“La vida en sí es el más maravilloso cuento de hadas”, dijo alguna vez Hans Christian Andersen, uno de los más famosos escritores del reino de Dinamarca. Y un cuento de hadas ha sido para muchos —incluida quien escribe estas líneas— estar en Copenhague mientras que por las mismas calles andaban algunos de los seres humanos más notables de nuestro tiempo. Personajes como el arzobispo anglicano Desmond Tutu, pacifista antiapartheid, Nobel de la Paz 1984, o la bióloga, veterinaria, política y ecologista keniana, Dra. Wangari Mathaai, Nobel de la Paz 2004, que ha contribuido como pocas al desarrollo sostenible. Y otros muchos dedicados a construir un mundo mejor. No podía faltar la doctora Jane Goodall., quien desde los años sesenta del siglo pasado vive en las junglas de Tanzania, tratando de salvar de la extinción a los chimpancés y al bosque tropical. “Mi vida es una historia hermosa, feliz y llena de incidentes”, escribió también Andersen. Y un feliz incidente fue escuchar en vivo a esta gran dama de los chimpancés.
Aprender a compartir
“Los bosques brindan a los seres humanos importantes servicios ambientales —dijo con voz pausada en una importante reunión con lo más notable del empresariado y de la política verde— pero no son solo nuestros. Debemos aprender a compartirlos con la diversidad de especies que dependen de ellos para sobrevivir. No podemos seguir tomando decisiones egoístas que afectarán negativamente a las generaciones futuras”. Goodall llegó en los años 60 a Gombe invitada por el científico Louis Leakey, su mentor, para estudiar a los chimpancés, hoy es la máxima autoridad en estos primates. Por entonces la selva se extendía hasta donde alcanzaba la mirada y más allá. “En los ochenta —comenta— empezó un proceso de deforestación que amenazó la supervivencia de la especie”.
Actuar para salvar
La deforestación avanzaba a ritmo acelerado avasallando el hábitat de los chimpancés. “Empecé a trabajar con la comunidad, con las mujeres, consiguiendo microcréditos, desarrollando las competencias y capacidades de las personas para que fueran aliadas de la conservación y recuperación del bosque. Hoy extensas zonas han sido reforestadas y sirven como amortiguamiento de la reserva. La comunidad trabaja por el bosque para tener una buena calidad de vida, agua y alimentos”, y cuenta tamaña hazaña como quien comenta que puso a hervir agua para el té. Es la humildad que da la grandeza. “Pero nada ganamos si no educamos a las nuevas generaciones para relacionarse armoniosamente con la naturaleza”, afirma.
Ejemplar
En la reunión sobre la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD), mencionó los avances que permiten las nuevas tecnologías. Ella ya usa las aplicaciones de Google Maps y Google Mobile para armar una base de datos e involucrar a las comunidades en el monitoreo. No es mujer de estadísticas ni de frías cifras. “Hay que alcanzar los corazones. Más vale un millón de corazones que un millón de dólares” ha dicho y explica los efectos del cambio climático con lo que ha visto: “en Panamá los indígenas Kuna Yala han vivido por centurias en una pequeña isla. Ahora están planeando evacuarla, algunos ya se marcharon porque el mar la está cubriendo”.
Pero no solo habla de problemas. A la revista “Newsweek” le dijo “Las cosas pueden funcionar. Hace mucho en Costa Rica, el gobierno empezó a pagar a los agricultores para que no cortaran los árboles. En las ciudades las personas estuvieron de acuerdo con un impuesto para garantizar el agua y aire limpios. Hay muchas formas de lograrlo”. Una de las formas —dice— es modificar nuestra dieta y apoyar la agricultura orgánica. La gran revolución del siglo XXI. “¿Saben que la ganadería genera más gases de efecto invernadero que todos los automóviles del planeta?”, dice. Y salimos convencidas, como escribió H.C. Andersen, de que “Solamente vivir no es suficiente. Uno debe tener sol, libertad y una pequeña flor”.
Pero no solo habla de problemas. A la revista “Newsweek” le dijo “Las cosas pueden funcionar. Hace mucho en Costa Rica, el gobierno empezó a pagar a los agricultores para que no cortaran los árboles. En las ciudades las personas estuvieron de acuerdo con un impuesto para garantizar el agua y aire limpios. Hay muchas formas de lograrlo”. Una de las formas —dice— es modificar nuestra dieta y apoyar la agricultura orgánica. La gran revolución del siglo XXI. “¿Saben que la ganadería genera más gases de efecto invernadero que todos los automóviles del planeta?”, dice. Y salimos convencidas, como escribió H.C. Andersen, de que “Solamente vivir no es suficiente. Uno debe tener sol, libertad y una pequeña flor”.
El dominical, 20 de diciembre de 2009