Martha Meier M.Q.
DERECHO DE GUERRA
Sábado 06 de junio del 2015
La frivolidad le ha pasado factura a la primera dama, Nadine Heredia, y no podrá pagarla con la tarjeta de crédito que le dio Chío (Rocío Calderón Vinatea) su “¡amigaaaa de toooda la viiiiida!”. De la chica idealista de polo rojo que en sus épocas universitarias cantaba trova cubana, no queda nada. Tampoco de la joven mujer que durante la campaña presidencial de su esposo Ollanta Humala hablaba de inclusión y de la defensa de la agricultura.
Algunos dirán que con 39 años a cuestas la rebelde Nadine maduró ideológicamente, entendió que el gobierno humalista no podía incendiar la pradera ni ahuyentar a las inversiones. Y, bueno, ella estaría en su derecho de cambiar su pensar, pero su giro de 180 grados no tiene nada de confrontación dialéctica. No.
La fierecilla ha sido domada a punta de vestidos de Óscar de la Renta, carteras Louis Vuitton, zapatos taco aguja sabrá de cuál nuevo diseñador y de relojes Michael Kors (que debe ser algo así como Cartier para la aspirante a…¿pituca?). Hasta nuestros emblemáticos Sublime y Cua Cua le saben feo y por eso ahora compra chocolates Godiva (Godaiva, dice como gringa).
¿Es la frivolidad de Nadine un delito? No, pero sí una pésima señal para los millones de pobres engañados y desilusionados, y para los jóvenes que votaron por su esposo esperando un cambio, que no era de “look”.
Para algunos filósofos la frivolidad es una de las grandes virtudes posmodernas. “Consiste en no tomarse nada excesivamente en serio, en evitar la confrontación, en optar por una cultura de la representación y no de la autenticidad”, escribe el filósofo y teólogo español, Francesc Torrealba Roselló. Advierte que algunos pensadores posmodernos instan a que la frivolidad sea enseñada en las escuelas, donde se “debe cultivar un pensamiento frágil, desprovisto de ideas fuertes, de sentimientos que tengan hondura o de creencias”. Esta tesis, a decir de Torrealba Roselló, se está imponiendo sutilmente y todo es “ecualizado y tamizado por la virtud de la frivolidad”.
En “La frivolidad política del final de la historia”, Josep M. Esquirol refiere que una sociedad frívola es potencialmente más conflictiva debido a la dificultad de poder apelar a la razón. Esquirol menciona el peligro que se cierne sobre el “consumidor demócrata”, que aislado de la realidad y de las corrientes de pensamiento puede estallar violentamente. “La sociedad sin pensamiento es el camino más seguro para la barbarie”, afirma.
La frivolización de Nadine nos daña a todos, y sienta perversos precedentes. ¡Pise tierra señora!
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