 1819, durante la instalación del Congreso de Angostura.
En el rubro “sistemas de gobierno” el Perú ha sido un laboratorio de experimentos varios: dictaduras civiles y militares, autocracias, democracias, caudillismo, golpes de izquierda y derecha. De todo y para todos los gustos, pero hablemos sinceramente —con la mano sobre el corazón como quien va a cantar el himno nacional— ¿en algún período de nuestra historia algún sistema ha producido algo parecido a lo referido por Bolívar? No que sepamos, no que se recuerde ni que nos lo hayan comentado nuestras abuelas o abuelos. Vamos, ¿alguien en su sano juicio tiene un arrebato de felicidad al recordar a alguno de los que han pasado por Palacio de Gobierno? La dicha más bien llega cuando parte uno y entra el siguiente, por supuesto para desencantarnos siempre antes que después. Pese a todo, “de los sistemas de poder existentes, el Gobierno es el único que, en principio —y a veces de hecho—, responde al público y puede restringir las depredaciones del poder privado”, ha escrito el lingüista y activista político estadounidense Noam Chomsky. Y es que el gobierno es el único capaz de encauzar las legítimas apetencias del sector privado y sentar las bases para una relación armónica entre las necesidades de la población y la de los inversionistas. Complicada tarea esta de armonizar los dos extremos de tan enredado ovillo.
Chomsky explica que “alentar el sentimiento antifiscal es característica de la propaganda empresarial. Se adoctrina a la gente para odiar y temer al Gobierno”. Así nuestra zurda criolla, los antisistema y los eternos moralizadores que deshilachan al Ejecutivo por quítame estas pajas, abonan el terreno para que las grandes corporaciones —a las que creen combatir— controlen todo fácilmente, incluido al ungido por el voto popular. El lingüista nos recuerda que “las empresas favorecen un Estado poderoso que [...] incluso las rescate cuando destruyen la economía”, refiriéndose a los responsables de desencadenar la crisis estadounidense, que viven hoy muy tranquilos mientras un alto porcentaje de pobladores lo perdió todo.
Ahora bien, ¿son nuestros gobiernos resistentes para no sucumbir ante el más poderoso? Bolívar —siempre tergiversado por el impresentable Hugo Chávez— dijo en Angostura: “En las repúblicas el Ejecutivo debe ser el más fuerte, porque todo conspira contra él [...]. Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan débil como la democrática, su estructura debe ser de la mayor solidez”. Así las cosas, compete a la población reforzar la institucionalidad democrática, señalando los yerros del gobierno sin caer en la satanización ni en la negación de sus logros. Y, señor presidente, no espere que saltemos de felicidad por usted, pero al menos recuérdenos más a menudo que gobierna por el bien de todos.
En el rubro “sistemas de gobierno” el Perú ha sido un laboratorio de experimentos varios: dictaduras civiles y militares, autocracias, democracias, caudillismo, golpes de izquierda y derecha. De todo y para todos los gustos, pero hablemos sinceramente —con la mano sobre el corazón como quien va a cantar el himno nacional— ¿en algún período de nuestra historia algún sistema ha producido algo parecido a lo referido por Bolívar? No que sepamos, no que se recuerde ni que nos lo hayan comentado nuestras abuelas o abuelos. Vamos, ¿alguien en su sano juicio tiene un arrebato de felicidad al recordar a alguno de los que han pasado por Palacio de Gobierno? La dicha más bien llega cuando parte uno y entra el siguiente, por supuesto para desencantarnos siempre antes que después. Pese a todo, “de los sistemas de poder existentes, el Gobierno es el único que, en principio —y a veces de hecho—, responde al público y puede restringir las depredaciones del poder privado”, ha escrito el lingüista y activista político estadounidense Noam Chomsky. Y es que el gobierno es el único capaz de encauzar las legítimas apetencias del sector privado y sentar las bases para una relación armónica entre las necesidades de la población y la de los inversionistas. Complicada tarea esta de armonizar los dos extremos de tan enredado ovillo.
Chomsky explica que “alentar el sentimiento antifiscal es característica de la propaganda empresarial. Se adoctrina a la gente para odiar y temer al Gobierno”. Así nuestra zurda criolla, los antisistema y los eternos moralizadores que deshilachan al Ejecutivo por quítame estas pajas, abonan el terreno para que las grandes corporaciones —a las que creen combatir— controlen todo fácilmente, incluido al ungido por el voto popular. El lingüista nos recuerda que “las empresas favorecen un Estado poderoso que [...] incluso las rescate cuando destruyen la economía”, refiriéndose a los responsables de desencadenar la crisis estadounidense, que viven hoy muy tranquilos mientras un alto porcentaje de pobladores lo perdió todo.
Ahora bien, ¿son nuestros gobiernos resistentes para no sucumbir ante el más poderoso? Bolívar —siempre tergiversado por el impresentable Hugo Chávez— dijo en Angostura: “En las repúblicas el Ejecutivo debe ser el más fuerte, porque todo conspira contra él [...]. Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan débil como la democrática, su estructura debe ser de la mayor solidez”. Así las cosas, compete a la población reforzar la institucionalidad democrática, señalando los yerros del gobierno sin caer en la satanización ni en la negación de sus logros. Y, señor presidente, no espere que saltemos de felicidad por usted, pero al menos recuérdenos más a menudo que gobierna por el bien de todos.
El Comercio, 15 de mayo de 2010