Decenas de millones de años atrás, muchísimo antes de que las huellas de hombres y mujeres marcaran la faz de la tierra, casi todo fue mar. Mar que albergaba a inmensas criaturas, antecesoras de ballenas, tiburones entre tantas otras. Las feroces fuerzas que esculpieron nuestro planeta elevaron aquel fondo marino hasta convertirlo en suelo que hoy pisamos y cuyas especies, fosilizadas por el tiempo y las condiciones naturales, se observan a simple vista. ¿Un caracol marino en las alturas andinas? Sí. ¿Bancos de conchas en la bajada de los Andes hacia la selva? También. ¿Una ballena en el desierto? Por supuesto.
Fue el sabio italiano Antonio Raimondi quien a mediados del siglo XIX en su travesía por el sureño desierto de Sacaco (Acarí), identificó los restos de varios cetáceos, especialmente ballenas, asociados a moluscos no conocidos, concluyendo que eran restos de fauna ya extinta. El doctor Carlos Vildoso Morales indica que Raimondi descubrió múltiples yacimientos en áreas como Luya en Amazonas; Cajabamba, Pomabamba y Huallanca en Áncash; Condebamba, Tembladera y Yanacancha en Cajamarca; Angaraes y Yauli en Huancavelica; Huari en Junín; Pataz en La Libertad o Morococha en Lima, así como una "mandíbula de mastodonte, en las cercanías de la actual Tarapoto".
Un reciente viaje al desierto de Ica nos permitió observar dientes fosilizados de arcaicos tiburones, bancos de ostras que parecían esperar la reventazón de una ola refrescante, una ballena con el cerebro increíblemente cristalizado. Antiquísimos restos de la fauna que pobló esta parte de la Tierra. Fósiles que como en tantos otros parajes son saqueados y depredados. Roberto Penny Cabrera, explorador e investigador autodidacta --que conoce como pocos tan áridos parajes-- se refiere a la lacra de la creciente demanda de estas piezas por coleccionistas privados en el extranjero, lo que fomenta el tráfico ilegal y la corrupción de autoridades y hasta de estudiosos.
¿Pero, por qué preocuparnos por los fósiles? Ocurre que son indicadores de los cambios climáticos y geológicos ocurridos a lo largo de millones de años y aportan datos sobre la evolución de la Tierra, de su flora y fauna. Son, además, una ventaja comparativa para dinamizar el turismo y convertir al Perú en un destino paleontológico. Fósiles que pueden generar cientos de puestos de trabajo e importantes ingresos. En el caso de Ica, las calcinantes e inhóspitas arenas se convertirían en laboratorios y museos al aire libre, en polos de atracción y desarrollo diversificado. Son verdaderos tesoros poco estudiados, sin protección efectiva y a los que las universidades peruanas prestan escasa atención, al punto de no existir especialización en paleontología. Tal vacío académico es preocupación constante de la destacada científica belga Vera Alleman, de la Universidad Ricardo Palma. Afincada en el país hace varias décadas, Alleman es considerada una de las más importantes expertas mundiales en invertebrados fósiles. Con ella llegamos hasta la playa La Mina, en la Reserva Nacional de Paracas, para descubrir que las vetas marrones sobre una piedra son la base fosilizada de un tronco pues el lugar fue, alguna vez, zona pantanosa poblada de flora variada, de inmensos helechos cuya indudable huella descubrimos impresa en una piedra negra. Rocas virtuales que en realidad son fauna y flora pretéritas, petrificadas. Un mundo del que el hombre no formó parte y al que hoy le toca estudiar y proteger.
Fue el sabio italiano Antonio Raimondi quien a mediados del siglo XIX en su travesía por el sureño desierto de Sacaco (Acarí), identificó los restos de varios cetáceos, especialmente ballenas, asociados a moluscos no conocidos, concluyendo que eran restos de fauna ya extinta. El doctor Carlos Vildoso Morales indica que Raimondi descubrió múltiples yacimientos en áreas como Luya en Amazonas; Cajabamba, Pomabamba y Huallanca en Áncash; Condebamba, Tembladera y Yanacancha en Cajamarca; Angaraes y Yauli en Huancavelica; Huari en Junín; Pataz en La Libertad o Morococha en Lima, así como una "mandíbula de mastodonte, en las cercanías de la actual Tarapoto".
Un reciente viaje al desierto de Ica nos permitió observar dientes fosilizados de arcaicos tiburones, bancos de ostras que parecían esperar la reventazón de una ola refrescante, una ballena con el cerebro increíblemente cristalizado. Antiquísimos restos de la fauna que pobló esta parte de la Tierra. Fósiles que como en tantos otros parajes son saqueados y depredados. Roberto Penny Cabrera, explorador e investigador autodidacta --que conoce como pocos tan áridos parajes-- se refiere a la lacra de la creciente demanda de estas piezas por coleccionistas privados en el extranjero, lo que fomenta el tráfico ilegal y la corrupción de autoridades y hasta de estudiosos.
¿Pero, por qué preocuparnos por los fósiles? Ocurre que son indicadores de los cambios climáticos y geológicos ocurridos a lo largo de millones de años y aportan datos sobre la evolución de la Tierra, de su flora y fauna. Son, además, una ventaja comparativa para dinamizar el turismo y convertir al Perú en un destino paleontológico. Fósiles que pueden generar cientos de puestos de trabajo e importantes ingresos. En el caso de Ica, las calcinantes e inhóspitas arenas se convertirían en laboratorios y museos al aire libre, en polos de atracción y desarrollo diversificado. Son verdaderos tesoros poco estudiados, sin protección efectiva y a los que las universidades peruanas prestan escasa atención, al punto de no existir especialización en paleontología. Tal vacío académico es preocupación constante de la destacada científica belga Vera Alleman, de la Universidad Ricardo Palma. Afincada en el país hace varias décadas, Alleman es considerada una de las más importantes expertas mundiales en invertebrados fósiles. Con ella llegamos hasta la playa La Mina, en la Reserva Nacional de Paracas, para descubrir que las vetas marrones sobre una piedra son la base fosilizada de un tronco pues el lugar fue, alguna vez, zona pantanosa poblada de flora variada, de inmensos helechos cuya indudable huella descubrimos impresa en una piedra negra. Rocas virtuales que en realidad son fauna y flora pretéritas, petrificadas. Un mundo del que el hombre no formó parte y al que hoy le toca estudiar y proteger.
El Comercio, 24/01/2009