Ancón es hoy mucho más que el nombre de un tradicional balneario de Lima. Es más que una historia que se remonta cuatro mil años hasta tiempos precolombinos. Es más, mucho más, que un lugar donde cada verano se congregan limeños y limeñas de las más diversas clases sociales para disfrutar de la mansedumbre de sus aguas, de los deliciosos platos preparados con la pesca del día en su muelle artesanal. Es más que ese lugar quieto, de benigno clima invernal que invita al reposo, al paseo, a la observación de aves marinas y delfines, a explorar sus restos arqueológicos y deleitarse con una arquitectura que abarca todas las edades del Perú.
Ancón es hoy emblema de esa clase de batalla que se libra –a lo largo y ancho de nuestro país– contra el progreso malentendido, por lograr que las inversiones contribuyan a implementar proyectos en armonía con el ambiente y con la vocación y tradición de los lugares.
Tras un largo ¡No al puerto de Ancón!, los habitantes, veraneantes y principalmente los pescadores artesanales lograron que el Congreso de la República apruebe una ley que declara la intangibilidad de la bahía. Solo se espera la firma del presidente de la República, Alan García Pérez, para que esto sea una realidad y Ancón siga labrando su destino, sin intereses económicos desubicados interponiéndose en su devenir. La ley evitará la implementación de proyectos e infraestructura que atenten contra el medio ambiente y el espíritu del lugar (como el megapuerto que se intentaba instalar en el lado norte).
Los anconeros han dado una lección de tenacidad, de resistencia, de orden, organización y uso de la normatividad vigente para defenderse de un puerto que, a todas luces, atentaba contra la vocación natural de la zona: turística, balneario, deportes marinos, observación de aves, conservación y estudio de especies, pesca artesanal, culinaria local.
El logro de Ancón, sin embargo, debe llamarnos a reflexión sobre los cientos de comunidades donde se pretenden imponer grandes obras de infraestructura sin contar con la licencia social necesaria y sin respetar las tradiciones, costumbres y creencias del lugar. En el caso de Ancón, los pescadores artesanales, los habitantes y los veraneantes han coincidido mayoritariamente en su rechazo al puerto y han contado con el apoyo de conocidos personajes que pasan la temporada allí, como lo hicieron sus padres, sus abuelos y bisabuelos.
El ¡No al puerto! tiene de su lado a gente con acceso a los medios, con conexiones, destacados en su ámbito profesional, conocidos en la esfera pública, con capacidad de llegar a las autoridades para explicarles, para demostrarles, para hacerlos reflexionar. Todo esto ha sido, en ese sentido, un forcejeo entre iguales, pero en el resto del país los movimientos pro agrícolas, pro defensa de las fuentes y la calidad del agua, pro bosques, la relación es asimétrica, desigual. ¿Qué ocurre en el Pongo de Mainique, en las alturas de Piura, en Puno mismo? ¿Quién explica qué, a quién y cómo?
Ancón ha enseñado que las inversiones son buenas y aceptables solo cuando los instrumentos de gestión ambiental, como el ordenamiento y la vocación territoriales, son respetados. El mensaje anconero –que caló en el Congreso– es que la inversión inteligente es aquella que une y no crea discordia, que contabiliza los servicios ambientales y articula las visiones y expectativas de desarrollo locales y regionales con la nacional. Ancón es hoy una lección y es un pequeño ejemplo de lo que ocurre en otros rincones del Perú, pero que no cuentan con las mismas herramientas para hacerse entender.
Sus olas hoy liberadas y protegidas del puerto, parecen susurrar a Benedetti: “[…] es probable que nunca haya respuesta/ pero igual seguiremos preguntando/ ¿qué es por ventura el mar?/ ¿por qué fascina el mar? ¿qué significa/ ese enigma que queda/ más acá y más allá del horizonte?”.
Ancón es hoy emblema de esa clase de batalla que se libra –a lo largo y ancho de nuestro país– contra el progreso malentendido, por lograr que las inversiones contribuyan a implementar proyectos en armonía con el ambiente y con la vocación y tradición de los lugares.
Tras un largo ¡No al puerto de Ancón!, los habitantes, veraneantes y principalmente los pescadores artesanales lograron que el Congreso de la República apruebe una ley que declara la intangibilidad de la bahía. Solo se espera la firma del presidente de la República, Alan García Pérez, para que esto sea una realidad y Ancón siga labrando su destino, sin intereses económicos desubicados interponiéndose en su devenir. La ley evitará la implementación de proyectos e infraestructura que atenten contra el medio ambiente y el espíritu del lugar (como el megapuerto que se intentaba instalar en el lado norte).
Los anconeros han dado una lección de tenacidad, de resistencia, de orden, organización y uso de la normatividad vigente para defenderse de un puerto que, a todas luces, atentaba contra la vocación natural de la zona: turística, balneario, deportes marinos, observación de aves, conservación y estudio de especies, pesca artesanal, culinaria local.
El logro de Ancón, sin embargo, debe llamarnos a reflexión sobre los cientos de comunidades donde se pretenden imponer grandes obras de infraestructura sin contar con la licencia social necesaria y sin respetar las tradiciones, costumbres y creencias del lugar. En el caso de Ancón, los pescadores artesanales, los habitantes y los veraneantes han coincidido mayoritariamente en su rechazo al puerto y han contado con el apoyo de conocidos personajes que pasan la temporada allí, como lo hicieron sus padres, sus abuelos y bisabuelos.
El ¡No al puerto! tiene de su lado a gente con acceso a los medios, con conexiones, destacados en su ámbito profesional, conocidos en la esfera pública, con capacidad de llegar a las autoridades para explicarles, para demostrarles, para hacerlos reflexionar. Todo esto ha sido, en ese sentido, un forcejeo entre iguales, pero en el resto del país los movimientos pro agrícolas, pro defensa de las fuentes y la calidad del agua, pro bosques, la relación es asimétrica, desigual. ¿Qué ocurre en el Pongo de Mainique, en las alturas de Piura, en Puno mismo? ¿Quién explica qué, a quién y cómo?
Ancón ha enseñado que las inversiones son buenas y aceptables solo cuando los instrumentos de gestión ambiental, como el ordenamiento y la vocación territoriales, son respetados. El mensaje anconero –que caló en el Congreso– es que la inversión inteligente es aquella que une y no crea discordia, que contabiliza los servicios ambientales y articula las visiones y expectativas de desarrollo locales y regionales con la nacional. Ancón es hoy una lección y es un pequeño ejemplo de lo que ocurre en otros rincones del Perú, pero que no cuentan con las mismas herramientas para hacerse entender.
Sus olas hoy liberadas y protegidas del puerto, parecen susurrar a Benedetti: “[…] es probable que nunca haya respuesta/ pero igual seguiremos preguntando/ ¿qué es por ventura el mar?/ ¿por qué fascina el mar? ¿qué significa/ ese enigma que queda/ más acá y más allá del horizonte?”.
El Comercio, 18 de junio de 2011