miércoles, noviembre 26, 2008

Ciencia, subjetividad e intereses

EL DERECHO A ESTAR BIEN INFORMADO

Los descubrimientos científicos y el desarrollo tecnológico avanzan velozmente, para bien y para mal. Apasionados, los científicos investigan en sus laboratorios ajenos a los grandes intereses económicos. Pero la pasión, esa fuerza chúcara difícil de controlar, puede llevar a cualquier parte.
Anualmente, el mundo es testigo de los llamados Anti-Nobel que 'premian' los avances científicos más inútiles, estudios que obviamente no constituyen amenaza alguna para los diversos grupos económicos que acechan a la ciencia. El Anti-Nobel parece inofensivo, pero resulta una buena estrategia de distracción que irónicamente alcanza a veces mayor difusión que el Premio Nobel. Y, aunque parezca de Ripley, los trabajos presentados deben haber pasado el riguroso 'peer review', la revisión de pares, es decir, el examen de otros expertos que garanticen la rigurosidad de la investigación. El anuncio y la entrega ocurren, nada más y nada menos, que en la Universidad de Harvard.
Este año, en la categoría de química, los estadounidenses Sheree Umpierre, Joseph Hill y Deborah Anderson compartieron el galardón con los taiwaneses C.Y. Hong, S.S. Shieh, P. Wu y B.N. Chang. El equipo estadounidense descubrió las efectivas propiedades espermicidas de la Coca-Cola y publicó su estudio en la prestigiosa "The New England Journal of Medicine". Los científicos de Taiwán concluyeron exactamente lo contrario y su estudio fue tan contundente que la importante revista "Human Toxicology" tuvo a bien publicarlo. ¿Total? Este caso nos grafica claramente que la ciencia no es esa fuente de verdad absoluta, que las hipótesis de trabajo pueden llevar a diferentes conclusiones y que las publicaciones científicas tienen también su propia agenda de intereses.
Lamentablemente, aparecer en una publicación científica de renombre es la única manera de validar una investigación. No importa cuán cierta e importante para la humanidad sea: si no aparece en esas páginas, no existe, no hay que tomarla en cuenta, y esto lleva a que no haya rebote noticioso. Curiosamente, los más recientes estudios sobre casos comprobados de la peligrosidad y toxicidad de los transgénicos vienen siendo silenciados en los medios especializados y, por tanto, no validados. Los científicos que van a contracorriente, sin pensar en los intereses económicos a los que se enfrentan, constituyen un inmenso grupo al que se le vulnera su derecho a la libertad de expresión, en tanto se viola también el derecho a la información oportuna del público. Nadie se preocupa ni pronuncia sobre las políticas editoriales de las publicaciones científicas que, al parecer, no están muy dispuestas a chocar contra sus potenciales fuentes de financiamiento.
Contundentes estudios que demuestran que las semillas transgénicas pueden afectar negativamente la salud humana y ambiental no se han podido divulgar en estas revistas científicas que, alegremente, dan cuenta al mundo de sandeces tales como que una pulga salta más en un perro que en un gato. Vaya dato de vital importancia para el futuro de la humanidad. La censura impuesta a los informes sobre la peligrosidad de las semillas transgénicas, de los alimentos transgénicos, es la estrategia para no validarlos y convertir en parias a los científicos que alertan sobre productos dañinos que, como sabemos, son comercializados por inmensas corporaciones químico-farmacéuticas.
El célebre evolucionista Stephen Jay Gould consideraba que 'ciencia' y 'objetividad' eran prácticamente antónimos. Escribió "La falsa medida del hombre", un extraordinario libro que da cuenta de cómo a lo largo de dos siglos de historia la ciencia se usó para legitimar determinados intereses, principalmente racistas y para un orden social establecido.
La ciencia está para servir a la humanidad y no a los intereses de grupos de poder económico.
Martha Meier M.Q.
El Comercio, 23/11/2008

miércoles, noviembre 19, 2008

Martha Meier M.Q. : Crecimiento económico y conservación ambiental

Al Gore, ex vicepresidente durante la gestión Clinton y actualmente principal vocero del problema del calentamiento global, escribió en su libro "La Tierra en juego": "Cuán chocante resulta el contraste entre el tremendo poder y la eficacia desplegados por nuestro sistema económico en su aplastante victoria filosófica sobre el marxismo-leninismo, y la vergonzosa incapacidad de ese mismo sistema para advertir la contaminación del agua, el envenenamiento del aire, la destrucción de millares de especies vivas. Tomamos mil millones de decisiones económicas al día, quizá sin comprender que sus consecuencias nos acercan de manera cada vez más irremisible al borde la catástrofe ecológica".
En los noventa Gore nos llamaba a reflexionar sobre el crecimiento económico y el progreso mal enfocados. Sobre un desarrollo que no es tal, en la medida en que termina justamente empobreciendo y arrasando las bases mismas de la democracia y de la economía: los recursos naturales, las materias primas de las que dependen las industrias, los alimentos saludables que dan fuerza vital, creativa y emocional al ser humano, gestor a fin de cuentas de la riqueza y del capital.
Las decisiones económicas mercantilistas, de visión cortoplacista, han llevado, durante el siglo XX, a la pérdida del 75% de la diversidad genética de los cultivos agrícolas (según datos de la FAO). Pérdida prácticamente incuantificable en términos económicos. Cada vez se siembran menos variedades de legumbres, frutas, granos y tubérculos. Se afecta de este modo la dieta humana con graves consecuencias. Según pronósticos de expertos agrónomos de la India, de las treinta mil variedades de arroz otrora cultivadas en el mundo, muy pronto se cultivarán apenas... ¡diez! Y este tipo de pérdidas tiene otros ejemplos. En el siglo XIX, por ejemplo, Estados Unidos cultivaba más de siete mil variedades de manzanas; hoy sobreviven en sus campos apenas el 25% de esas variedades.
"El planeta simplemente no puede resistir el impacto ambiental del desarrollo en la actual escala. De hecho creo que el producto nacional bruto será sustituido como un indicador económico, por las mediciones de la destrucción ecológica. Las corporaciones deberán convertirse en ambientalistas, de otro modo sufrirán la ira de los consumidores e inversionistas", concluyó el investigador norteamericano Gerald O. Barney, del Instituto de Estudios para el Siglo 21, en la mesa redonda auspiciada por el Centro de Estudios Avanzados para la Administración, de la prestigiosa Escuela Wharton, de la Universidad de Pensilvania. Y no le faltaba razón a G.O. Barney. Los movimientos de consumidores conscientes por la cuestión ambiental y la responsabilidad social son crecientes. Y logran ya boicotear productos y sacarlos del mercado si no cumplen con ciertos requisitos.
En 1992 Andrew Steer, especialista británico vinculado al Banco Mundial, explicaba: "Los encargados de la formulación de políticas de desarrollo reconocen cada día más que no tomar en cuenta los costos del deterioro ambiental es una actitud que resultará ineficiente, y en muchos casos ineficaz, para aumentar los ingresos y el bienestar de la población".
El camino está marcado y la senda no es difícil de transitar. Puede haber desarrollo con conservación ambiental. Puede haber gran crecimiento económico sin deterioro del ambiente. Muchas empresas alrededor del globo han empezado a dar el ejemplo. Es cuestión de inteligencia y sensibilidad. Como decía el amauta Javier Pulgar Vidal: "Si la humanidad no tiene el valor de enfrentarse al reto de la conservación, no será por incapacidad técnica o carencia de entendimiento, será por falta de visión y voluntad política y generosidad". Y es justamente esa generosidad la requerida para que el sistema que aplastó al marxismo-leninismo siga vigente y fortaleciéndose día a día.
El Comercio, 15/11/2008

jueves, noviembre 13, 2008

Obama, la esperanza verde

Barack Obama ha sido visto por una gran mayoría de sus votantes como la "esperanza negra" de la clase media que traerá la paz y reanimará la golpeada economía estadounidense. Habría ya que empezar a reconocerlo y comprenderlo como la "esperanza verde" para este planeta cuyos glaciares se derriten y sus patrones climáticos mutan de manera inexplicable, que pierde bosques y especies a ritmos alarmantes y que sucumbe ante los humos tóxicos y metales pesados que algunos nos quieren vender como sinónimo de "progreso" y "desarrollo".
"El ambientalismo --ha dicho el flamante presidente electo de Estados Unidos-- no es asunto de un grupo de privilegiados, ni tema de blancos o de negros, no es un asunto del sur o del norte, del este o del oeste. Es un tema en el que todos tenemos que participar. Y si yo puedo hacer algo para asegurar que no solo mi hija sino cada niño de Estados Unidos tenga pastizales verdes donde correr, aire limpio para respirar y agua limpia para nadar, entonces eso ocurrirá porque trabajaré esforzadamente para que sea una realidad".
Detrás de esa sonrisa que cautivó a millones de votantes, detrás de ese orador sagaz y carismático hay pues un hombre cuya gran preocupación es la conservación del ambiente en que vivimos, en definitiva la defensa de la vida, y de la calidad de vida.
Sus detractores buscaron indicios de que su posición era meramente un asunto de oportunismo político. Pero luego de vanos intentos debieron reconocer que este hombre "tiene un corazón que sangra verde". No había ningún esqueleto en el clóset y si más bien un activismo comprobado, un compromiso público y privado.
Su preocupación 'verde' se remonta a cuando era estudiante en la Universidad de Columbia. Ya entonces impulsaba proyectos de reciclaje entre jóvenes estudiantes de Harlem. Trabajando con comunidades de base al sur de Chicago, batalló para la reducción del plomo en un vecindario pobre y tras graduarse de abogado en Harvard, elegido ya en 1996 para cargos públicos, se convirtió en un reconocido líder de temas medio ambientales y de salud, con capacidad de desarrollar las políticas más adecuada para el bienestar de la población.
Entre sus logros figuran haber prohibido juguetes cargados de mercurio que amenazaban a los niños, establecer estándares de calidad de agua y aire, sacar adelante proyectos de conservación de los grandes lagos y otras áreas silvestres. Ha apoyado además toda iniciativa que de prioridad a la calidad y limpieza del aire, del agua y de los suelos, base de la vida.
Estamos frente a un político moderno y sensible, capaz de comprender y expresar abiertamente que las políticas y leyes de protección ambiental no están ni tienen por qué estar reñidas con las necesidades del pueblo estadounidense a gozar de un ambiente saludable y sostenible con crecimiento económico. Una convicción que esperamos sea asumida por los líderes de este terruño nuestro.
John F. Kennedy, uno de los demócratas más lúcidos del convulsionado siglo XX escribió: "Cada generación tiene que luchar de nuevo con los saqueadores, con la tendencia a utilizar los recursos públicos en beneficio propio y con la inclinación a preferir las ganancias a corto plazo a las necesidades a largo plazo". No cabe duda que a Obama le tocará enfrentarse a esa rapiña de la que hablaba JFK, y con ello nos enseñará el camino hacia el verdadero desarrollo.

El Comercio, 08/11/2008

miércoles, noviembre 05, 2008

El mayor recurso peruano

El amauta Javier Pulgar Vidal sostenía que el cerebro humano era el mayor recurso natural del planeta. Lo repetía una y otra vez en diversas reuniones de conservación de la naturaleza. Así dejaba atónito a un auditorio preparado para escuchar sobre bosques y maderas, sobre petróleo y minerales, sobre el agua dulce albergada en los glaciares y un mar preñado de peces, es decir, sobre los recursos y materias primas con proyección económica. El sabio, de mirada vivaz y pequeña estatura, sonreía bondadosamente esperando alguna opinión contraria. Pero no la había, no podía haberla porque lo dicho era ciertísimo. ¿De qué progreso podemos hablar si no contamos con mentes de las que manen las ideas?
"El gran mérito de la inteligencia humana --decía-- es el descubrimiento, localización, extracción y explotación de los recursos naturales para convertirlos en riquezas". Queda claro pues que el aprovechamiento de los recursos y el desarrollo de un país depende de los elaborados procesos químicos y eléctricos que suceden dentro de tan fascinante y complejísimo tesoro natural, sobre el que no existen propuestas de conservación ni de protección.
Según datos, uno de cuatro niños peruanos menores de 5 años sufre de desnutrición crónica. Cerca del 70% de los menores de 2 años padece anemia, es decir, que en la edad crítica de formación cerebral una gran mayoría de pequeños compatriotas no tiene acceso a los nutrientes necesarios para el desarrollo óptimo de su potencial como seres humanos. No olvidemos, además, que se trata de hijos de padres y madres a su vez malnutridos; de mujeres que en muchos casos no han recibido durante el embarazo las vitaminas y minerales requeridos para la gestación saludable de los peruanitos por nacer. No nos llame la atención, pues, el hecho de que ocho de cada diez niños no entiendan lo que leen.
Una política educativa que no incluya la nutrición como base estará destinada al fracaso. Una política de salud que no dé prioridad a la embarazada atenta, de manera directa, contra el derecho de esa mujer y el de su hijo.
Una política alimentaria que no insista e invierta en promover la lactancia materna no sienta las bases para elevar el coeficiente intelectual de la niñez menos privilegiada. Recordemos que investigadores daneses y estadounidenses determinaron que los adultos amamantados durante más tiempo en la infancia obtuvieron puntajes más altos al medírseles el coeficiente intelectual; simplemente, son más inteligentes.
El sabio Santiago Antúnez de Mayolo Rynning, gran conocedor de la nutrición en tiempos prehispánicos, indica que la leche materna "contiene dos ácidos grasos esenciales, el araquidónico (AA) y el docosahexaenóico (DHA), además de otros cien compuestos que promueven el crecimiento y desarrollo del cerebro, de los ojos y de las neuronas, además de proteger las membranas celulares de virus y bacterias".
La adecuada protección del mayor recurso natural del Perú, pasa también por garantizar a los niños un ambiente sano y seguro, desde el punto de vista ambiental y emocional. Los contaminantes ambientales, como los metales pesados presentes en el aire, aguas y suelos de ciertas zonas, pueden generar daños cerebrales irreversibles, agresividad y retraso mental.
En el caso de la violencia, sufrida por la niñez dentro de sus propias familias, "desencadena una cascada de efectos que incluyen cambios en las hormonas y en los neurotransmisores que intervienen en el desarrollo de regiones cerebrales vulnerables", afirma un equipo de la Universidad de Harvard encabezado por el doctor Martin Teicher. En la adultez esto puede llevar a depresión severa, adicción, tendencia al suicidio y violencia incontrolable.
Protegiendo la salud integral de las niñas y niños, de las gestantes y la seguridad del entorno familiar, será posible el sueño del sabio Javier Pulgar Vidal de que "las próximas generaciones, educadas de manera diferente, original y novedosa, sean los verdaderos agentes de recreación de este mundo".
Mientras tanto, si no enfrentamos este reto y comprendemos el cerebro, y empezamos a tratarlo como el mayor recurso natural del Perú, como la materia prima de la que depende el futuro, no solo se verán truncadas nuestras esperanzas como país sino que habremos demostrado cuán inmensa es nuestra falta de generosidad.
El Comercio, 01/11/2008

El valor de las abejas

Las abejas son si se quiere el alma de la cultura. Su zumbido acompañó el largo camino de aquellos recolectores y recolectoras de hojas, bayas y miel que tras descubrir la agricultura pudieron asentarse para empezar a desentrañar los misterios de la vida y, con ello, forjar las bases de la civilización. Su zumbido hoy cobra mayor vigencia, al tomarse plena conciencia de la importancia de las abejas y sus aportes económicos.
Para muestra un botón: el rendimiento de las cosechas de café puede incrementarse en más de 50% con la participación de las abejas y otros polinizadores. Así lo sostiene el científico estadounidense David Roubik, experto en investigaciones tropicales del Instituto Smithsoniano. El dato cobra especial relevancia si tomamos en cuenta que, hasta el reciente descubrimiento de Roubik, se creía que las plantas de café se autopolinizaban por lo que era irrelevante, por tanto, la intervención de los insectos. Pero, como dicen, sorpresas te da la vida.
Y esto no es todo. Al menos un tercio de las frutas y verduras consumidas alrededor del globo resulta de su labor polinizadora en los cultivos establecidos por el ser humano. Tal información la ha divulgado Eric Mussen, especialista en apicultura de la Universidad de California.
Si en un caso hipotético las abejas desaparecieran de Gran Bretaña, en un solo año se perdería más de 165 millones de libras esterlinas y desaparecerían los cultivos de manzanas, peras y canola de la isla, informa la Asociación de Apicultores de Gran Bretaña; esto, claro, a menos que la polinización se realice manualmente, lo que terminaría inflando los precios al convertirse en una función remunerada.
El año pasado, por ejemplo, la Agencia para la Protección del Ambiente italiana (APAT) reveló que ese país había perdido la friolera de 250 millones de euros por la reducción de la población apícola. ¿Las causas de este declive? Para variar, las malas prácticas humanas que llevan a desequilibrios ambientales, contaminación, mala calidad del agua y difícil acceso a ella.
Las abejas son, pues, un verdadero tesoro, uno de los principales agentes polinizadores que cumple su labor, silenciosa y hasta clandestinamente, de modo que asegura la producción y el comercio de alimentos.
Hasta donde se ha constatado, 87 de los 115 cultivos más importantes para la economía y la dieta planetaria requieren de polinización para desarrollarse. Nueces y lechugas, brócolis y melocotones, paltas y pepinos: gran variedad de especies comestibles depende de la abeja para producir semillas, con lo que se garantiza así la sostenibilidad de los cultivos y la posibilidad de que los agricultores puedan volver a sembrarlos, año tras año.
Ellas no solo nos brindan cera, miel, polen, jalea real (antianémico por excelencia) y propóleos (antibiótico natural). A la abeja le debemos, también, por lo menos un trillón de dólares (sí, así como se lee: un trillón de dólares) de los tres trillones del comercio anual de productos agrícolas. Hay que agradecerle también por el 35 por ciento de las calorías y la mayoría de vitaminas y minerales que consumimos cada año, según informes de la Universidad de Gotinga, Alemania.
Los aportes de las abejas para la economía son, pues, muchos y muy grandes. Pero sus servicios no quedan allí. Estamos frente a un verdadero y utilísimo escuadrón de inspectores ambientales, que pueden ser la fuerza laboral para novedosas microempresas 'verdes'. Así es. Las abejas son excelentes bioindicadores. Tras buscar el polen y volver a sus colmenas, es posible analizarlas y obtener datos sobre la calidad ambiental de una determinada zona y los contaminantes presentes. Toda esta información (metales pesados, pesticidas, etc.) es 'atrapada' en el diminuto vello que cubre a cada una. En varias áreas agrícolas de Europa, principalmente Alemania, Italia, Inglaterra y España, estos ejércitos alados y zumbadores ya están en acción recogiendo muestras, reduciendo costos y contribuyendo con conservar el planeta.
El Comercio, 25/10/2008

Perú: territorio libre de transgénicos

¿Qué tienen en común el príncipe Carlos de Inglaterra y la ingeniera agrónoma ayacuchana Juana Huancahuari, congresista por el Partido Nacionalista Peruano?

¿En qué coinciden el notable chef peruano Gastón Acurio con la doctora Jane Goodall, etóloga y primatóloga que ha investigado por décadas a los chimpancés y babuinos de Gombe, Tanzania?

Estas personalidades tan disímiles, de canteras ideológicas diversas y distantes, extrañas las unas de las otras, de distintos países y diferentes especialidades están convencidas de que los cultivos y alimentos genéticamente modificados (GM), o transgénicos, no son una solución y si no más bien un nuevo problema para la salud humana, para el equilibrio ambiental y el desarrollo sostenible.

En días recientes la parlamentaria, ingeniera Juana Huancahuari anunció que impulsará un proyecto de ley que declara al Perú país megadiverso, natural, orgánico y libre de productos transgénicos. Esto --según explicó-- para "proteger la diversidad de especies, de recursos genéticos, de ecosistemas y de culturas del país, que permite ofrecer al mundo productos orgánicos y naturales". La iniciativa apunta a que se derogue toda legislación que bajo la falsa premisa de la "bioseguridad" permita y promueva el cultivo e importación de transgénicos en el Perú.

Y la cosa es para tomarla en serio. En el ADN de las semillas transgénicas se han introducido genes extraños a la especie original. Así, por ejemplo, virus y bacterias (en ocasiones también modificados genéticamente) que jamás formaron parte de la dieta humana ingresan en la cadena alimenticia y en los sistemas agrícolas. Como si esto no fuera suficiente, se está cruzando la barrera impuesta por millones de años de evolución que separa a las especies vegetales de las animales. Hoy por hoy, genes de polillas o de pescados se empiezan a introducir en tomates, fresas y una variedad de cultivos pretendiendo hacerlos más resistentes o productivos.

Gastón Acurio, destacado chef, investigador culinario y exitoso empresario, ha venido pronunciándose abiertamente en contra del ingreso de transgénicos al Perú. Ha puesto énfasis, además, en la ventaja comparativa de nuestro país como productor agrícola orgánico. En una entrevista concedida a RPP, repitió lo que ya había afirmado en la revista Somos: "La agricultura transgénica no es conveniente para la economía del Perú porque la naturaleza del Perú es una naturaleza de gran biodiversidad que le permite convertirse en la gran marca de productos orgánicos en el mundo y los productos orgánicos tienen un valor agregado, lo transgénico es para otro tipo de geografías y de climas". Recordemos que en el Perú se dan variadas especies utilísimas para la industria, la alimentación y la salud (baste poner un par de ejemplos: la uña de gato, potente antiinflamatorio y anticancerígeno comprobado, o el camu camu, con un contenido de vitamina C, 60 veces mayor al del limón).

Esta posición no debe verse como un cargamontón contra la investigación científica o el desarrollo tecnológico, sino todo lo contrario. Se trata simplemente de generar debate sobre el tema y brindar información oportuna a la población. Lamentablemente, los promotores de las semillas se han encargado de inclinar la balanza informativa hacia sus intereses con cuatro temas debatibles, discutibles y rebatidos por la propia data existente: seguridad, mayor productividad, mayor resistencia y posibilidad de erradicar el hambre.

"La respuesta es simplemente no", dijo el profesor Robert Watson cuando se le preguntó si los transgénicos podrían resolver el hambre mundial. Watson ha sido director del más grande estudio sobre el tema, realizado a lo largo de cuatro años y revisado por 400 expertos. Esta es la conclusión de un especialista que ha estado vinculado al Banco Mundial, a la Casa Blanca y que actualmente es científico en jefe del Departamento para el Medio Ambiente, Alimento y Asuntos Rurales del Reino Unido (Defra, por sus siglas en inglés).

Los transgénicos no resuelven el hambre y tampoco mejoran la productividad. Los datos demuestran que la soya modificada produce 10% menos que su equivalente no alterada. En abril de este año la Universidad de Kansas publicó los resultados de un estudio de tres años, realizado en el cinturón cerealero de Estados Unidos, que da cuenta también sobre la menor productividad del maíz, el algodón y la canola transgénica, con relación a sus similares naturales. Lo que confirma varios los resultados de estudios anteriores: el de la Universidad de Nebraska (2007) y del propio Departamento de Agricultura de Estados Unidos (2006).

El pasado 2 de octubre, el príncipe de Gales, Carlos de Inglaterra, tildado de "ignorante" y "lúdico" por su defensa de la agricultura orgánica, se refirió, una vez más, a su preocupación por los alimentos y cultivos transgénicos. Fue durante la conferencia en memoria del fundador del movimiento de agricultura orgánica, Sir Albert Howard (1873-1947).

Explicó el príncipe que "la evidencia hasta el momento es que los rendimientos de los llamados 'supercultivos' son generalmente más bajos que sus contrapartes convencionales". Se refirió también al reporte del profesor Robert Watson que "lejos de abogar por los cultivos genéticamente modificados como una solución al hambre mundial, arguye a favor de más aproximaciones orgánicas, expresando una particular cautela sobre la concentración de la propiedad de los genes en las manos de unas pocas compañías".

Las compañías aludidas son, sin duda, Monsanto, Aventis, Syngerti, Dupont y Dow, que controlan el 85% de los alimentos a través de semillas, pesticidas y fertilizantes. En la actualidad Monsanto controla cerca del 90% de las semillas transgénicas. Junto a Dupont y Syngenta controla el 39% del mercado mundial de todo tipo de semillas y el 44% de semillas "patentadas".

No son una solución para el hambre global ni aumentan la productividad de los campos. ¿Qué hay de su seguridad para la salud?

Jon Tester, senador por Montana ante el Congreso de Estados Unidos, ha dicho: "La agricultura debe ser sostenible, el alimento sano y seguro y la gente tiene el derecho de saber qué es lo que está comiendo". Tester está en una batalla por lograr que en su país los alimentos transgénicos sean, por lo menos, etiquetados para que el consumidor conozca qué virus, bacteria, o gene de polilla se está llevando a la boca.

Sobre la inseguridad de estos alimentos se ha referido extensamente Jeffrey M. Smith en sus libros "Seeds of Deception", y "The Genetic Roulette". Smith es director ejecutivo del Instituto para la Tecnología Responsable, miembro del comité de Ingeniería Genética del Club Sierra, la más antigua, grande e influyente institución conservacionista de Estados Unidos, y autor y conferencista especializado en el tema de los transgénicos. Presentó ante la Agencia de Protección Ambiental Estadounidense (EPA, por sus siglas en inglés) un extenso informe sobre los peligros para la salud inherentes a los transgénicos. Allí cita inclusive un estudio de la propia Monsanto sobre su maíz Mon Bt 863 que reporta signos de toxicidad en hígado y riñones de las ratas alimentadas con tal producto. Según Smith, los transgénicos no son seguros y están vinculados a cientos de reacciones tóxicas y alérgicas, miles de casos de esterilización, enfermedad y muerte en ganado y daño a virtualmente todo órgano y sistema de los animales estudiados en laboratorio.

Expertos británicos del Comité Asesor del Gobierno en Alimentos y Procesos Novedosos lanzaron una alerta sobre los cultivos en Estados Unidos y partes de Europa que contienen un gen resistente a los antibióticos. Hay inquietud de que esta característica pueda transmitirse al ser humano. En una nota del diario londinense "Daily Mail", se hace referencia al microbiólogo John Heritage, uno de los expertos del comité, quien ha escrito a las autoridades americanas sobre esta preocupación. "Aunque el riesgo es pequeño --indica-- son enormes las consecuencias de una infección potencialmente letal e incontrolable, propagándose entre la población".

La reconocida doctora Jane Goodall publicó hace un par de años el libro "Cosecha de esperanza, una guía para un comer consciente", en el que advierte sobre los peligros de los alimentos transgénicos y la desaparición de la diversidad de las semillas.

En una entrevista radial en el programa "Democracy Now", Goodall explica que a la fecha no se puede predecir su efecto acumulativo a largo plazo en el ambiente o en nuestra propia salud. Explicó que los propios animales rechazan los transgénicos y citó el caso de ratones de laboratorio que debieron ser alimentados con bombas estomacales para lograr que ingirieran los tomates genéticamente modificados que despreciaban.

La Asociación de Exportadores, ÁDEX, ha señalado mediante comunicado que "es prematuro abrir las puertas en nuestro país a los cultivos transgénicos pues aún no se ha medido su impacto en nuestra biodiversidad... por lo que es necesario un estudio de los beneficios o perjuicios que podrían traer...".

Un país libre de transgénicos es lo que dicta la razón. En este contexto vale la pena recordar las palabras del brillante intelectual Umberto Eco, en su artículo "El Mago y el Científico". Dice Eco: "Los hombres de hoy no solo esperan, sino que pretenden obtenerlo todo de la tecnología y no distinguen entre tecnología destructiva y tecnología productiva". A buen entendedor, pocas palabras...
El Comercio, 18/10/2008