Hubo un tiempo en que el paisaje sonoro de Lima era otro: canto de aves, el lejano sonido del mar, el líquido hablar del Rímac, el tañido de las campanas limpiando el aire, el discurrir de las acequias y los pregones de todo tipo, anunciando desde frutos hasta postres, pasando por todo tipo de productos. "Si usté mirara un ratito a través de la ventana, ahí vería un tamalito cantándole a la mañana", cantó el inigualable Andrés Soto, recordando a aquellas tamaleras que nos despertaban con aquello de "Tamaleee... Ta-a-ma-leeeee".
La naturaleza y la voz entonada eran el sonido de esta ciudad que caminaba rítmicamente, a ratos tranquila y otras agitadamente, hacia un futuro que se intuía mejor. Vaya ingenuidad. Hasta que llegó el apuro, el desborde popular y una diversidad de culturas que no logran formar aún un armonioso coro con sus cantos y sus voces variadas.
Hoy la capital del Perú es ruido, ruido que refleja el caos que vemos y padecemos.
¿Cómo suena la Lima del siglo XXI? Atroz: un constante rugir de motores y aullar de bocinas, frenos chirriando, la gritería de los jaladores de las combis anunciando sus rutas y los insultos que, de carro a carro, se profieren los estresados choferes. Esto para no mencionar la música trance, cumbiambera, chicha y electro-folclórica que desarmoniza entre sí y que los vecinos gustan oír reventando parlantes y tímpanos. Solo de tanto en tanto un ave rompe el ruidoso muro y hace escuchar su canto; pero hace apenas cuatro décadas, o menos, el paisaje sonoro de Lima era todavía un eco del siglo XIX.
El historiador César Coloma Porcari nos recuerda que "al caminar de las personas se le sumaba también el puntual discurrir de los pregoneros. Postres, productos de panllevar y hasta el seviche iban flotando en las avenidas de la mano de obstinados vendedores".
Lima, pues, era comelona (como lo sigue siendo), pero antes el pregón anunciaba la "revolución caliente, pa' rechinar lo' diente'. Azúcar, clavo y canela, pa' rechinar la' muela'. Revoluciooooón" (cosa que se escuchó incluso hasta hace unas tres décadas, a la caída de la tarde). Los pregones, nos recuerda Coloma Porcari, citando a Ricardo Palma, marcaban el día.
"Casas había -escribe el tradicionista Palma- en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el pregón de los vendedores ambulantes". Por ejemplo, "la lechera indicaba las seis de la mañana. La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregón a las siete en punto. El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre [...] designaba las ocho, ni un minuto más ni un minuto menos".
Manuel Atanasio Fuentes ('El Murciélago') anotó: "A las nueve o diez de la mañana, se anuncia la almuercera, que en una enorme canasta que carga sobre la cabeza, lleva varias ollas con frijoles, chanfaina, arroz y sango de yuyo y que convida a los gritos de:¡Amozáa pué! ¡se va la amuesee! ¡sanguito con yuyo!... ¡frijolito con aróoo!".
En el caos actual ni aun gritando a viva voz y con megáfono se escucharía pregón alguno. El ruido se comió ya a la ciudad comelona.
Pérdida auditiva
Música a elevado volumen
- La Organización Mundial de la Salud (OMS) sostiene que el ruido excesivo es factor constante de estrés y causa importante de mortandad en todo el mundo. La música a todo volumen causa pérdida de capacidad auditiva, afecta a cerca de 2% de niños y jóvenes de 6 a 19 años.
Con cantos y frases
El gusto por la comida se sentía durante todo el día
- "Con días y ollas venceremos" es una tradición de Palma en la que se difunden diversos pregones y su influencia en la vida de Lima, siempre tan aficionada al buen comer.
Martha Meier M.Q.
Editora central de Fin de Semana y Suplementos
El Comercio, 22 de mayo de 2013 (Lima)