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sábado, marzo 26, 2011

De la editora


El martes 8 de marzo fue el primer centenario del Día Internacional de la Mujer, fecha asumida hace buen tiempo por la ONU para resaltar la problemática que, en pleno siglo XXI, afecta a las mujeres y a las niñas, el sector más vulnerable a la explotación, al maltrato y al abuso, dentro de sus propias familias. En un reciente discurso, el Secretario General Ban Ki-moon explicó que viene impulsando la campaña “Únete para poner fin a la violencia contra las mujeres”, que junto con la Red de Hombres Líderes intenta erradicar “la impunidad y cambiar las ideas”. Tales ideas incluyen un mayor acceso de las mujeres al poder. Y es que menos del 10% de los países tienen como cabeza de gobierno a alguien de sexo femenino. Los Principios para el Empoderamiento de la Mujer, aceptados por más de 130 grandes empresas, intentan corregir este desequilibrio también en el ámbito privado. Después de todo, hablamos de la mitad de la población del planeta.


El Dominical, 13 de marzo de 2011

La reconstrucción del espíritu


“A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde hace millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren, y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil. ¿Sería eso, verdaderamente? ¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?”, escribió el notable escritor argentino Ernesto Sábato.
Estas frases cobran especial relevancia ante la tragedia que asola Japón tras haber sufrido uno de los terremotos más devastadores de la historia.
El gran terremoto nipón –como el de Pisco, Haití, Chile o el que en cualquier momento podría azotar Lima u otro rincón del Perú– es un campanazo que ha despertado las fibras profundas y mejores de lo que somos.
La tragedia ha demostrado la inmensa capacidad que tenemos para compadecernos por el otro, la empatía entre nuestra especie y cómo frente a la adversidad a nadie se le ocurre buscar diferencias sino más bien coincidencias. Es en estos momentos cuando no se entienden las guerras, los abusos al más débil, el atropello a los derechos ciudadanos.
Todo indica que somos bastante más buenos de lo que estamos dispuestos a aceptar o a creer.
“En la bondad –escribe Sábato– se encierran todos los géneros de sabiduría”. Así que si nos la pegamos de sabios, sabias o sabiondos empecemos por revalorar la bondad por la simple razón de que esa –digan lo que digan– es nuestra verdadera esencia. Somos insignificantes ante los designios de la naturaleza, esclavos de ellos, pero justamente es la comprensión de nuestra pequeñez lo que nos debe llevar a ser mejores y a entender cuán unidos estamos como habitantes de este pequeño planeta azul que gira en el cosmos, apenas como un grano de arena.
Ayer mismo nuestro día fue totalmente trastocado por algo ocurrido a miles de kilómetros de distancia: el espantoso sismo japonés desencadenó un tsunami que puso en alerta a toda la costa del Pacífico, incluida la nuestra.
Vías cercanas a las playas fueron cerradas y, por prevención, fueron evacuadas miles de personas de norte a sur y el sol brillaba sobre las playas desiertas.
Si alguien no entendía eso de la “aldea global”, pues aquí está un buen ejemplo: pendientes estuvimos y estamos de lo que podría pasar en nuestro país y pendientes, también, de cómo empezarán los japoneses a tratar de levantarse de los escombros tras un terremoto cuya potencia –a decir de los expertos– ha sido equivalente a la de diez mil bombas atómicas.
Y “lo admirable –como escribió Sábato alguna vez– es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil”.
Un planeta hostil que cada tanto nos sacude para despertarnos de la modorra, para que se nos caiga como caspa la soberbia y nos preocupemos más bien por vivir y convivir, en vez de acumular, de mostrar, de exhibir. Pero, como bien dice el escritor argentino, “la vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados”.
Si alguna lección nos deja la tragedia de Japón, es una de modestia y humildad frente a la naturaleza, esa naturaleza que de diversas maneras nos da el mensaje de que somos poco menos que nada. Creerse algo más es simple ego.


El Comercio, 12 de marzo de 2011

De la editora


Sobre el cine se ha teorizado y teorizará hasta el cansancio. ¿Qué es? ¿Cuál es su génesis, la secuencia, el encuadre, el fotograma, el aluro de plata que reacciona químicamente a la luz? El espectador común es ajeno a toda esta humareda de ideas en las cabezas de los investigadores y críticos del séptimo arte. Va al cine para tener una experiencia, para que otra realidad lo toque, para vivir un tiempo distinto al cotidiano en el que se puede saltar tres siglos en un segundo y llegar a otros mundos, ser parte de una mentira que creemos e insistimos en creer. La primera y única regla del cine es, a fin de cuentas, convertir a un grupo de espectadores en un cuerpo único y despertar en ellos lo que el director se propuso: risas, miedo, ternura. ¿Qué hace buena o mala una película? Nada y todo. Estamos frente a lo que el gran Armando Robles Godoy llamaba “el lenguaje misterioso”, y su mayor misterio es por qué logra seguir maravillándonos.


El dominical, 06 de marzo de 2011

Educar para el progreso


Finlandia es un país nórdico cuatro veces más chiquito que el Perú, más o menos de la extensión de nuestro amazónico departamento de Loreto. País de clima inclemente, con inviernos de más de 40 grados bajo cero, con escasez de tierras agrícolas y básicamente con la madera como el mayor recurso natural. Hasta entrado el siglo XX era un país pobre, una economía emergente que en pocas décadas ingresó al Primer Mundo. Como dicen, “sí se puede”, y la educación (sin olvidar la buena alimentación) ha sido primordial para el gran salto.
Hoy Finlandia es una economía sólida, una nación altamente industrializada y tecnificada, líder en manejo forestal, conservación ambiental, investigación científico-tecnológica, transparencia gubernamental y empresarial y especialmente admirada por su sistema educativo. Estamos hablando de un país donde 3 de cada 4 niños de 15 años afirman leer, a diario, por el simple placer de hacerlo, así que algo muy bueno deben estar haciendo esos maestros, esas familias y esas autoridades. Niños y niñas que disfrutan la lectura porque comprenden lo que leen, a diferencia de nuestro país donde 3 de cada 4 niños no entienden lo que leen, lo que convierte ese acto en una gran frustración. El Gobierno Finlandés promueve y cultiva el amor por la palabra escrita. Apenas nace un finlandesito, sus papás reciben como regalo del Gobierno un kit que incluye un libro con imágenes. Aquí el dicho bien podría ser: “Todo niño llega con un libro bajo el brazo”.
El modelo educativo finlandés es admirado e investigado. Para el ministro de Comercio Exterior y Desarrollo de Finlandia, Paavo Väyrynen –quien fue ministro de Educación en la década de los setenta–, la semilla del éxito está en la igualdad, la inclusión y el fácil acceso a los servicios educativos. Para este líder del Partido de Centro, uno de los tres más importantes de su país, esto se inspira en la ideología centrista nórdica de la descentralización, de atención al sector rural, gratuidad de la enseñanza, alimentación adecuada en el colegio y transporte, si se vive a más de 5 kilómetros de la escuela (por acá nuestros pequeños, especialmente en la zona andina, deben caminar horas para llegar a sus aulas). La proliferación de infraestructura escolar permite que las poblaciones más alejadas accedan a la educación, gracias a la lógica centrista de “lo pequeño es hermoso”. Así se erigen colegios aun en zonas de escasa población escolar. ¿El resultado? 71% de los pequeños ingresará a la universidad y se convertirá en un adulto. A decir de los investigadores, la piedra angular del modelo son los profesores y profesoras, cuya formación técnica garantiza los buenos resultados. Quien dicta clases debe contar con título universitario y para enseñar en primaria hay que estudiar 6 años de carrera universitaria. En esa tierra de clima nórdico y, según cuentan, país de Papá Noel, los profesores están considerados entre los profesionales más importantes.
Los chicos y chicas de Finlandia han demostrado ser bastante brillantes y, desde hace buen tiempo, sobresalen en las pruebas internacionales de ciencias, matemáticas y lectura (tales como el PISA, en el que nuestro país sigue apareciendo en los últimos lugares). Hasta una potencia como Estados Unidos trata de desentrañar el secreto. El Departamento de Educación del país de Obama ha encontrado, por ejemplo, que los niños empiezan el colegio a los 7 años y tienen un trato muy horizontal con sus maestros, de igual a igual y sin nada de niñerías: una relación de pares en la que los pequeños saben perfectamente cuáles son sus responsabilidades. Pocas tareas, menos exámenes, nada de uniformes, nadie que amarre los zapatos ni les ayude a subir el cierre de las chaquetas o haga recordar que deben recoger su almuerzo en la cafetería. Ningún trato especial para los más inteligentes, trato igualitario en el que los más avanzados colaboran para que el resto de la clase no quede rezagada. Esto ya parece de otro planeta.
Como todos los adolescentes, estos también andan con los pelos parados y teñidos de cualquier color, pasan horas en la web, son muy irónicos y oyen música que reventaría los tímpanos a cualquiera, sin embargo, su rendimiento es superior. Son muchachos que se convertirán en profesionales y trabajadores considerados entre los más confiables, eficientes y productivos del mundo. “No tenemos grandes riquezas, como el petróleo, así que el conocimiento es lo único que tenemos para salir adelante”, nos dice el ministro Paavo Väyrynen.
El Comercio, 05 de marzo de 2011

De la editora



Había una vez un niño que quería pintar. Su papá pensaba que eso de andar entre pinceles y óleos era cosa de bohemios y borrachos, probablemente sin saber que en Lima todo lo es. Así, decidió que el talento del hijo se volcara en un oficio más serio y lo guió hacia la fotografía. El joven quedó fascinado. Descubrió que con una cámara podía también crear, decir, expresar, denunciar, volcar su sensibilidad y perennizar los instantes. Y ese niño que quería pintar se convirtió en el mejor reportero gráfico que tuvo el Perú en el siglo XX. Carlos ‘Chino’ Domínguez ha dejado en herencia un millón de negativos que narran la historia peruana del último medio siglo, pero fundamentalmente ha demostrado –lo que nadie puede– que el fotoperiodismo también es arte, un arte que aún busca su espacio y críticos capaces de comprender la estética que plantean estas imágenes que dicen, que asombran y, las más de las veces, estremecen.


El dominical, 27 de febrero de 2011

Los árboles de Félix


Félix Finkbeiner es un mozalbete alemán de 13 años. El pasado 2 de febrero, en la novena sesión plenaria de alto nivel de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que declaró el 2011 Año Internacional de los Bosques, se despachó un discurso que arrancó lágrimas, risas y aplausos. Muy suelto de huesos dijo a los y las representantes de los diversos países del planeta: “No hablen, empiecen a sembrar”.
Esa es su visión, esa es su campaña, que los “grandes” dejen de hablar tanto sobre los problemas de la deforestación, el cambio climático y las áreas boscosas y, más bien, se remanguen y pongan las manos en la tierra. Así de simple, y no le falta razón.
El chiquillo ya había tenido una muy comentada intervención en la cita de Cancún sobre cambio climático, en diciembre del año pasado, realizada tras el sonado fracaso de la anterior reunión de Copenhague. “Los niños nos sentimos realmente estafados. Se hizo tanto para llegar a Copenhague y al final ¿qué se logró?”, dijo ante un auditorio de autoridades y expertos boquiabiertos.
Félix Finkbeiner tenía solo 9 años cuando conoció la historia de Wangari Maathai, una doctora en biología nacida en Kenia y perteneciente al pueblo Kikuyu. Maathai fundó en 1977 el movimiento Cinturón Verde para recuperar las tierras erosionadas mediante la siembra de árboles. Movilizó masivamente a las mujeres africanas, y a lo largo y ancho de su continente empezó a reverdecer el paisaje. Más de treinta millones de árboles se plantaron. En el 2004 Maathai recibió el Nobel de la Paz por su trabajo a favor del desarrollo sostenible, la democracia y la paz.
Hace cuatro años el chiquillo alemán fue profundamente inspirado por la figura de esta notable mujer del África y le vino la idea de sembrar un millón de árboles en su tierra natal y en los países que se pudiera. Entusiasmado y muy seguro, presentó su proyecto en el colegio. Sus compañeros, maestros y los padres de familia escucharon atentamente y desencadenó una epidemia de optimismo pocas veces vista. Ese fue el punto de partida. Para cuando el niño cumplió 12 años, es decir tres años más tarde, Alemania tenía un millón de árboles más gracias a Félix y a quienes compartieron su sueño. Se convirtió en un personaje mediático y a la fecha su organización Siembra por el Planeta viene trabajando en setenta países con el motivador lema “No hablen, empiecen a sembrar”.
Este loco bajito, este hombrecito que no conoce imposibles, ha recordado que los niños y adolescentes representan la mayoría de la población mundial, y viene convocando a los gobiernos de la Tierra y sus habitantes a sembrar… ¡un trillón de árboles en los próximos diez años! “Esto es –según Félix– solo 150 árboles por persona”. El asunto se ve simple, desde sus zapatos.
En su discurso ante la ONU agradeció “la oportunidad de hablar”, resaltó el año internacional de los bosques, “porque para nosotros los niños, los bosques no solo son donde habitan millones de personas, sino que son nuestro futuro”. El alemancito se refirió a la miseria que mata de hambre a treinta mil niños y niñas cada día, en un mundo increíblemente rico. Su meta es que “la pobreza sea una cuestión de museos. Es tiempo de trabajar juntos y combinar nuestras fuerzas. Viejos y jóvenes, ricos y pobres”. Su lógica es la siguiente: “Un mosquito no puede hacer nada contra un rinoceronte, pero miles de mosquitos pueden hacer que el rinoceronte cambie de rumbo”.
Así que… queridísimos padrastros de la patria y candidatos, escuchen a Félix: “No hablen, empiecen a sembrar”.
Estamos hasta la coronilla y más arriba con su campaña de insultos, de intrigas, sarcasmos, mechones de pelo, bailecitos y demás vergüenzas ajenas. Así que mucho se agradecería unos cuantos arbolitos. Y tú, Félix…¡ven! Los “grandes” necesitamos aprender de ustedes los niños, que por tamaño están más cerca de la tierra y la cabeza más lejos de las nubes.


El Comercio, 26 de febrero de 2011

De la editora


En todo hay una excepción. Ernesto Sábato, por ejemplo, no califica para el dicho “quien mucho abarca, poco aprieta”. Porque vaya que este argentino universal ha abarcado bastante y destacado en todo lo que se propuso, y en lo que no. Físico y matemático, dejó las ciencias para abrazar la literatura creando una compleja obra, de profunda preocupación por el hombre y su tiempo. Ensayista, articulista, poeta pensador, investigador del tango, pintor, lúcido político que abandonó la izquierda y apostó por la libertad, defensor de los derechos humanos. Tranquilo en el ámbito familiar y personal, desligado de escándalos y excesos. Un hombre bueno y decente. Esquivo, detrás de sus proverbiales anteojos de lunas negras, con fama de cascarrabias y corrosivo sentido del humor. Este admirable creador y pensador latinoamericano cumple 100 años, el 24 de junio.
Aquí nuestro homenaje a quien nos enseñó que solo “hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.


El dominical, 20 de febrero de 2011

¿Y si nos copiamos de Finlandia?


A fines del siglo XIX el Senado de Finlandia contrató los servicios de un experto en temas forestales para enfrentar la creciente pérdida de sus áreas boscosas. Era un hecho: se estaban quedando sin árboles. Arribó entonces a ese país el renombrado barón Edmund von Berg (1800-1874) para aplicar sus conocimientos. Miró, investigó y con brutal sinceridad alemana concluyó: “Los finlandeses han adquirido una gran habilidad en el arte de destruir los bosques […] viven en el bosque y de los bosques, pero por avaricia y estupidez –como la anciana del cuento de hadas– matan la gallina de los huevos de oro”. Lejos de sentirse maltratadas u ofendidas, las autoridades pusieron manos a la obra y para 1886 promulgaron su primera ley forestal bajo el espíritu que aún se conserva de que “el bosque no deberá destruirse, ni deberá utilizarse de tal modo que se imposibilite su regeneración y renovación”. Hoy, 125 años después, Finlandia es ejemplo mundial de manejo sostenible de sus bosques: no hay árbol talado que no sea reemplazado, se dejan en pie los más antiguos para que en sus vigorosas ramas aniden las especies de aves propias del lugar, otros se dejan pudrir sobre el suelo para enriquecerlo y brindar hábitat a los insectos, musgos y hongos que enriquecen la tierra y sirven de alimento a la fauna de cada zona.
Este 2011, declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Año Internacional de los Bosques, vale la pena recordar la figura de Van Berg: el primer estudioso en señalar los beneficios de los bosques, más allá de la pura producción maderera, y la visión de los finlandeses al aceptar e implementar sus recomendaciones, hasta convertirlos en una de las mayores fuentes de riqueza en un país casi cuatro veces más chico que el Perú. Finlandia colabora grandemente con nuestro país y otros de la región para que logremos replicar los altos niveles de excelencia, eficiencia y rentabilidad en el manejo de este recurso diverso y abundante por estos lares. Nos queda, sin embargo, un enorme trecho que recorrer.
El Perú es en esencia un país forestal. El proverbial mendigo no estaba sentado –como se nos quiere hacer creer– sobre un “banco de oro”, sino sobre un tronco de madera no trabajado. Prácticamente el 70% de nuestro territorio es Amazonía, bosques que albergan una asombrosa variedad de fuentes de finas y cotizadas maderas. Somos el país con el segundo bosque más grande de Sudamérica. ¿Qué somos como industria forestal? Menos que nada. Campean la informalidad, la corrupción, las técnicas obsoletas de manejo, el desorden territorial, las explotaciones mineras y petroleras en zonas donde el aprovechamiento óptimo del recurso madera sería más razonable y rentable, los cocaleros ilegales deforestan miles de hectáreas para sembrar sus arbustos y construir sus contaminantes pozas de maceración, se sustituye la valiosa flora nativa por monocultivo de especies foráneas para la producción de aceites y proyectos de biocombustible, en fin, un zafarrancho.
Aquí un par de perlas. Un paseo por Iquitos nos permite apreciar el desprecio por los árboles: un terreno baldío debe ser deforestado, si tiene cobertura paga multa. En esa misma ciudad, puerta de entrada a bosques con intensa actividad extractiva, no se encontrará un gremio de buenos carpinteros capaz de añadirle valor al árbol caído. Y lo mismo ocurre en otras zonas de nuestra Amazonía. El árbol por poco y es exportado con pajaritos, mariposas y todo. ¿Un ejemplo de Finlandia? La mayoría de troncos se convertirán en cotizados muebles. Los bosques han permitido que ese país desarrolle un diseño de avanzada. Y nosotros por acá con la tara del buen José Carlos Mariátegui “ni calco ni copia”. ¿Qué tal si empezamos a copiar lo bueno?


El Comercio, 19 de febrero de 2011

De la editora




En la primera epístola a los corintios, San Pablo glorifica al amor como la mayor de las virtudes del ser humano. San Pablo describe de modo poético y hermoso qué es la “pequeña cosa loca que llamamos amor”, como cantara allá por los años noventa Freddy Mercury y el grupo Queen. Nos dice el Santo: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no actúa con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra con la injusticia sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. En estos tiempos de afectos pasajeros, de “choque y fuga”, de un camino que se bifurca porque se persiguen intereses materiales o satisfacer repentinos deseos, en una época cuando las parejas, las familias y las amistades se quiebran con más facilidad que una copa de cristal y el sacrificio no se comprende como implícito a cualquier compromiso, el mejor regalo que podemos entregar mañana 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, a este egoísta siglo XXI es asumir como propias las palabras de San Pablo y convertirlas en forma de vida. Otro mundo podremos así construir.



El Dominical, 13 de febrero de 2011

De la editora


Julio Verne (1828-1905), en su novela “París en el siglo XX”, escribió sobre un siglo que apenas atisbó. Dijo: “aunque todo el mundo sabía leer, ya nadie leía”, y “en esa época de negocios el consumo de papel aumentase en proporciones inesperadas […] los bosques ya no servían para calefacción, sino para la impresión”. ¿Vio acaso el futuro? Sus seguidores aseguran que sí, pues anticipó el viaje a la Luna, los rascacielos, el submarino, Internet, los motores de combustión, el fax, la iluminación eléctrica, entre otros inventos y sucesos que se dieron después de su muerte. Para los investigadores, la curiosidad, la creatividad y el estudio de las teorías científicas de su época le permitieron vislumbrar lo que vendría. A Verne hay que leerlo y releerlo, pero su principal enseñanza es que la imaginación, los sueños y la fantasía son la génesis de los grandes cambios.
El Dominical, 06 de febrero de 2011

Mentes sanas para un mañana mejor

“El mayor recurso de un país es el cerebro de sus habitantes, capaz de transformar en riqueza aquello que la naturaleza nos brinda y dar los saltos científicos y tecnológicos que llevan al progreso de la humanidad”. La frase es del amauta Javier Pulgar Vidal (1911-2003) y el lúcido pensador, abogado y geógrafo la repetía incansablemente tratando de llamar la atención sobre la necesidad de cuidar tan valioso e importante recurso natural. Un tesoro de 100 mil millones de neuronas. Su conservación y salud, la nutrición adecuada para su óptima formación durante los fundamentales primeros años –incluso mientras se gesta en el vientre materno– y la estimulación temprana para desarrollar al máximo su potencial, debiera ser el eje del discurso de los y las candidatas presidenciales.
Un país sano, optimista, creativo, emprendedor y capaz de convertirse en parte del Primer Mundo depende de brazos trabajadores y de mentes creadoras y lúcidas de la gente de a pie y de sus autoridades. Si nos preocupa la contaminación de un río, más debieran angustiarnos los estragos causados por las sustancias tóxicas en el cerebro de un niño, una niña o un adolescente (ya sean procedentes de la contaminación ambiental y más de las drogas). Con una generación disminuida por el vicio, debilitada por la dependencia, sin más preocupación que conseguir la próxima dosis, cualquier nación va directo al fracaso.
Cuando el bosque desaparezca y el agua escasee aun más, cuando la economía colapse (una y otra vez por los ciclos del mercado) y las fuentes de energía se agoten, será el cerebro humano el que encontrará las soluciones; así como nos llevó a conquistar el espacio, a transformar el hidrógeno en combustible, a encontrar la cura y las vacunas para erradicar enfermedades que antaño diezmaban poblaciones enteras, y así como conectó el planeta a través de Internet.
Diversas encuestas nacionales muestran que alrededor del 90% de la población rechaza la legalización de las drogas. Seamos sinceros, ¿quién no ha vivido de cerca el drama de un hijo, primo, sobrino o amigo, enfermo de adicción? ¿Quién no ha sufrido por la degradación moral, física e intelectual de un ser querido a consecuencia del vicio? Madres que descuidan y maltratan a sus hijos; empresarios que quiebran por tomar decisiones fuera de sus cabales; adolescentes –hombres y mujeres– capaces de prostituirse por una línea de cocaína; enfermedades mentales latentes gatilladas; talentosos artistas cuya producción decae por la falta de disciplina, de horarios, de orden.
Las drogas ‘recreacionales’, en todas sus variantes (suaves y duras): marihuana, cocaína, pasta, éxtasis, opio, entre otras, son una amenaza para la salud cerebral. Frente a esto surge la pregunta: ¿Cómo asegurar un futuro mejor para el Perú, si las autoridades responsables de tomar las decisiones pueden estar bajo el influjo de sustancias que embotan la razón y distorsionan la percepción?
El ser humano dejó la húmeda oscuridad de la caverna y construyó ciudades. Desarrolló el lenguaje para entenderse con sus semejantes, arte para volcar su mundo interior y observó el entorno hasta comprender que no tenía que pasar la vida errando tras las huellas de los animales salvajes ni recolectando frutos para su subsistencia. Aprendió a cultivar la tierra, domesticó animales, se asentó en un lugar y empezó a construir la civilización. Mientras los monos siguieron en su hábitat, nuestra especie construyó hogares, familias y normas para mejorar la convivencia o al menos tratar de hacerlo. Dejó de lado la superstición y empezó a descifrar el mundo con los ojos de la ciencia. Y todo esto gracias a un cerebro que es único y nos permite reflexionar, hablar y soñar. ¿Qué sería del Perú sin una juventud capaz de soñar con un mañana mejor y tener el vigor y las ganas para conquistar ese sueño? Soñar y no alucinar bajo el influjo de algún estupefaciente, se entiende.
El Comercio, 05 de febrero de 2011