La industria pesquera de Louisiana, Estados Unidos, sufrirá pérdidas estimadas en más de US$2.500 millones. La Florida calcula que el impacto sobre el turismo costero —el principal rubro de ese estado— será de unos tres mil millones.
El pasado 20 de abril —paradójicamente dos días antes de celebrarse internacionalmente el Día de la Tierra— ocurrió la primera gran tragedia ecológica del siglo XXI y una de las peores de la historia. Una plataforma de la British Petroleum (BP) en el Golfo de México explotó, se hundió y empezó a liberar alrededor de 5.000 barriles de crudo diarios (cada barril derramado puede llegar a cubrir hasta 40.000 metros cuadrados de superficie marina). Bajo la mancha oscura —que ya se ha extendido sobre más de 1.500 kilómetros— el mar se hace inhabitable. El crudo ya alcanzó el delta del río Mississippi, un refugio de vida silvestre y una zona de piscicultura en la costa de Louisiana, acercándose ahora al norte de La Florida.
El Golfo de México es una cuenca marítima trinacional, entre los litorales de Estados Unidos, Cuba y México. Posee uno de los ecosistemas con mayor diversidad biológica del mundo, con islas y arrecifes de coral y la única playa conocida de desove de la tortuga marina Kemp Ridley, o tortuga cotorra, especie al borde de la extinción. Una zona de espectacular belleza donde se pueden observar especies raras como el manatí o vaca marina, delfines, orcas y ballenas jorobadas, además de variedad de aves marinas y de orilla como las grullas, entre otras.
El desastre ambiental juega, sin duda, en contra de la popularidad y credibilidad del presidente Barack Obama, quien pese a su “verde” discurso de campaña el pasado 31 de marzo tuvo la ocurrencia de levantar una moratoria que, desde hace dos décadas, impedía a las compañías estadounidenses explotar petróleo en aguas cercanas a la costa. El accidente de la BP explica las razones de aquella moratoria que frenó la proliferación de estas instalaciones.
El derrame de crudo en el mar es un grave problema ambiental. Al entrar en contacto con el agua marina, flota y forma una película sobre la superficie. La capa bloquea el paso de la luz solar e impide que el fitoplancton y las algas realicen la fotosíntesis. Se rompe la base misma de la cadena alimenticia y de la oxigenación de las aguas. Los peces, moluscos, crustáceos y algas literalmente se asfixian, y las aves que se posan sobre el mar quedan atrapadas en la grasa. Las especies sobrevivientes migran y la zona se ve empobrecida de vida. Pasarán varios años —por más dólares que la British Petroleum invierta en recuperación ambiental— para que las cosas vuelvan a su estado anterior.
Esperemos, de paso, que nuestras autoridades comprendan el mensaje y que no sigan autorizando con tan sospechoso frenesí la operación de plataformas petroleras en nuestra costa. Hay playas del norte donde estas moles de perforación dominan el paisaje a escasos metros de la reventazón.
El pasado 20 de abril —paradójicamente dos días antes de celebrarse internacionalmente el Día de la Tierra— ocurrió la primera gran tragedia ecológica del siglo XXI y una de las peores de la historia. Una plataforma de la British Petroleum (BP) en el Golfo de México explotó, se hundió y empezó a liberar alrededor de 5.000 barriles de crudo diarios (cada barril derramado puede llegar a cubrir hasta 40.000 metros cuadrados de superficie marina). Bajo la mancha oscura —que ya se ha extendido sobre más de 1.500 kilómetros— el mar se hace inhabitable. El crudo ya alcanzó el delta del río Mississippi, un refugio de vida silvestre y una zona de piscicultura en la costa de Louisiana, acercándose ahora al norte de La Florida.
El Golfo de México es una cuenca marítima trinacional, entre los litorales de Estados Unidos, Cuba y México. Posee uno de los ecosistemas con mayor diversidad biológica del mundo, con islas y arrecifes de coral y la única playa conocida de desove de la tortuga marina Kemp Ridley, o tortuga cotorra, especie al borde de la extinción. Una zona de espectacular belleza donde se pueden observar especies raras como el manatí o vaca marina, delfines, orcas y ballenas jorobadas, además de variedad de aves marinas y de orilla como las grullas, entre otras.
El desastre ambiental juega, sin duda, en contra de la popularidad y credibilidad del presidente Barack Obama, quien pese a su “verde” discurso de campaña el pasado 31 de marzo tuvo la ocurrencia de levantar una moratoria que, desde hace dos décadas, impedía a las compañías estadounidenses explotar petróleo en aguas cercanas a la costa. El accidente de la BP explica las razones de aquella moratoria que frenó la proliferación de estas instalaciones.
El derrame de crudo en el mar es un grave problema ambiental. Al entrar en contacto con el agua marina, flota y forma una película sobre la superficie. La capa bloquea el paso de la luz solar e impide que el fitoplancton y las algas realicen la fotosíntesis. Se rompe la base misma de la cadena alimenticia y de la oxigenación de las aguas. Los peces, moluscos, crustáceos y algas literalmente se asfixian, y las aves que se posan sobre el mar quedan atrapadas en la grasa. Las especies sobrevivientes migran y la zona se ve empobrecida de vida. Pasarán varios años —por más dólares que la British Petroleum invierta en recuperación ambiental— para que las cosas vuelvan a su estado anterior.
Esperemos, de paso, que nuestras autoridades comprendan el mensaje y que no sigan autorizando con tan sospechoso frenesí la operación de plataformas petroleras en nuestra costa. Hay playas del norte donde estas moles de perforación dominan el paisaje a escasos metros de la reventazón.