viernes, diciembre 17, 2010

Huaraz, ciudad sitiada


Cae la nieve en Estocolmo mientras en el Callejón de Huaylas los glaciares de la Cordillera Blanca retroceden a ritmo acelerado por el calentamiento global.
En Estocolmo Mario Vargas Llosa es reconocido con el Nobel de Literatura al tiempo que el caos, la violencia y la destrucción se apoderan de Huaraz. Una protesta repudiable y que merece sanción y detrás de la cual, sin duda, están los grupos antisistema y desestabilizadores de siempre.
Los desmanes tienen como base la indignación por el permiso otorgado a la minera Chancadora Centauro para hacer 20 perforaciones exploratorias, una de ellas nada más y nada menos que a escasos 585 metros de la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Huascarán, y otra a 845 metros de la laguna de Conococha.
Conococha es considerada cabecera de cuenca y por tanto está supuestamente protegida por ley. Abastece, además, a los ríos Santa, Pativilca y Fortaleza. Nada de lo cual ha sido considerado por el Ministerio de Energía y Minas, como tampoco el hecho de lo sensible de ese territorio de los Andes, espacio de glaciares y lagunas, reservas de agua dulce un recurso cada vez más escaso
En su discurso por el Nobel, “Elogio de la lectura y la ficción”, el escribidor afirmó que “La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan [...] La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.
En el caso que nos ocupa no se ha visto vocación de diálogo, las reacciones han sido tardías y evidente la falta de interés del Estado por tender puentes. Así el conflicto socioambiental de Áncash vendría a ser, dentro de la lógica vargallosiana, literatura de la peor y una reverenda estupidez.
Pedro Sánchez, Ministro de Energía y Minas, ha aclarado que la exploración no contaminará. Es verdad. “Lo que va hacer la empresa es una búsqueda de mineral y, luego de eso es que se entraría a una fase de un estudio de impacto ambiental para ver si el proyecto es factible”, ha dicho. ¿Y después, cuándo efectivamente se encuentre el mineral? El emprendimiento de Chancadora Centauro es desde su origen inviable porque no se alcanzará la necesaria licencia social.
Se está abriendo la puerta a un conflicto socioambiental de repercusión internacional que afectará innecesariamente nuestra imagen. Caray, ¿a quién se le ocurre autorizar la exploración minera en un área ecológicamente tan sensible como el Callejón de Huaylas, territorio de glaciares y centros arqueológicos como Chavín? Y por favor no se les ocurra preguntar por el ministro del Ambiente, Antonio Brack, quien no ha dicho esta boca es mía, ni lo dirá. Y es que a estas alturas ya no se sabe si el buen hombre es un espejismo, un sueño (más bien una pesadilla) un fantasma o un irresponsable sin la menor intención de jugársela por el medio ambiente.
En su discurso de Estocolmo Vargas Llosa se refirió a la crueldad y violencia de la conquista de América: “debemos criticarla –dijo– pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron [...]. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica”.
Esa misma autocrítica debemos aplicar cuando escribimos –o dejamos que otros escriban– una historia chueca, sin lógica ni razón.


El Comercio, 11 de diciembre de 2010

Ancón no es ese puerto


“Necesito del mar porque me enseña: /no sé si aprendo música o conciencia:/no sé si es ola sola o ser profundo/o solo ronca voz o deslumbrante/suposición de peces y navíos [...]”, escribió el chileno Pablo Neruda en su poema “El mar”. Para los representantes de Santa Sofía Puertos, de capitales peruano-chilenos, estos versos deben resonarles ingenuos. Ellos necesitan del mar porque quieren construir un puerto y hacer negocios, poniendo en jaque la subsistencia de una de las más hermosas bahías de América del Sur, una zona con una historia que se remonta a más de cuatro mil años y que está enraizada en el alma de miles de familias limeñas, generación tras generación. Eso, por supuesto, a estos señoritos empresarios les importa un rábano, lo mismo que los versos de Neruda, comunista para colmo de colmos. Otros lenguajes habrá que usar entonces. ¿Quizá un eslogan publicitario?: “Hay cosas que no tienen precio, para todo lo demás está Mastercard”. A ver si ahora queda claro: todo lo que está en riesgo por el proyecto del malhadado puerto “no tiene precio”.
Un grupo de delfines nadando en quietas aguas, acercándose al muelle para alimentarse de las sobras de pesca. ¿Cuánto cuesta esa visión? ¿Cuánto vale la paz y tranquilidad de una bahía de vocación turística; de un pueblo cuya vida gira calma en torno a la pesca artesanal; de hombres que tejen sus redes como lo hicieron sus padres y sus abuelos, y los padres y abuelos de estos, y que han progresado y avanzado a su aire y a su ritmo? ¿A cuánto –según Santa Sofía–sale el kilo de vendedoras de pescados frescos en el muelle, mujeres capaces de convertir cualquier especie atrapada en el día en deliciosos potajes? ¿Cuánto creen que podrían costar los destinos de los marisqueros que llevan en la sangre una insólita capacidad para sumergirse en busca de sus tesoros bivalvos o la seguridad de los cientos de niñas y niños que han encontrado un hogar en la climática de la Unión de Obras?
Ancón no es ese puerto que se han empecinado en construir allí donde podrían –con el aplauso de todos– invertir en hoteles, en espacios de recreación, turismo vivencial, observación de especies marinas, proyectos de conservación y piscicultura o la puesta en valor de casonas que datan de los primeros años de la República. Ancón no es simplemente un lugar; para miles de familias de los más diversos sectores socioeconómicos de la capital es un sentimiento, un estado de ánimo, algo memorable.
Hace cuarenta siglos un grupo de pescadores precolombinos se asentó en la bahía que hoy miles de familias tratan de defender del puerto. La importancia de Ancón desde tiempos pretéritos, como sitio de intercambio comercial con los Andes y con otros puntos de la costa, está ampliamente documentada y puede apreciarse en el Museo de Sitio a cuya creación se abocó durante décadas Alejandro ‘Jan’ Miró Quesada Garland, codirector general de nuestro Diario.
Cuando algo está bien y es bueno para todos, hay consenso, armonía. Cuando un proyecto genera discordia es que el asunto tiene consecuencias negativas. Y si para concretar ese proyecto se recurre a engañar, a crear falsas expectativas, a mentir y a pretender desacreditar a todos aquellos que creemos “que hay cosas que no tienen precio”, la cosa de hecho es perversa. La “inversión” no es excusa para afectar de manera irreversible este espacio natural. Por beneficiar a un solo grupo empresarial no puede ponerse en riesgo la concesión del terminal norte del Callao, que generaría al país varios miles de millones de dólares, siempre y cuando no tenga un puerto competidor a escasas millas, como sería el caso.
El borrador del Estudio de Impacto Ambiental, EIA, del puerto ya estaría demostrando los estragos socioambientales que causará. Como bien decía Wolfgang Rotkegel, alcalde de la comuna alemana de Zehlendorf, en Berlín, allá por los años setenta: “El desarrollo conseguido a costa del ambiente no es progreso sino retroceso”.


El Comercio, 28 de noviembre de 2010
El Comercio, 28 de noviembre de 2010

La autoridad moral del hombre libre


“Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”, escribió un hombre a quien al final de sus días muchos consideraban un loco, pero muchísimos más lo reconocen hoy como un artista genial, autor de grandes clásicos como “La Guerra y la Paz” o “Ana Karenina”.
Hace un siglo murió León Tolstoi (1828-1910), uno de los grandes novelistas de todos los tiempos que –como ha escrito Mario Vargas Llosa– hacia el final de sus días se había convertido en “un profeta, un místico, un inventor de religiones, un patriarca de la moral, un teórico de la educación y un fantasioso ideólogo que proponía el pacifismo, el trabajo manual y agrícola, el ascetismo y un cristianismo primitivo, libertario y sui géneris como remedio a los males de la humanidad”.
Defendió la “no violencia activa” y su obra literaria marcó y marcará a todas las generaciones que se sumerjan en ella. Grandes transformadores sociales y políticos del siglo XX, como el luchador por los derechos afroamericanos Martin Luther King o Mahatma Gandhi, por ejemplo, fueron influidos por el pensamiento tolstiano.
Su éxito material y sus posesiones lo atormentaban: “El dinero es una nueva forma de esclavitud, que solo se distingue de la antigua por el hecho de que es impersonal, de que no existe una relación humana entre amo y esclavo”, escribiría.
Tolstoi seguirá inspirando y transformando a quienes lo lean y sus palabras gestarán, sin duda, cambios venideros: “A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. La vigencia de este ruso imperecedero emana de su autoridad moral –como ser humano, como pensador, como creador–; cualidad casi extinguida en la sociedad contemporánea, como el oso panda en los bosques de bambú de la China.
La autoridad moral resulta de abrazar un ideal, de la coherencia entre el hacer y el ser, entre el decir y el hacer: decir lo que se piensa no por intereses subalternos ni por asegurarse un financiamiento de quien sea, sino por convicción. No son los premios, los aplausos, ni la cantidad de letras impresas lo que le da autoridad moral que – como decía el papa Juan XXIII– es la energía que impulsa a participar a todos y todas en la gestión del bien común.
Vivimos tiempos en que los antivalores y la desconfianza campean. El bien común es un concepto borroso. La literatura antes que arte es industria y el escritor ya no es más orfebre de la palabra sino productor en serie de frases para distraer a una población aburrida y apurada. Como expresó en su ensayo “¿Qué es el arte”: “No solo la afectación, la confusión, la oscuridad han sido elevadas a la categoría de cualidades, y aún de condiciones de toda poesía, sino que lo incorrecto, lo indefinido, lo no elocuente, están a punto de sentar plaza de virtudes artísticas”.
Frente a la obra de Tolstoi surge la pregunta, ¿dónde están hoy los escritores y escritoras que pueden ser considerados maestros? ¿Dónde los autores y autoras de literatura memorable sin la cual nuestro mundo y nuestras vidas serían grises y sin sueños? Sobran los dedos de las manos para contarlos. ¿Cuántos son capaces de comunicar experiencias de vida, mundos posibles y hacernos mejores? ¿Cuántos escritores pueden ser considerados artistas?: “Si un arte no alcanza a conmover a los hombres, no es porque esos hombres carezcan de gusto e inteligencia; es porque el arte es malo o no es arte en absoluto […] El objeto del arte es hacer comprender cosas que en forma de un argumento intelectual no serían asequibles. El hombre que recibe una verdadera impresión artística siente que ya conocía lo que el arte revela. […] Tal ha sido la naturaleza del arte bueno y verdadero en todos los tiempos”, explicó.
Tolstoi fue un sembrador y sus palabras-simientes germinarán mientras el ser humano arrastre su sombra sobre el planeta. Pocos como él supieron rebelarse contra el racionalismo gélido y los paños tibios del relativismo moderno. “La razón –escribió– no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón”.


El Comercio, 20 de noviembre de 2010

La tragedia de Mariana de los Ángeles


Tiene apenas nueve meses y como millones de seres humanos en el mundo nació con síndrome de Down (SD), un trastorno genético que se da hasta en 31 de cada diez mil nacimientos. Se equivoca quien crea que esa es la tragedia de María de los Ángeles, así se llama la pequeña. Su desgracia, su inmensa mala suerte, es haber nacido de quienes son incapaces de amarla sanamente, de quienes con aterradora frialdad la exhiben como si de un boleto a la prosperidad se tratara solicitando ayuda (económica, por supuesto).
Walter González (40) y Ana María Rodríguez (26), pareja afincada en Chiclayo, recurrieron a la fertilización in vitro ante la imposibilidad de concebir de modo natural. Así, el 24 de enero la joven mujer dio a luz a las gemelas Silvana y Mariana de los Ángeles. Hasta allí todo bien, pero resultó que una de las gemelas presentaba el trastorno genético.
No está escrito que sea tarea fácil eso de traer nuevos seres humanos al mundo y menos aún criarlos para que se conviertan en gente de bien. Todo lo contrario. Tamaña responsabilidad demanda estar preparado para asumirla con todos sus dolores, contradicciones y problemas. Quien no lo esté, mejor adopte un gato callejero que solitario por los techos buscará sus ratones.
La maternidad y la paternidad resultan, sin duda, más ardua cuando el hijo o la hija presentan algún trastorno que –como en el caso del síndrome de Down– lleva a un grado variable de atraso mental.
¿Qué hace una madre y un padre –normales se entiende– ante una situación tan dura? Pues dar amor, atención y energía para que el niño o la niña desarrolle su potencial al máximo. En más de un caso, madres de personitas con algún tipo de discapacidad o síndrome son motores de sus comunidades, logran cambios significativos en las escuelas, crean institutos especializados para enfrentar estas problemáticas, abogan por los derechos de un importante sector de la población, es decir se convierten en ejemplo y en medio de la adversidad sacan fuerzas para ayudar a sus hijos e hijas y a los de otros. Las propias empresas han dado pasos notables para la inclusión en el mercado laboral de estos muchachos y muchachas con habilidades especiales. Caso emblemático es el implementado por la familia Wong en su cadena de supermercados, un proyecto laboral e integrador de jóvenes especiales que sigue vigente pese al cambio en la administración.
Pues bien, ¿qué han hecho el ‘padre’ y la ‘madre’ de la gemela Mariana de los Ángeles? Han dicho, por ejemplo, refiriéndose a su propia hija: “Es como si nos hubieran dado un producto fallado”. ¿Qué antivalores les enseñaron en su hogar, para que puedan percibir a su hija como si fuera algo así como una licuadora defectuosa por la que deben reembolsarles su dinero?
Según estos tortolitos, los médicos debieron detectar las anomalías genéticas de Mariana de los Ángeles –en estado embrionario– antes de su implantación. ¿Pretendían acaso tirar a la basura a su hija ya concebida? Bajo la monstruosa lógica del “producto fallado”, piden ahora una millonaria indemnización. Dicen amar a su hija y quieren el dinero para “darle una mejor vida”. Ajá, ¿“mejor vida” para el “producto fallado” al que estaban dispuestos a descartar? Esa niña es su estirpe, su linaje, heredera de los genes de ambos y de sus ancestros. Aquí no hay culpables y sí una indefensa y pequeña víctima con la que pretenden lucrar.
En la Alemania nazi, Ernst Rüdin incorporó el discurso eugenésico a las políticas sanitarias de entonces. La idea de la eugenesia viene de muy antiguo y defiende la “mejora” de los rasgos hereditarios mediante intervenciones, manipulaciones y selección. Esa corriente racista, discriminadora y genocida está encarnada en este par de compatriotas. A lo largo de la historia la eugenesia justificó la segregación, la marginación, las violaciones de los derechos humanos y el genocidio de razas consideradas inferiores, para el caso también el descarte de un embrión –un ser humano concebido– que presentara un síndrome genético, como Mariana de los Ángeles. Vergüenza de peruanos ese parcito.


El Comercio, 13 de noviembre de 2010

Acuerdo para proteger la vida

“En Nagoya, la comunidad internacional ha iniciado un cambio de tendencia para frenar el saqueo de la naturaleza”, dijo el ministro de Medio Ambiente alemán, Norbert Röttgen. La satisfacción ha sido general al haberse logrado –en el año internacional de la biodiversidad– el consenso de 193 países para lo que se considera ya el más importante acuerdo para revertir justamente la pérdida de biodiversidad, el tejido vivo de nuestro planeta, la variedad de flora y fauna de la Tierra. Asunto vital tomando en cuenta que una de cada cinco especies de animales vertebrados (mamíferos, aves o reptiles) está en peligro de extinción y más del 40% de anfibios. Vale recordar que cada planta, insecto, pez o sapito, es decir cada criatura y especie de flora del bosque, del desierto o del mar, cumple un rol fundamental para la sobrevivencia del todo. Tomemos, por ejemplo, a la vainilla, sí la vainilla, ese delicioso saborizante de helados, bizcochos y algunas bebidas gaseosas. La vainilla es, ni más ni menos, un género de orquídea con más de cien especies distribuidas por las regiones tropicales del globo. La más sabrosa y aromática es la ‘Vanilla planifolia’, originaria de América Central y México. Las vainas de tal flor fueron muy apreciadas por los aztecas y antes por los mayas, cuya élite las usaba para enriquecer su bebida preferida: el xocoatl (o chocolate, mezcla espesa de cacao con agua).
Hasta el siglo XIX los intentos de cultivar la vainilla, fuera de su territorio, fracasaron. Fue hasta que se conoció el rol de ayuda fecundadora de las abejas nativas de la zona de origen. Metió mano el hombre para polinizarla artificialmente. Se perfeccionó el método y ni tontos ni perezosos los europeos se la llevaron a sus colonias tropicales del África. Los franceses empezaron a cultivarlas en Madagascar (hoy el mayor productor de vainilla –60%– del globo). ¿Y México y Centroamérica? Muy bien, gracias.
Pero… ¿qué tiene que ver todo esto con los acuerdos de Nagoya? Pues mucho. En primer lugar visibiliza las complejas y delicadas relaciones de las especies oriundas de un mismo lugar: en este caso la vainilla sin su abeja no se reproduce, y probablemente la abeja sin su vainilla verá grandemente disminuida su población por falta de uno de sus néctares preferidos y otras especies decaerán con ellas. Y en segundo lugar ayuda a comprender cómo las especies son arrancadas de sus hábitats y trasladadas a lugares lejanos generando negocios muy rentables que benefician a otras naciones, en perjuicio de los países y poblaciones propietarias del recurso. Este tipo de asuntos han sido discutidos a lo largo de dos semanas en la décima Conferencia sobre Biodiversidad de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Las negociaciones –bastante más técnicas que nuestro relato de la vainilla– definieron el protocolo sobre el acceso y el reparto de las ventajas (Access and Benefit Sharing, ABS). Tras veinte años de discusiones, los países del norte aceptaron que las ganancias generadas por las empresas (farmacéuticas, químicas, industriales, alimenticias, cosméticas, entre otras) a partir de genes o recursos provenientes de la “reserva de biodiversidad” (animales, plantas o microorganismos) de los países del sur sean compartidas equitativamente con los países dueños del recurso.
Entre los compromisos asumidos con miras al 2020, está expandir las áreas protegidas de cada país al menos a 17% de sus ecosistemas terrestres (el Perú tiene el 15,11% de su territorio bajo protección); y 10% de sus espacios marinos. En el ámbito global esto supone un incremento de 4% y 9%, respectivamente. En la ciudad japonesa de Nagoya se analizaron también las mejores formas de producción y comercialización de productos extraídos de los distintos ecosistemas, con criterios sostenibles y prácticas ambientalmente amigables, conocidas como ‘biotrade’ (o biocomercio).
Ha quedado clara la necesidad de movilizar recursos para alcanzar las metas acordadas. Los planes deben estar listos para el 2012 cuando Río de Janeiro se convierta nuevamente en la capital ecológica del mundo, al acoger la segunda Cumbre de la Tierra, 20 años después de la Eco-92. Los esfuerzos a fin de cuentas quizá ayuden a que aquella frase del sociólogo polaco Zygmunt Bauman: “Nuestros nietos pagarán la factura de nuestra orgía consumista” quede tan solo como un graffiti en la pared de nuestra memoria.
El Comercio, 31 de octubre de 2010