Cuando los medios de comunicación hacen de la mentira su estandarte se adentran en un camino de muy difícil retorno. Si las páginas de un diario gotean soberbia e infundios, la gente pasa de largo por el kiosko y lo deja colgado en hasta convertirlo en la última hoja del frondoso árbol de la libertad de expresión que -como decía don Alejandro Miró Quesada Garland- cobija a todas las demás libertades.
“El Comercio” fue alguna vez el corazón de los hogares, el pulso de la ciudad, la voz de muchos y la esperanza de grandes sectores de la población. Era como el pan o la mantequilla pues no faltaba en la mesa del desayuno; y “comercios” fue peruanismo para periódico. Por eso lastima verlos convertido en un simple papelón mendaz, cuya línea editorial es acaso más sinuosa que la huella de una sierpe sobre el barro.
Con un conglomerado mediático como “El Comercio” se pueden hacer cosas grandes y buenas por nuestro país, pero también muchas otras perversas y tóxicas como ocurre hoy. Y eso pone en riesgo no solo la supervivencia del medio sino a la democracia misma.
Hace algún tiempo una parte de la familia Miró Quesada le hizo creer a la otra que no debía ni podía dirigir su propio diario, cuya larga tradición de directores familiares fue la base de lo que algunos pueden considerar grandeza.
Esos mismos se encargaron de filtrar a recaderos de noticias a la medida de sus intereses, de sus egos y de sus vicios. Algo que sobra entre ese bando, carente de intelectuales capaces de pensar y repensar el Perú; de herederos a los que les bulle en la sangre el amor a la palabra y el don de escribir inteligiblemente, cosas cuando no brillantes al menos interesantes.
“El Comercio” ya no es siquiera un negocio rentable, solo miente y protege a la corrupción, con la coartada de defender el sistema del libre mercado.
Buena parte de los herederos de “El Comercio” han olvidado que la verdad y su hija la credibilidad son la esencia del comunicar; es como si Willie Wonka creyera que sin cacao puede hacer chocolate.
Yo creo que las páginas y las pantallas deben estar preñadas de verdad, del sueño compartido por un mañana mejor, de indignación ante las injusticias, furia contra la corrupción y palabras e imágenes que ayuden a forjar mejores seres humanos.
El mítico escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, maestro de maestros, sentenció que “las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.
¿El anti-periodismo pedante de “El Comercio” resulta de la escasez de buenas personas? Lo firmo: ¡sí!
Martha Meier M.Q.
Expreso, 18 de febrero 2017