sábado, febrero 11, 2017

El cerebro del corrupto


Sobornos, sobre costos, lavado de activos, desvío de fondos, esta es la larga lista de delitos bajo investigación vinculados con la corrupción de constructoras brasileras consorciadas con pares peruanas. Quizá el caso más sonado sea el de Odebrecht con Graña y Montero, GyM.

La otrora reputada GyM, fundada en 1933, insiste en presentarse, sin ninguna prueba, como víctima de los brasileros. ¿Han denunciado a sus pares por los ilícitos que son de público conocimiento? ¡No! ¿Ganaron millones de dólares en obras en las que estuvieron consorciados? ¡Sí! ¿Han devuelto al Estado ese dinero que hoy se sabe mal ganado? ¡No! Fin de la estrategia de distracción y victimización. Recomendación: decir la verdad, colaborar con la justicia y no utilizar a los medios del grupo “El Comercio” para tratar de masacrar con titulares a quiénes investigan la mega-corrupción.

La cutra brasilera ha revelado la miseria moral de la clase empresarial y política peruana, de varios medios de comunicación y la facilidad con la que algunos periodistas rentan su pluma y sus opiniones. 

El año pasado la revista Nature Neuroscience, publicó una investigación bajo el título “The Brain Adapts to Dishonesty” (El cerebro se adapta a la deshonestidad). Faltaba.  Los investigadores Garret, Lazzara, Ariely y Sharot, del University College of London (UCL), mostraron que la amígdala (un conjunto de núcleos de neuronas en la profundidad de los lóbulos temporales  de nuestro cerebro), dispara emociones negativas, inquietantes e incómodas cuando cometemos un acto corrupto.

El comportamiento de la amígdala se visibilizó mediante imágenes de resonancia magnética, MRI, y así pudo saber, también, que esta se “adormece” cuando los actos corruptos se perpetran regularmente.

Con el tiempo el pillo está cómodo con su deshonestidad pues ya no le produce siquiera culpa. El sinvergüenza se forja cometiendo actos indebidos día a día, sin recibir castigo.

Hoy le toca a los peruanos de bien señalar a quienes pretenden impunidad para sus delitos trasnacionales, de cuello y corbata. El maleante requiere castigado porque solo la mano de la ley lo corregirá, y esa sanción será el potente mensaje para desmotivar a otros con amígdalas adormecidas que imitar esas inconductas.

La impunidad es una amenaza para nuestra seguridad, estabilidad económica y confianza en las instituciones democráticas. Este es el momento histórico para romper la interdependencia de la cleptocracia de guante blanco con agentes estatales.

A la llamada “sociedad civil” (artistas, intelectuales, líderes de opinión) le toca entender que no basta marchar, lloriquear e indignarse para la foto del “yo soy bueno”. Esto es una guerra, no un desfile ni otra marchita más.

Martha Meier M.Q.
Expreso,  11 de febrero de 2017