jueves, febrero 25, 2010

Réquiem por el balneario de Ancón

Santa Sofía, del grupo Romero, insiste en establecer un puerto en la histórica bahía de Ancón, una importante área arqueológica y tradicional balneario por generaciones




Esta podría ser la última temporada de Ancón como balneario. El proyecto de establecer un puerto amenaza la quieta e histórica bahía. Santa Sofía, del grupo Romero, esgrime la falsa premisa de creación de puestos de trabajo (a saber estos no llegan siquiera a 400). Ancón tiene otra vocación: la pesca artesanal, la práctica de deportes acuáticos, los estudios arqueológicos y la conservación de un valioso patrimonio arquitectónico (sus casonas del siglo XIX). Cobra importancia ecológica que en sus roquedales y cuevas habite el pingüino de Humboldt, ave en extinción. Ancón tiene además fervorosas celebraciones religiosas: la fiesta de la Cruz, el día de San Pedro y San Pablo (con su procesión en el mar) y la tradicional Semana Santa, que son atractivos turísticos. Su historia se remonta a épocas preíncas, los hallazgos arqueológicos pueden apreciarse en el Museo de Sitio, establecido gracias al impulso del doctor Alejandro “Jan” Miró Quesada Garland. En Ancón, entre otros eventos históricos, se selló la paz con Chile. ¿Por qué borrarlo todo con un puerto?
El Comercio, 21 de febrero de 2010

Adiós a la naturaleza invisible

“Quien ensucia el agua debe limpiarla”, afirmaba cuatro siglos antes de Cristo el célebre filósofo griego Platón. Así, dejó bastante claro que nadie tenía (ni tiene) derecho a degradar un bien que es de todos y, en todo caso, quien lo hiciera estaba (está) obligado a repararlo. En el siglo XX tal dicho se convirtió en la lógica de “el que contamina paga” y se aplicó bajo la forma de impuestos, con éxito en países como Alemania, cuyas empresas avanzaron prontamente tecnologías y procesos amigables con el ambiente.
En pleno siglo XXI lo dicho por Platón se refleja en las propuestas del economista Pavan Sukhdev, consejero especial de Naciones Unidas, quien afirma que la “invisibilidad de la naturaleza” al tiempo de hacer negocios y tomar decisiones ha propiciado los descalabros ambientales que vemos. “No podemos gerenciar lo que no medimos y no estamos midiendo el valor de los beneficios de la naturaleza ni el costo de su pérdida”, dijo recientemente al diario británico “The Guardian”.
Las empresas deben empezar a contabilizar sus pasivos ambientales, es decir su impacto negativo sobre los ecosistemas, la biodiversidad y el clima. En otras palabras, “sincerar” los costos, tan simple como eso. Y pasemos ahora al escalofriante “sinceramiento” de cifras. Un informe de la consultora Trucost, encargado por Naciones Unidas y cuyos avances fueron difundidos el último jueves, indica que en el 2008 los pasivos ambientales de las tres mil más grandes empresas del globo fueron cercanos a los… ¡dos mil quinientos trillones, sí trillones, de dólares! Este monto inimaginable es mayor al de las economías nacionales de todos los países de la Tierra (menos de los 7 más poderosos).
El informe menciona, además, que un tercio de las ganancias de esas compañías se desvanecería si pagaran por el uso, pérdida y daño ambiental que causan. Así “ensuciar el agua y no limpiarla” resulta siendo un buen negocio, a vista y paciencia de los gobiernos y muchas veces con su venia. El asunto deriva, además, en algo totalmente ilógico: todos y todas padecemos la contaminación, deforestación, sobreúso de agua, generados por negocios ajenos, mientras unos pocos gozan las ganancias. Lo último que nos faltaba: el comunismo de la contaminación, la democratización del descalabro ecológico, la distribución justa y equitativa de los desequilibrios ambientales. Y lo mismo ocurre a pequeña escala, porque por el ojo de esa aguja entra también el conductor de la vetusta combi que envenena el aire urbano, causándonos alergias, irritándonos los ojos, la garganta y los bronquios, mientras él hace su “agosto” (amén de causar accidentes por doquier).
El estudio que será publicado por el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas y la iniciativa Principios para Inversiones Responsables, apoyada también por ONU, esperan sensibilizar a los inversionistas para que exijan a las compañías reducir sus impactos, antes que los gobiernos impongan mayores impuestos, sanciones, restricciones o regulaciones a sus actividades. La economía de la naturaleza visible está a la vuelta de la esquina.
El Comercio, 20 de febrero de 2010

sábado, febrero 13, 2010

¿Qué vendrá después?

Fuertes vientos se desataron sobre el lago Titicaca, en Puno. Por los aires volaron los techos de paja y las legendarias islas flotantes de los uros fueron arrastradas por más de tres kilómetros. Tuvo que intervenir la Marina para poner las cosas en su lugar y anclar este territorio de totoras en su lugar original. Por poco y los últimos representantes de esa cultura milenaria desaparecen, con todo y pueblo, como Macondo en “Cien años de soledad”, arrastrados por el ventarrón. El clima cada vez se parece más a la literatura, a una intervención artística que modifica en un instante el paisaje pero dejando estragos y grandes pérdidas tras de sí. El cambio climático se empieza a asomar con su estética de destrucción.
“Lluvia y más lluvia, ayer sin cesar, y ahora mismo vuelve a empezar [...]”, escribió en 1907 el poeta Rainer María Rilke, en “Cartas sobre Cézanne”. Y así está una extensa parte del norte del Perú, padeciendo lluvias más intensas que las de las peores temporadas de fenómeno de El Niño. En Trujillo, Chan Chan, la más grande ciudadela de barro de Latinoamérica y patrimonio mundial, debió ser cubierta —hasta donde se pudo— con plástico para evitar daños irreparables. La naturaleza parece estar dispuesta a darnos una lección, nos amedrenta para recordarnos nuestra fragilidad, la necesidad de desarrollar una cultura de prevención y empezar a tomarla en cuenta para ubicar el lugar que nos corresponde en el planeta. Somos nada cuando ella de sata su furia y somos aún menos que nada si ante esa furia no analizamos qué debemos hacer. Una y otra vez el ingeniero reconstruye el camino allí donde volverá a pasar el huaico, ni un poco más allá ni un poco más acá, y no tomará las medidas adecuadas para proteger su obra. Una y otra vez el agricultor querrá ganar terreno donde sabe que gusta el río desbordarse y perderá sus cosechas. Con compulsiva obsesión se reconstruirán casas, escuelas, postas y albergues en zonas de deslizamientos, en terrenos ines-tables. Y las autoridades se fotografiarán felices ante estos logros hasta que nuevamente la naturaleza mande su clarinada: “allí no tenía que ser” y todo vuelva a comenzar, o a terminar.
Con Washington D.C., la capital de Estados Unidos, paralizada y soportando nevadas y bajísimas temperaturas no registradas desde hace más de un siglo, con Río de Janeiro en un carnaval de infierno y sus termómetros por encima de los 45 grados, no queda duda de que estamos ya atisbando a lo que se referían los científicos cuando hablaban del “cambio climático global”. Con una humanidad que en los últimos tres siglos se ha ido desvinculando cada vez más de la naturaleza y de sus procesos, los avatares del clima son una especie de brutal “llamado” para entender y reestablecer lazos con aquello de lo que formamos parte. Francis Thompson (1859-1907), poeta inglés, expresó esta interrelación así: “Todas las cosas por un poder inmortal/ cercano o lejano/ Ocultamente/ Una a la otra tan unidas están/ Que es imposible tocar una flor/sin que se estremezca una estrella”.
El Comercio, 13 de febrero de 2010

Ya nada será igual

El clima sigue azotando extensas porciones de nuestro territorio. Mientras tanto Lima se prepara para recibir al divo español Julio Iglesias, quien alcanzara la fama con su canción “La vida sigue igual”. Con prácticamente medio Perú en estado de emergencia por los recientes eventos que han ocasionado invalorables pérdidas humanas, colapso de infraestructura, millares de familias sin techo y cuantiosas pérdidas materiales y agrícolas, una cosa queda clara: ya nada será igual y la cultura de prevención tendrá que asumirse como prioridad nacional, regional, local e individual. Lluvias torrenciales en Cusco, Puno y otras zonas del sur andino. Granizadas en Huancayo tan feroces como para derrumbar casas de adobe. “Nunca antes había pasado esto”, repiten los afectados (afectados justamente por la falta de prevención y dejadez de sus autoridades).
Desde fines del siglo XX, los expertos anunciaron la alteración del clima. Lo que está ocurriendo, a lo largo y ancho del planeta, responde a modelos analizados del tan mentado “calentamiento global”, cuyo errático comportamiento lleva a episodios como los de una Europa soportando nevadas inusitadas. El cambio climático no perdona y lo afecta todo.
Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Clima, COP-15, realizada en Copenhague, Dinamarca, el pasado diciembre, un grupo de chefs y enólogos franceses reclamaron acuerdos para evitar la debacle del sabor. La evidencia señala que la industria vinícola y la gastronomía podrían sucumbir por los avatares del clima. Ciertos vinos franceses y griegos, así como la cerveza tipo pilsener ya están viéndose afectados. Veintisiete regiones del vino padecen el mal sabor de algunas de sus cosechas. En cuanto a la cerveza, el climatólogo Martin Mozny del Instituto de Hidrometeorología de la República Checa, ha informado sobre el deterioro del delicado lúpulo Saaz. Mozny y su equipo detectaron que desde 1954 al 2006, la concentración de ácidos alfa —responsables de la sutil amargura de la pilsener— se redujo 0,06% anualmente. Y esto no es todo. El doctor John Agar, experto en ecología tropical de islas, indica que el famoso, delicioso y carísimo café jamaiquino —con denominación de origen Blue Mountain— ya está perdiendo su característico sabor (suave y sin amargor). Lo mismo ciertos tés y algunos aseguran que el arroz. Un informe de la revista “New Scientist” indica: “las chuletas de cerdo serán más aguadas y pálidas, mientras que los churrascos más oscuros y apestosos”. Los gastrónomos anuncian que el sabor que trae el cambio climático será agrio. Así, al impacto social, económico, pesquero y agropecuario hay que sumar el mal sabor. Mientras las poblaciones pobres serán afectadas inicialmente, los grupos más favorecidos tendrán tiempo para lamentarse por el mal sabor de su café y la pestilencia de su lomo. Luego se darán (nos daremos) de cara con la democracia de las fuerzas de la naturaleza. Esa sí que no hace distingos ni concesiones y trata a todas y todos por igual.
El Comercio, 06 de febrero de 2010

lunes, febrero 01, 2010

No culpemos a la lluvia

¿Fue la lluvia o la falta de prevención? Invalorables vidas humanas perdidas, casas desplomadas, vías bloqueadas, puentes y vías colapsados, poblados aislados, miles de hectáreas de cultivo ahogadas bajo el agua, pérdidas materiales que van por los mil millones de soles.
Las lluvias desataron su furia sobre el sur andino —en el caso del Cusco—, hicieron crecer hasta diez veces el caudal normal de los ríos. En dos o tres días llovió lo que en un mes. Puno, Huancavelica, Apurímac y Ayacucho están también afectados por un fenómeno natural perfectamente previsible. En pleno siglo XXI y con la tecnología disponible esto no llega de sorpresa. Días antes de que el cielo rebalsara —por decirlo de alguna manera—, el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología, Senamhi, declaró alerta naranja para la región hoy afectada. ¿Qué hicieron las autoridades? A la usanza nacional, nada. Y, hasta ahora, fuera de enviar la necesarísima ayuda de último minuto no se conoce ningún plan de intervención para dar soluciones y prevenir mayores daños.
En un escenario de cambio climático global, es impostergable crear una cultura de prevención e invertir en planes de contingencia. Si de algo tienen que preocuparse nuestras autoridades es de brindar los fondos necesarios y tecnología de punta a las instituciones encargadas de la investigación climática, así como contar con comunicación eficiente al más alto nivel. Es impostergable cruzar la información sobre los patrones del clima para reordenar el territorio y tomar las medidas preventivas necesarias: muros de contención, zanjas y canales donde los ríos y lagunas puedan descargar, maquinaria pesada disponible en zonas riesgosas, puentes móviles, un ejército preparado para actuar rápidamente ante estos episodios y, de ser el caso, el traslado de poblados a lugares más seguros. Hay que comprender que los desastres no son naturales y que resultan de la desidia y el desconocimiento humanos.
Lo ocurrido en Aguas Calientes, poblado a las faldas de esa joya turística peruana llamada Machu Picchu (Patrimonio de la Humanidad y una de las nuevas siete maravillas del mundo) estaba cantado. Aguas Calientes creció desordenadamente; sucesivas autoridades no solo permitieron sino que fomentaron el establecimiento de albergues y restaurantes en zonas inestables (terrenos muy cercanos al río, por ejemplo).
Frente a la tragedia del Cusco, los expertos en turismo hablan de la pérdida de un millón de dólares diarios para el sector. Si bien en momentos como los actuales corresponde al Estado operativizar la ayuda, ¿no deberían quienes hacen negocios de tal envergadura tener planes de contingencia ante tragedias como esta y otras? Una empresa ferroviaria que por largos años ha monopolizado la ruta Cusco-Aguas Calientes, tendría que contar con los medios para evacuar a sus pasajeros varados. Tanto como el Estado, las empresas deben prevenir y contar con planes para enfrentar los fenómenos climáticos. No culpemos solamente a la lluvia.
El Comercio, 30 de enero de 2010

La ceremonia de los adioses

“Miro una foto de una tristeza, dolor, crueldad y violencia inmensas: un hombre toma del pie el cadáver de un niño y lo arroja al aire. El cuerpo va a dar a la montaña de cadáveres —decenas de millares [...]”, ha escrito el novelista mexicano Carlos Fuentes en el diario “El País”, de España. Max Beauvoir, la máxima autoridad del vudú haitiano, considera que los muertos están siendo desechados como basura. Beauvoir fue educado en el City College, de Nueva York y en la Sorbona, de París y hoy llama la atención sobre cómo varios miles de cuerpos han sido depositados en fosas comunes o lanzados al fuego, “sin respeto ni dignidad”. Nicholas Young, presidente ejecutivo de la Cruz Roja Británica, explicó a la BBC: “Así es imposible que los parientes puedan tener un duelo, saber cuántas personas murieron y que los familiares puedan identificar a sus muertos. Todo esto es una verdadera lástima”.
Todo deudo quiere para su familiar o amigo “cristiana sepultura” y los haitianos no son la excepción, aunque su ritual de despedida sea distinto. Miles no pueden enterrar a los suyos según sus costumbres y espiritualidad, o lo que es lo mismo: según lo que les dicta el vudú. Más del 80% de las y los haitianos se declara católico pero practica también los ritos originados con la llegada de los primeros esclavos africanos, allá por el siglo XVI.
En los pueblos más alejados de nuestros Andes no es raro ver que tras la misa dominical algún grupo de parroquianos se reúna para realizar una ceremonia de pago a la tierra, a la pachamama. Creencias ancestrales que sobreviven y conviven con la fe católica, con el cristianismo. La religiosidad andina es vista, las más de las veces, como algo folclórico, una curiosidad antropológica, una antigua tradición pero a nadie se le escarapela el cuerpo con eso.
¿Pero, qué nos pasa con el vudú? La simple palabra trae a la mente imágenes de zombis, figuras clavadas con alfileres para causar daño, ritos macabros, sacrificios y magia negra (y por negra se supone que mala y perversa). Racismo, prejuicio y desinformación que han sido alimentados a lo largo de las décadas por los medios de comunicación, libros de bolsillo y un sinfín de terroríficas películas de Hollywood. Ninguna religión ha sufrido tal campaña de desprestigio y demolición como esta surgida de la mixtura de rituales de África Occidental (de Ghana a Benín) con el catolicismo y prácticas amerindias.
Al arribar los esclavos a tierras caribeñas fueron forzados a adoptar la religión de sus “amos” pero conservaron sus creencias y adoptaron algunas de los nativos del lugar, en un proceso de siglos conocido como sincretismo. Esas mismas fuentes africanas, cristianas e indígenas abrevaron la santería y el arará cubanos, el vudú de Nueva Orleans, Estados Unidos, el candomble brasileño y argentino. Creencias que, como las nuestras, consideran que el ser humano conserva su dignidad aún ante la tragedia inevitable de la muerte.
El Comercio, 23 de enero de 2010

Discapacidad no es incapacidad

“La ciencia puede haber encontrado una cura para la mayoría de los males; pero no ha encontrado remedio para el peor de todos ellos: la apatía de los seres humanos”, escribió en “Mi Religión” (1927) —uno de sus 10 libros— la autora, pensadora y activista política estadounidense Hellen Keller (1880-1968), quien, para más señas, quedó ciega y sorda a los 2 años de edad. En realidad no hay mayor mal espiritual y tragedia para un país que la apatía. No es otra cosa que dejadez, indolencia, falta de interés y voluntad. Simple egoísmo con otro nombre. Quizá la apatía sea la razón por la que, en pleno siglo XXI, las personas con discapacidad sigan siendo marginadas y no gocen, en la práctica, de los derechos y oportunidades para desarrollar todo su potencial creativo, emocional y espiritual.
Una de cada diez personas padece algún tipo de discapacidad, sea física, sensorial o mental, es decir 10% de la población (aproximadamente 650 millones de personas alrededor del mundo). En nuestro país cerca de tres millones de hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños presentan algún tipo de discapacidad, especialmente en los sectores pobres.
El Perú ha firmado y ratificado la Convención de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas con discapacidad pero, como dicen los comentaristas deportivos, “aquí no pasa nada”. El tema recibe una mirada compasiva y “caritativa”, por decir algo y así entre comillas, pues el Presupuesto Nacional ni siquiera refleja eso.
El ex congresista Javier Diez Canseco está dispuesto a que el asunto cambie y que la referida Convención de la ONU deje de ser un simple saludo a la bandera. Para ello viene proponiendo la elaboración de una ley —como iniciativa ciudadana ante el Congreso—, respaldada con la firma de 50.000 ciudadanos. Veamos si siquiera eso saca de su apatía a nuestros queridísimos “otorongos”.
En el país del “tú no puedes” (o sea este rinconcito del cosmos llamado Perú) resaltan quienes pese a todo han sacado a la luz sus talentos. Un ejemplo inspirador es el artista plástico Félix Espinoza Vargas —grabador, acuarelista, tallador y pintor—, quien nació sin brazos y sin la pierna derecha: usa indistintamente la boca o el pie izquierdo para plasmar su arte. En entrevista con el periodista Enrique Sánchez Hernani, publicada en nuestro suplemento “El Dominical”, narró que en su infancia preguntó muy entusiasmado a un médico “¿qué debo hacer para nadar?”. ¿Y qué le contestó el apático y antipático ese? Pues nada más y nada menos: “Es imposible [...] si lo intentas, que no me vengan a avisar que te has ahogado”. Hoy el artista practica la natación en el mar de Punta Hermosa y nada de ida y vuelta, de la orilla hasta una isla cercana entre las olas y contra la corriente. “Todos somos vulnerables a la discapacidad, ya sea temporal o permanente, sobre todo a medida que nos hacemos mayores”, nos recuerda Ban Ki-moon, secretario general de la ONU. Mientras que Diez Canseco promueve el lema “Discapacidad no es incapacidad”. Y aquí bien podríamos decir “la apatía es la peor de las incapacidades”.
El Comercio, 16 de enero de 2010