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sábado, junio 18, 2011

Bien por Ancón, pero…¿el resto del Perú?



Ancón es hoy mucho más que el nombre de un tradicional balneario de Lima. Es más que una historia que se remonta cuatro mil años hasta tiempos precolombinos. Es más, mucho más, que un lugar donde cada verano se congregan limeños y limeñas de las más diversas clases sociales para disfrutar de la mansedumbre de sus aguas, de los deliciosos platos preparados con la pesca del día en su muelle artesanal. Es más que ese lugar quieto, de benigno clima invernal que invita al reposo, al paseo, a la observación de aves marinas y delfines, a explorar sus restos arqueológicos y deleitarse con una arquitectura que abarca todas las edades del Perú.
Ancón es hoy emblema de esa clase de batalla que se libra –a lo largo y ancho de nuestro país– contra el progreso malentendido, por lograr que las inversiones contribuyan a implementar proyectos en armonía con el ambiente y con la vocación y tradición de los lugares.
Tras un largo ¡No al puerto de Ancón!, los habitantes, veraneantes y principalmente los pescadores artesanales lograron que el Congreso de la República apruebe una ley que declara la intangibilidad de la bahía. Solo se espera la firma del presidente de la República, Alan García Pérez, para que esto sea una realidad y Ancón siga labrando su destino, sin intereses económicos desubicados interponiéndose en su devenir. La ley evitará la implementación de proyectos e infraestructura que atenten contra el medio ambiente y el espíritu del lugar (como el megapuerto que se intentaba instalar en el lado norte).
Los anconeros han dado una lección de tenacidad, de resistencia, de orden, organización y uso de la normatividad vigente para defenderse de un puerto que, a todas luces, atentaba contra la vocación natural de la zona: turística, balneario, deportes marinos, observación de aves, conservación y estudio de especies, pesca artesanal, culinaria local.
El logro de Ancón, sin embargo, debe llamarnos a reflexión sobre los cientos de comunidades donde se pretenden imponer grandes obras de infraestructura sin contar con la licencia social necesaria y sin respetar las tradiciones, costumbres y creencias del lugar. En el caso de Ancón, los pescadores artesanales, los habitantes y los veraneantes han coincidido mayoritariamente en su rechazo al puerto y han contado con el apoyo de conocidos personajes que pasan la temporada allí, como lo hicieron sus padres, sus abuelos y bisabuelos.
El ¡No al puerto! tiene de su lado a gente con acceso a los medios, con conexiones, destacados en su ámbito profesional, conocidos en la esfera pública, con capacidad de llegar a las autoridades para explicarles, para demostrarles, para hacerlos reflexionar. Todo esto ha sido, en ese sentido, un forcejeo entre iguales, pero en el resto del país los movimientos pro agrícolas, pro defensa de las fuentes y la calidad del agua, pro bosques, la relación es asimétrica, desigual. ¿Qué ocurre en el Pongo de Mainique, en las alturas de Piura, en Puno mismo? ¿Quién explica qué, a quién y cómo?
Ancón ha enseñado que las inversiones son buenas y aceptables solo cuando los instrumentos de gestión ambiental, como el ordenamiento y la vocación territoriales, son respetados. El mensaje anconero –que caló en el Congreso– es que la inversión inteligente es aquella que une y no crea discordia, que contabiliza los servicios ambientales y articula las visiones y expectativas de desarrollo locales y regionales con la nacional. Ancón es hoy una lección y es un pequeño ejemplo de lo que ocurre en otros rincones del Perú, pero que no cuentan con las mismas herramientas para hacerse entender.
Sus olas hoy liberadas y protegidas del puerto, parecen susurrar a Benedetti: “[…] es probable que nunca haya respuesta/ pero igual seguiremos preguntando/ ¿qué es por ventura el mar?/ ¿por qué fascina el mar? ¿qué significa/ ese enigma que queda/ más acá y más allá del horizonte?”.



El Comercio, 18 de junio de 2011

La agenda verde de Ollanta Humala



¿La conservación ambiental y el desarrollo sostenible son preocupación del virtual presidente Ollanta Humala Tasso? Probablemente sí, pero no se nota. Si nos guiamos por “La gran transformación” –su plan de gobierno seminal, ese de las 190 páginas que “ya no va”– diríase que los temas verdes no le van a quitar el sueño al comandante. “El plan de los primeros 100 días” es otra mala señal ambiental: el enfoque es, básicamente, avanzar en infraestructura, esto es necesario pero impostergable es también atender las cuestiones de corte verde.

¿Y ahora? Ahora, pues. Esperemos que el elegido sea lo suficientemente inteligente para pedirle ayuda a los expertos en conservación, incluidas las sabias cabezas de las comunidades rurales e indígenas y deje de lado a quienes redactaron los pocos párrafos sobre el tema en su plan de gobierno ya caduco (supuestamente). Párrafos –dicho sea de paso– que parecen arrancados del cuaderno de un alumno de primaria, poco aplicado. Para muestra un botón: “Se dictarán políticas fundamentales para hacer frente ante [sic] el cambio climático y el consecuente estrés hídrico que modifican significativamente la hidrología y los sistemas de uso de agua de los últimos siglos, considerando nuevas políticas de adaptación como la siembra-cosecha del agua en las cuencas, la del uso sostenible y no contaminante de este recurso que es un bien público escaso y no comercializable”. ¿En concreto? Nada, un enredo de visiones, estrategias y terminologías.

Ojalá que en su visita al Brasil, la presidenta Dilma Rouseff no le haya susurrado al oído temas verdes. ¡Socorro! No vaya a ser que a Humala, en su loco afán de ‘lulalizarse’, se le ocurra importar al Perú la fatídica experiencia del gobierno del Partido de los Trabajadores en materia ambiental. El ex presidente Inácio Lula da Silva ha sido la encarnación de la tesis de “el perro del hortelano” en la Amazonía brasileña. Ningún ejemplo para seguir.

Brasil se ha convertido, junto con China y la India, en una de las economías emergentes que emite mayor cantidad de gases de efecto invernadero (GEI). Estos subproductos no se derivan de una pujante y sólida industria en expansión, sino mayoritariamente de la quema de la cobertura del bosque amazónico para abrir tierra de cultivo para los ‘agronegocios’ y biocombustibles. Esto encontró un importante e irresponsable socio en el gobierno de Lula, muy generoso con el financiamiento público para tales fines y bastante relajado para medir los pasivos ambientales.

El brasileño aprobó leyes –más laxas que las peruanas– para alquilar los bosques públicos a empresas privadas y ONG. Eso se llama allá “Proyecto de gestión de bosques públicos”, quizá bien intencionado pero que al no evaluar el costo-beneficio socioambiental no puso la biodiversidad brasileña al servicio de las poblaciones de las zonas de valiosa diversidad biológica. Bajo Lula, Brasil además abrió de par en par sus puertas para la entrada de semillas transgénicas, especialmente soya, lo cual ha derivado en deforestación para cultivo y la consecuente pérdida de hábitats. Crecen los números pero…¿a qué costo?

“El producto interior bruto –dijo Robert ‘Bobby’ Kennedy en 1968– mide todo menos eso que hace que la vida valga la pena”. Y si hay algo que hace que la vida valga la pena, es poner empeño en desarrollar y crecer económicamente sin destruir el ambiente del que no solo depende el sustento físico y la salud de las futuras generaciones (una de cada diez especies de plantas de los bosques tiene propiedades anticancerígenas) sino también su derecho al gozo estético y espiritual que brinda la naturaleza en su estado más puro.

Si alguna gran transformación necesitamos es un discurso sobre el progreso socioambiental, un discurso que en se entienda el bienestar en términos de calidad y acceso a los recursos naturales, del impacto de estos sobre la vida, la salud y la paz social.

El resultado final de un buen gobierno –que es lo que esperamos que el virtual presidente Ollanta Humala consiga– es crear una vida feliz y saludable para los ciudadanos. La conservación no es obstáculo para el desarrollo, más bien es la base de un progreso sostenible en el tiempo y viable social y ambientalmente. Preocupa por ello que el virtual presidente no haya verbalizado la agenda ambiental pendiente.


El Comercio, 11 de junio de 2011

Las posibilidades de gobierno están pintadas

Un gobierno es bueno o malo. Así de simple. Ambrogio Lorenzetti, pintor italiano nacido en 1290, usó su arte para graficar esto y dejar claramente establecida la importancia del bien común, que no puede ni debe estar bajo el yugo de intereses subalternos. Lorenzetti fue contratado por las autoridades de Siena, Italia, y con sus pinceles creó en el siglo XIV dos alegorías políticas que vale la pena recordar a escasas horas de las elecciones (¡a morderse las uñas!).
Sus frescos muestran la felicidad y también la tragedia vinculadas al modo en que se ejerce el gobierno y cómo el mal gobierno fractura la relación urbano-rural, destruye el campo, sus recursos y empobrece a sus gentes, impactando dramática y negativamente sobre la vida y la alegría de todos y todas.



Lorenzetti pintó sus alegorías sobre tres de los muros de la “Sala de los Nueve”, del Palazzo Pubblico (Palacio Comunal); un edificio con forma de abanico cuya construcción arrancó en 1297 como sede del ayuntamiento. Se ubica en la Piazza del Campo, en la Toscana, y sus amplios salones lucen murales de varios artistas entre los que sobresalen los de Lorenzetti por su temática inu-sual para aquellos tiempos: estampas de la vida ciudadana, en vez de imágenes religiosas. Pintó sus frescos entre 1338 y 1340, cuando las guerras, la hambruna y la bacteria ‘Yersinia pestis’ diezmaban la población europea: alrededor de 25 millones de personas –incluido el propio artista– murieron por la llamada peste negra o peste bubónica.
En esa coyuntura, Lorenzetti, apoyado por su hermano mayor Pietro, pintó las alegorías del buen y del mal gobierno, la primera narración pictórica medieval con mensaje político.
Las alegorías del buen y el mal gobierno decoran el salón donde se reunían las principales autoridades de Siena. Plasman un ideario político-moral, mostrando la colisión entre la virtud y el vicio. Basta entrar a esa sala para que la propia composición atrape nuestra mirada y la guíe de las desgracias del mal gobierno hacia la derecha, donde se ve lo contrario: la justicia del mural del buen gobierno. Como no podía ser de otro modo, el buen gobierno está flanqueado por la paz y la justicia, debajo se aprecia a un grupo de personajes –autoridades de la Siena de entonces– y al gobernador, rodeados de atributos positivos personificados: templanza, justicia y paciencia. Un fiel retrato de los elementos necesarios para lograr eso que llamamos hoy “gobernabilidad”.
El fresco se extiende también sobre el muro de la derecha, donde se exhiben los beneficios del buen gobierno: seguridad, abundancia y la convivencia alegre y armoniosa (eso es justamente lo que los electores queremos para nuestro país).
El buen gobierno impacta positivamente en la ciudad y en el campo, donde se ve a los agricultores trabajando organizadamente, mientras personajes urbanos pasean por los alrededores. Predomina la idea de la abundancia y se reafirma la noción de paz y seguridad como garantía de una vida plena y feliz para todos.
El mal gobierno y sus consecuencias están representados por un tirano de rasgos demoníacos, sentado en un trono y rodeado de personajes siniestros, a cuyos pies hay dos borregos, símbolo de maldad. La justicia aparece atada, incapaz de actuar, aplastada bajo los pies del tirano. El mal gobierno se relaciona con: la avaricia, la soberbia y la vanagloria. La ciudad aparece destruida, con vecinos pleiteando y donde la enfermedad y la muerte son representadas por una persona tirada en el suelo a la que otros miran sin inmutarse. Aquí aparece el terror en vez de la seguridad. El mal gobierno en el campo se grafica con un paisaje rural devastado por la guerra y el terror. El buen gobierno da alegría y el mal gobierno torna vil y agresivo al hombre.
Ojalá el mensaje de los frescos de Lorenzetti inspire nuestro voto por la gobernabilidad, la justicia, la abundancia, la convivencia pacífica y la alegría, para todos y cada uno de los habitantes de este pedacito de planeta llamado Perú.


El Comercio, 04 de junio de 2011

La prensa del narcopromotor

George Soros, especulador financiero e inversor minero, entre otras, es activo promotor de la legalización mundial de las drogas. Cada año el narcopromotor dona millones de dólares, vía sus fundaciones, para imponer su propia agenda moral-político-financiera. Alguna vez, Soros se jactó de su poder para influir en el curso de los acontecimientos por reunir tres cualidades: comprensión de la historia, firmes creencias éticas y ‘mucho dinero’. Para sus fines, el ‘mucho dinero’ resulta esencial.
Una de sus fundaciones es la Open Society que, en el Perú, banca las operaciones de Ideele Reporteros, a cargo de Gustavo Gorriti Ellenbogen. Y mientras con la mano izquierda se rasga las vestiduras por la democracia y los derechos humanos, extiende la derecha para recibir el ‘mucho dinero’ de Soros para su aventura reporteril de agenda supranacional. Valdría la pena saber qué opina el candidato Humala sobre la legalización, especialmente tras su bíblico juramento por la democracia, ante conocidos agnósticos, ateos y seguidores de otros libros sagrados; varios de ellos y ellas –coincidentemente– firmantes de un documento promovido por Soros para liberalizar el tráfico de drogas en nuestro país.
Por donde se mire, drogas y democracia se repelen. No hay sistema libre, sano y justo que pueda sostenerse sobre una sociedad debilitada, corrompida, enferma moral y físicamente por el vicio. Las encuestas muestran que más del 70% de la población peruana no está de acuerdo con la legalización. No es pacatería ni conservadurismo, es certeza de que no puede haber paz, tranquilidad ni progreso allí donde los ánimos están alterados, el espíritu minado y las mentes embotadas por el uso y abuso de sustancias intoxicantes. A menos, claro está, que se quiera una muchedumbre fácilmente manejable, preocupada por buscar la próxima dosis antes que por los asuntos de la patria.
Pero volvamos a la prensa perpetrada desde Ideele. Una de sus principales características es su cautela sobre las inversiones mineras de quien la sustenta. Por esa vía no nos enteraremos de los conflictos socioambientales generados por la minera Barrick Misquichilca, a saber vinculada a Soros. Nada dicen de cómo ha afectado el rendimiento agrícola, ganadero y la calidad del agua en las cuencas de Perejil, Caballo Moro y Chuyugual, en la sierra de La Libertad, ni del sufrimiento del pueblo de Marinayoc, Áncash, por la contaminación de sus recursos hídricos. ‘Mucho dinero’, seguramente. Pero no solo silencian esto.
En días recientes, por ejemplo, la prensa de Soros, dirigida por Gorriti Ellenbogen, mencionó una reunión de extrema derecha donde hasta se aclamó la sanguinaria dictadura militar argentina. Ideele Reporteros reveló la presencia, en esa cita, de Rafael Franco de la Cuba, alias ‘Capulina’. En esa nota se recuerda que en agosto de 1996 este fue acusado por Demetrio Chávez Peñaherrera ‘Vaticano’ de ser el intermediario de Vladimiro Montesinos para cobrar cupos por los cargamentos de pasta básica de cocaína que salían de la base militar de Campanilla. ‘Capulina’ pasó al retiro en el 2005 e hizo –según explica IDL– “carrera como defensor de militares que afrontan acusaciones por violaciones a los derechos humanos”. Lo que obvia la prensa del narcopromotor es que ‘Capulina’ es, ni más ni menos, abogado de Amílcar Gómez Amasifuén, acusado de sobornar a los testigos de las violaciones de derechos humanos en Madre Mía, imputados al candidato nacionalista Humala. Y Gorriti calla hoy mucho de lo que ayer vociferó, por ejemplo, eso de que Humala era el “piquichón del Orinoco”, una “amenaza” para la democracia y “hombre de confianza del ultramontesinista general Cano Angulo”. ¿Todo esto es por afán de cambiar el curso de las cosas por ‘mucho dinero’?


El Comercio, 28 de mayo de 2011