Los descubrimientos científicos y el desarrollo tecnológico avanzan velozmente, para bien y para mal. Apasionados, los científicos investigan en sus laboratorios ajenos a los grandes intereses económicos. Pero la pasión, esa fuerza chúcara difícil de controlar, puede llevar a cualquier parte.
Anualmente, el mundo es testigo de los llamados Anti-Nobel que 'premian' los avances científicos más inútiles, estudios que obviamente no constituyen amenaza alguna para los diversos grupos económicos que acechan a la ciencia. El Anti-Nobel parece inofensivo, pero resulta una buena estrategia de distracción que irónicamente alcanza a veces mayor difusión que el Premio Nobel. Y, aunque parezca de Ripley, los trabajos presentados deben haber pasado el riguroso 'peer review', la revisión de pares, es decir, el examen de otros expertos que garanticen la rigurosidad de la investigación. El anuncio y la entrega ocurren, nada más y nada menos, que en la Universidad de Harvard.
Este año, en la categoría de química, los estadounidenses Sheree Umpierre, Joseph Hill y Deborah Anderson compartieron el galardón con los taiwaneses C.Y. Hong, S.S. Shieh, P. Wu y B.N. Chang. El equipo estadounidense descubrió las efectivas propiedades espermicidas de la Coca-Cola y publicó su estudio en la prestigiosa "The New England Journal of Medicine". Los científicos de Taiwán concluyeron exactamente lo contrario y su estudio fue tan contundente que la importante revista "Human Toxicology" tuvo a bien publicarlo. ¿Total? Este caso nos grafica claramente que la ciencia no es esa fuente de verdad absoluta, que las hipótesis de trabajo pueden llevar a diferentes conclusiones y que las publicaciones científicas tienen también su propia agenda de intereses.
Lamentablemente, aparecer en una publicación científica de renombre es la única manera de validar una investigación. No importa cuán cierta e importante para la humanidad sea: si no aparece en esas páginas, no existe, no hay que tomarla en cuenta, y esto lleva a que no haya rebote noticioso. Curiosamente, los más recientes estudios sobre casos comprobados de la peligrosidad y toxicidad de los transgénicos vienen siendo silenciados en los medios especializados y, por tanto, no validados. Los científicos que van a contracorriente, sin pensar en los intereses económicos a los que se enfrentan, constituyen un inmenso grupo al que se le vulnera su derecho a la libertad de expresión, en tanto se viola también el derecho a la información oportuna del público. Nadie se preocupa ni pronuncia sobre las políticas editoriales de las publicaciones científicas que, al parecer, no están muy dispuestas a chocar contra sus potenciales fuentes de financiamiento.
Contundentes estudios que demuestran que las semillas transgénicas pueden afectar negativamente la salud humana y ambiental no se han podido divulgar en estas revistas científicas que, alegremente, dan cuenta al mundo de sandeces tales como que una pulga salta más en un perro que en un gato. Vaya dato de vital importancia para el futuro de la humanidad. La censura impuesta a los informes sobre la peligrosidad de las semillas transgénicas, de los alimentos transgénicos, es la estrategia para no validarlos y convertir en parias a los científicos que alertan sobre productos dañinos que, como sabemos, son comercializados por inmensas corporaciones químico-farmacéuticas.
El célebre evolucionista Stephen Jay Gould consideraba que 'ciencia' y 'objetividad' eran prácticamente antónimos. Escribió "La falsa medida del hombre", un extraordinario libro que da cuenta de cómo a lo largo de dos siglos de historia la ciencia se usó para legitimar determinados intereses, principalmente racistas y para un orden social establecido.
La ciencia está para servir a la humanidad y no a los intereses de grupos de poder económico.
Anualmente, el mundo es testigo de los llamados Anti-Nobel que 'premian' los avances científicos más inútiles, estudios que obviamente no constituyen amenaza alguna para los diversos grupos económicos que acechan a la ciencia. El Anti-Nobel parece inofensivo, pero resulta una buena estrategia de distracción que irónicamente alcanza a veces mayor difusión que el Premio Nobel. Y, aunque parezca de Ripley, los trabajos presentados deben haber pasado el riguroso 'peer review', la revisión de pares, es decir, el examen de otros expertos que garanticen la rigurosidad de la investigación. El anuncio y la entrega ocurren, nada más y nada menos, que en la Universidad de Harvard.
Este año, en la categoría de química, los estadounidenses Sheree Umpierre, Joseph Hill y Deborah Anderson compartieron el galardón con los taiwaneses C.Y. Hong, S.S. Shieh, P. Wu y B.N. Chang. El equipo estadounidense descubrió las efectivas propiedades espermicidas de la Coca-Cola y publicó su estudio en la prestigiosa "The New England Journal of Medicine". Los científicos de Taiwán concluyeron exactamente lo contrario y su estudio fue tan contundente que la importante revista "Human Toxicology" tuvo a bien publicarlo. ¿Total? Este caso nos grafica claramente que la ciencia no es esa fuente de verdad absoluta, que las hipótesis de trabajo pueden llevar a diferentes conclusiones y que las publicaciones científicas tienen también su propia agenda de intereses.
Lamentablemente, aparecer en una publicación científica de renombre es la única manera de validar una investigación. No importa cuán cierta e importante para la humanidad sea: si no aparece en esas páginas, no existe, no hay que tomarla en cuenta, y esto lleva a que no haya rebote noticioso. Curiosamente, los más recientes estudios sobre casos comprobados de la peligrosidad y toxicidad de los transgénicos vienen siendo silenciados en los medios especializados y, por tanto, no validados. Los científicos que van a contracorriente, sin pensar en los intereses económicos a los que se enfrentan, constituyen un inmenso grupo al que se le vulnera su derecho a la libertad de expresión, en tanto se viola también el derecho a la información oportuna del público. Nadie se preocupa ni pronuncia sobre las políticas editoriales de las publicaciones científicas que, al parecer, no están muy dispuestas a chocar contra sus potenciales fuentes de financiamiento.
Contundentes estudios que demuestran que las semillas transgénicas pueden afectar negativamente la salud humana y ambiental no se han podido divulgar en estas revistas científicas que, alegremente, dan cuenta al mundo de sandeces tales como que una pulga salta más en un perro que en un gato. Vaya dato de vital importancia para el futuro de la humanidad. La censura impuesta a los informes sobre la peligrosidad de las semillas transgénicas, de los alimentos transgénicos, es la estrategia para no validarlos y convertir en parias a los científicos que alertan sobre productos dañinos que, como sabemos, son comercializados por inmensas corporaciones químico-farmacéuticas.
El célebre evolucionista Stephen Jay Gould consideraba que 'ciencia' y 'objetividad' eran prácticamente antónimos. Escribió "La falsa medida del hombre", un extraordinario libro que da cuenta de cómo a lo largo de dos siglos de historia la ciencia se usó para legitimar determinados intereses, principalmente racistas y para un orden social establecido.
La ciencia está para servir a la humanidad y no a los intereses de grupos de poder económico.
Martha Meier M.Q.
El Comercio, 23/11/2008
2 comentarios:
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