Hoy se celebran 17 años de la captura, en 1992, de Abimael Guzmán Reynoso (alias, Gonzalo). Sus hordas terroristas asolaron el Perú a lo largo de la década del 80 y principio de los años 90. “Que a su cadáver le pusieron dinamita… exceso inútil. Ese es mi punto de vista, un exceso inútil”, dijo a los comisionados de la verdad sobre el crimen perpetrado contra la lideresa popular María Elena Moyano. Este voyerista de su propia crueldad sostiene que “Tarata es un craso error político” y que “¿Hay excesos? Claro, para mí es un exceso quitarle la vida a una persona cuando no se tiene ni fundamento ni razón alguna”.
En “La cuarta espada”, de Santiago Roncagliolo se lee: “El pueblo se encabrita (...) Las carnes reaccionarias las desflecará, las convertirá en hilachas y esas negras piltrafas las hundirá en el fango; lo que quede lo incendiará y sus cenizas las esparcirá (...)”. Esa es la mentalidad de este marxista-leninista-maoista que, en nombre del “pueblo”, le declaró la guerra a los peruanos el 17 de mayo de 1980. El mensaje senderista contra la democracia, el Estado de derecho y la voluntad del pueblo fue contundente: quemó urnas y cédulas, la víspera de las primeras elecciones presidenciales tras 12 años de dictadura militar. Aquello ocurrió en Chuschi, Ayacucho, lo que siguió fue una escalada de horror, torturas, violaciones y asesinatos, condenando a miles de hombres, mujeres y niños (andinos, pobres y quechuahablantes) a tratar de sobrevivir entre dos fuegos: el de los terroristas y el de las fuerzas del orden.
En Lima los atentados dinamiteros y carros-bomba mataron a gente de a pie, personas que esperaban un microbús, tomaban un café o simplemente miraban a través de una ventana. La calle Tarata en Miraflores, el aeropuerto Jorge Chávez, los edificios del Banco de Crédito y Solgas, el cuartel San Martín, el bus que trasladaba a los jóvenes Húsares de Junín, fueron algunos de los blancos. Sin olvidar el derribo de torres de alta tensión y los consecuentes apagones con su mensaje de “aquí estamos”.
La semana pasada escribimos: “Frente a la atrocidad y el odio de Sendero están las fuerzas morales, las fibras del bien de millones de peruanos y peruanas que han de levantarse como una muralla de unidad para apoyar a quienes ofrendan su vida en nuestra defensa y para señalar a quienes no son capaces de deponer sus ambiciones políticas por el bien de todos”. Hoy hay que aplaudir la Gran Marcha por la Paz, convocada por el alcalde de Jesús María, Enrique Ocrospoma Pella, bajo el lema “Perú Unido contra la violencia”. Dice el alcalde Ocrospoma: “No vamos a esperar que acciones violentas toquen la puerta de nuestra casa para despertar y decirles queremos paz”. La cita es a las 10 a.m. en el Campo de Marte. La gente de bien unida jamás será vencida.
En “La cuarta espada”, de Santiago Roncagliolo se lee: “El pueblo se encabrita (...) Las carnes reaccionarias las desflecará, las convertirá en hilachas y esas negras piltrafas las hundirá en el fango; lo que quede lo incendiará y sus cenizas las esparcirá (...)”. Esa es la mentalidad de este marxista-leninista-maoista que, en nombre del “pueblo”, le declaró la guerra a los peruanos el 17 de mayo de 1980. El mensaje senderista contra la democracia, el Estado de derecho y la voluntad del pueblo fue contundente: quemó urnas y cédulas, la víspera de las primeras elecciones presidenciales tras 12 años de dictadura militar. Aquello ocurrió en Chuschi, Ayacucho, lo que siguió fue una escalada de horror, torturas, violaciones y asesinatos, condenando a miles de hombres, mujeres y niños (andinos, pobres y quechuahablantes) a tratar de sobrevivir entre dos fuegos: el de los terroristas y el de las fuerzas del orden.
En Lima los atentados dinamiteros y carros-bomba mataron a gente de a pie, personas que esperaban un microbús, tomaban un café o simplemente miraban a través de una ventana. La calle Tarata en Miraflores, el aeropuerto Jorge Chávez, los edificios del Banco de Crédito y Solgas, el cuartel San Martín, el bus que trasladaba a los jóvenes Húsares de Junín, fueron algunos de los blancos. Sin olvidar el derribo de torres de alta tensión y los consecuentes apagones con su mensaje de “aquí estamos”.
La semana pasada escribimos: “Frente a la atrocidad y el odio de Sendero están las fuerzas morales, las fibras del bien de millones de peruanos y peruanas que han de levantarse como una muralla de unidad para apoyar a quienes ofrendan su vida en nuestra defensa y para señalar a quienes no son capaces de deponer sus ambiciones políticas por el bien de todos”. Hoy hay que aplaudir la Gran Marcha por la Paz, convocada por el alcalde de Jesús María, Enrique Ocrospoma Pella, bajo el lema “Perú Unido contra la violencia”. Dice el alcalde Ocrospoma: “No vamos a esperar que acciones violentas toquen la puerta de nuestra casa para despertar y decirles queremos paz”. La cita es a las 10 a.m. en el Campo de Marte. La gente de bien unida jamás será vencida.
El Comercio, 12 de setiembre de 2009