En 1807 Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, escribió: “Hoy en día no puede creerse nada de lo que publican los periódicos, el verdadero autor no es el que imprime sino el que paga”. Esa sentencia fue cierta ayer como ciertísima es hoy. A diario la verdad es aniquilada, torcida, agoniza bajo tal exceso de datos banales. En el siglo XXI la noble y humilde profesión periodística se extingue por una costra de malos escribas preocupados por su imagen antes que por buscar la verdad y comunicarla, abocados a figurar en vez de informar y forjar. Hay ya una suerte de especialistas en disfrazar a la mentira de noticia llena de detalles y versiones de fuentes ¨confidenciales¨.
En el último número de la revista Letras Libres, dirigida por Enrique Krauze, la periodista Marga Zambrana publica “Los amateurs acabaron con el periodismo”, allí relata cómo la verdad se diluye por “las noticias gratis en la red, los ajustes en las redacciones, la corrupción del sindicato, la indecencia de los directivos, la ambición de la selfie, la banalidad”. Zambrana retrata la vida fiestera de los corresponsales de “guerra” apostados en Cihangir, un barrio hípster de Estambul, desde donde “tuitean lo que sucede en el frente de Siria, a mil doscientos kilómetros de distancia”; [se] informa sobre la trágica situación en Siria sin pisar Siria. Así se hace periodismo hoy. Antes las guerras se cubrían con medios, por eso Hemingway se tajaba a gastos pagados desde Saigón a La Habana. Hoy nadie recuerda sus coberturas, pero su apellido da nombre a muchos cocteles. Vivimos de mentiras delirantes”.
La ong francesa Reporteros Sin Fronteras (RSF) difundió recientemente “Los oligarcas se van de compras”, un informe sobre cómo ciertas personalidades se hacen “de todo un paisaje mediático” para ampliar sus influencia o la de sus allegados y no para lograr mayor pluralismo. El dicho de RSF es políticamente correcto, pero no por ello cierto ni exacto; en realidad lo mismo da si los dueños de los conglomerados mediáticos son oligarcas u obreros porque desde distintas orillas asfixiarán toda verdad que les sea incómoda. El pantano de mentiras, falacias y distracciones solo puede ser drenado por conjuntamente por periodistas dispuestos de toda tendencia, dispuestos a dejar las rencillas con sus pares para ponerle coto a ese que ¨paga”, referido por Thomas Jefferson.
Para Christophe Deloire, secretario general de la ong francesa RSF “El pluralismo mediático es la llave de cualquier sociedad democrática, ya que sólo los medios independientes y libres pueden reflejar la variedad de opiniones y puntos de vista de una sociedad”. Deloire se equivoca porque la diversidad opinante no desemboca necesariamente en la verdad; la democracia, además, no puede sostenerse sobre secretos, opacidad y ausencia de sinceridad. Si de algo se nutre la democracia es de libertad y la libertad solo es posible donde impera y triunfa la verdad.
La progresa global nos ha contagiado su relativismo cultural, moral y ético, y con ello la perversa creencia de que la verdad no es unívoca ni universal. Así, la libertad de expresión y de opinión se convierte en derecho para mentir (o narrar descarnadamente lo que ocurre en Siria desde un bar a miles de kilómetros); destruir honras (¨una fuente confiable nos confirmó que…¨) y desinformar a la población (magnificando hechos irrelevantes).
La propiedad de los medios es solo parte del problema, lo más grave son los periodistas capaces de relativizar la verdad o lo que es lo mismo: mentir.
Martha Meier M.Q.
Expreso, 31 de diciembre de 2016