De un tiempo a esta parte la política se ha convertido en la excusa de un sector de la población para ventilar sus odios, prejuicios y frustraciones personales.Una cosa es mantener intacta una necesaria y saludable indignación frente a las injusticias, la arbitrariedad, la corrupción y la mentira, y otra muy distinta es odiar hasta llegar al punto de mentir sobre alguna autoridad, líder de opinión o empresario que nos desagrada.
El odio es una emoción enceguecedora. Hace poco le pasó factura a un colega periodista de otro medio que en su afán de descalificar al ingeniero José Chlimper por su nombramiento en el BCR, afirmó que este era dueño de Inkafarma, mencionando la concertación de precios de medicinas sancionado por Indecopi. Al día siguiente debió rectificarse pues el mencionado no es dueño de la cadena de farmacias que mencionó. El odio lo ganó y lo llevó a mellar su propia credibilidad. Cuando se odia se cree todo lo malo que puedan decirnos de la persona de nuestra aversión.
El odio no es buen consejero; nuestros políticos, autoridades, periodistas y líderes de opinión deberían ser los primeros en no promoverlo porque es el simple reflejo de la incapacidad de funcionar adecuadamente en una sociedad imperfecta y defectuosa que nos toca perfeccionar espiritual y moralmente para alcanzar una convivencia armoniosa.
Un cierto sector de nuestros políticos pretenden evitar dicha armonía, y es que ellos solo ganan con un pueblo dividido y polarizado. Y entre los mayores expertos en ese arte de “dividir para reinar” se encuentra el congresista Carlos Bruce, el hombre que escribió en 2011: “Yo he trabajado con PPK y su falta de sensibilidad social garantiza un periodo de convulsión social en el improbable caso de que llegue a la presidencia”. Y mírenlo ahora como el vocero más rabioso y desatinado del presidente Pedro Pablo Kuczynski, el hombre que según Bruce es “garantía de convulsión social”. Bruce solito y por su inexplicable odio anterior a PPK, está condenado a ser lo que es: la caricatura de un malgeniado “Techito”, y punto.
Vivimos rodeados de autoridades y líderes huérfanos de ideales, que solo nos usan para que recibamos sus copas de cicuta y que los jóvenes movilicen su ira por las calles. El Perú necesita entusiasmo, optimismo, ideales y la sana indignación como motores para construir una sociedad que permita a “perro, pericote y gato, comer en un mismo plato”, como nos lo enseñó nuestro santo Martín. Pero los Bruces y demás hierbas procuran vernos agarrándonos a escobazos. ¡Trabajen en vez de cizañar, caray!
Martha Meier M.Q.
Expreso, 13 de noviembre de 2016