miércoles, agosto 25, 2010

Te callas o te callamos

En lo que constituye la última maniobra del gobierno de Cristina Kirchner para acallar a la prensa independiente de la Argentina, hoy martes está previsto tomar control de la empresa Papel Prensa y –de ser posible– detener a los directivos de “La Nación” y “Clarín”, por “delitos de lesa humanidad”. Un asunto sin pies ni cabeza. Lamentablemente, en un país donde hay quienes se empeñan en que las heridas derivadas de la criminal dictadura militar sigan abiertas, es fácil usar ese argumento para legitimar lo que sea. Y tal es el caso de lo que puede pasar –más que seguro– con Papel Prensa, propiedad del Grupo Clarín, el diario “La Nación” y con una pequeña participación estatal. Los accionistas privados han alertado que “El ex presidente Néstor Kirchner (para más señas esposo de la susodicha Cristina) está desarrollando un plan para controlar y dominar a los medios que no le son afines. Esta política se acentuó luego de la derrota del Gobierno en las elecciones legislativas del año pasado, cuando Kirchner culpó del resultado electoral a la posición editorial de los medios”.
¿Pero qué tiene que ver una empresa productora de papel periódico con delitos de lesa humanidad? Allí viene la ficción articulada desde la Casa Rosada que cuenta con la participación de Lidia Papaleo de Graiver, viuda de David Gravier, uno de los ex dueños de Papel Prensa que tuvo que vender su papelera al no poder honrar una deuda de más de seis millones de dólares.
El documento que el oficialismo presentará hoy tiene cuatrocientas páginas y afirma que “La Nación” y “Clarín” se hicieron de las acciones cuando sus dueños originales –los Graiver– y sus allegados “estaban secuestrados y siendo torturados”. El kirchnerismo pretende desconocer una operación entre privados concretada hace más de tres décadas, y de paso desprestigiar a los dos principales y más influyentes medios del país, asociándolos con actos criminales. Gustavo Caraballo, ex secretario técnico de Juan Domingo Perón y ex embajador argentino ante la Unesco, detenido en 1977 y torturado en las mismas instalaciones clandestinas junto a Papaleo de Gravier, ha señalado: “Se pretende vincular esa transacción a la tortura y persecución de Juan, Isidoro y Lidia Gravier por recibir fondos de Montoneros. Todo ese andamiaje es falso [...]. Pretender ahora construir una nueva teoría de los hechos, a fin de controlar un insumo básico para la prensa libre es ofensivo para la dignidad pública e inmoral”, sostiene Caraballo en su carta “No hay democracia sin verdad”, publicada el sábado en “La Nación”.
Pero los Kirchner y sus adláteres están decididos a asfixiar a la prensa opositora. El mensaje es claro: te callas o te callamos.
La Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, a través de su presidente Alejandro Aguirre, ya expresó preocupación por el “creciente antagonismo” generado por el Gobierno con los medios que no le son afines.
La escalada contra la prensa argentina se ha ido incrementando de modo vulgar. Todo empezó hace algunos meses cuando los kirchneristas circularon el perverso rumor de que la hija y el hijo de la propietaria del conglomerado mediático Clarín, Ernestina de Noble, eran hijos de desaparecidos. Los muchachos sufrieron persecución judicial y fueron obligados –contra su voluntad– a someterse a pruebas de ADN para compararlas con el banco de información genética con que cuenta la asociación de las Abuelas de la Plaza de Mayo. ¿Resultado? El ADN de los chicos Noble no coincidió con ninguno de la base de datos. Pero la intención era echar sombras y desprestigiar al Grupo Clarín, a través de su dueña. Un calculado plan previo a declarar caduca la licencia de Fibertel, del grupo Clarín, para brindar servicio de Internet. Hoy sabremos hasta dónde se atreve a llegar esta representante del neoperonismo, chavetero y chavista.


El Comercio, 24 de agosto de 2010

sábado, agosto 21, 2010

¿Y... dónde está el candidato?


Según cálculos de los expertos hacia el 2030 –ahorita nomás, en apenas veinte años–, el 60% de la población mundial vivirá en las ciudades. Es decir que cerca de cinco mil millones de personas (la misma cantidad de gente que poblaba el planeta en 1987) habitarán en gigantescas y monstruosas urbes, que obviamente serán bastante más inmensas y horríficas. Si alguien andaba con el ceño fruncido quejándose de lo apretujados que andamos y refunfuñando por la congestión vehicular, espere un poquito: el infierno está a la vuelta de la esquina. Lima, en la tercera década del siglo XXI, irá de Huacho a Cañete y tendrá una población cercana a los 14 millones. Los aspirantes al sillón municipal parecen no tener idea de todo esto. Hasta ahora –fuera de transparencia, decencia, eficiencia, democracia y otras abstracciones– no se ha escuchado un plan técnico con visión de futuro para la capital del Perú. Ya no estamos para elegir a ‘parchadores’ de un modelo con apoplejía, desbordado y prácticamente colapsado, tampoco para cálculos políticos y partidarios. Se requiere una transformación masiva y sostenible de la ciudad, tanto en el uso de los recursos naturales, agrícolas y energías renovables, como en el replanteamiento de los sistemas de transporte por una red no contaminante y eficiente.
El arquitecto Vladimir Arana Iza alerta que de “continuar haciendo lo que estamos haciendo” corremos el peligro de “celebrar los 200 años de independencia del Perú con una ciudad camino a la pauperización, calcutizada y con una degradación irreversible”. Dicho esto, preocupémonos doblemente por las actuales propuestas electorales enfocadas en la inmediatez y en los muy marketeros temas de salud, ordenamiento del transporte, seguridad y saneamiento (vale recordar que tenemos ministerios cuya tarea es velar por tales asuntos, más allá de cualquier ley de descentralización). El próximo alcalde –alcaldesa, si nos guiamos por las encuestas al día– debería articular equipos multidisciplinarios, interministeriales y con participación del sector privado para atacar esa problemática puntual. Pero Lima necesita mucho más.
Si a lo largo de la historia la realidad geográfica ha modelado las instituciones y las relaciones humanas, es fácil imaginar cómo la realidad urbanística de Lima impacta sobre nuestras vidas. Lo padecemos y lo vemos, nuestra sociedad es tan desordenada como el trazo de esta ciudad crecida sin planificación ni visión de futuro. Una ciudad que ha dado prioridad a los automóviles frente a las personas. Muchas casonas se han tirado abajo para ensanchar pistas y ninguna para crear un parque.
“El estilo de vida puede ser completamente diferente en función de cómo se haya diseñado la comunidad”, sostiene Walter Hook, director del Instituto de Transporte y Política de Desarrollo (ITDP) de Estados Unidos, quien impulsa la exposición “Our Cities, Ourselves” (“Nuestras ciudades, nosotros mismos”), en el Centro de Arquitectura de Nueva York.
Y es que las más potentes herramientas de transformación de la ciudad y con ello de la sociedad están en la arquitectura y la planificación urbana, con un enfoque medioambiental.
Si algo debieran ofrecer los candidatos es que dejaran sentadas las bases para la nueva Lima y las necesidades de recursos vitales para la subsistencia de su creciente población: agua, alimentos, servicios ambientales. Pero nada de eso hay. Queda claro que los próximos cuatro años tendremos más de lo mismo, así es que después no vale quejarse. Avisados estamos, los candidatos y candidatas a Lima están –en opinión de esta columnista– en nada.


El Comercio, 21 de agosto de 2010

sábado, agosto 14, 2010

Por una ciudad ambientalmente equilibrada

“Una sociedad democrática puede ser arruinada por ciudades mal planeadas, con la misma facilidad que con el establecimiento de un régimen totalitario. No hay campo para la participación ciudadana cuando el ambiente social es cada vez menos transparente”. Las palabras son del lúcido conservacionista germano-venezolano Arturo Eichler. Razón no le falta, pues el espacio mal planeado, insalubre e inseguro propicia perturbaciones sociales, y allí donde se da prioridad a abrirle el paso a los automóviles antes que a paseos arbolados a los vecinos será imposible desarrollar una sociedad participativa y dispuesta a compartir e interactuar. ¿Cómo sonreír y conversar, entre humos y ruidos? ¿Cómo aprender a ser felices en la penumbra generada a pleno día por la sombra de edificios que proliferan como la mala hierba, violando todo tipo de ordenanzas?
Estamos ante una nueva campaña municipal. ¿Hay alguna esperanza de cambio para la capital del Perú? Como dice el Chapulín Colorado, ¿y ahora quién podrá defenderme?
Lima, la “tres veces coronada villa”, es un enredo de delincuencia, caos, contaminación y suciedad que algunos inspirados gustan llamar “ciudad jardín” (¿lloramos o reímos con esa?). Irrespirable, insoportable, invivible e insegura. Así las cosas, las y los aspirantes al sillón municipal nos lanzan unas peroratas que nada tienen que ver con repensar la ciudad y darle una salida a este laberinto que lleva, por ejemplo, a que anualmente se pierdan más de mil millones de dólares, sí mil millones de dólares, por el caos vehicular generado, en gran medida, por la libre circulación de autos chatarra, basura rodante importada (por el cliente de una de las candidatas, por cierto, el señor Cataño).
“La gran urbe —escribió el doctor Godofredo Stutzin, destacado abogado y ecologista chileno— ha sido comparada con un monstruo que consume diariamente cientos de miles de toneladas de agua, oxígeno, alimentos y materias primas, mientras que en el mismo lapso expele de su organismo la correspondiente cantidad de residuos, basuras y sustancias contaminantes”. Las ciudades han sido calificadas —y con razón— como un fenómeno antiecológico. Una vuelta por Lima ayudará a comprender por qué. Eso es lo que deberá revertir quien acceda al sillón municipal y legarnos barrios más sanos, seguros y amables, espacios para el desarrollo de la vida vecinal.
Varios miles de años nos separan de las primeras aglomeraciones urbanas. Y viendo hacia atrás diríase que andaban mejor, más ordenados y en armonía con su espacio. Hoy la vida en comunidad se da en escenarios gigantescos. El tercer milenio en Lima sigue por la ruta de la degradación, en todos los aspectos: violencia, pérdida de flora y fauna, amén de desaparición de sitios históricos, generaciones que crecen en rincones que nadie recuerda cómo fueron, y que con sus ruidos y falta de armonía castran la posibilidad de comprender que, con reglas claras y compromiso, el infierno puede transformarse en paraíso.
De cómplices de la decadencia podemos pasar a ser gestores del cambio. Para ello se necesita a alguien que comprenda la alcaldía no como un cargo político ni un trampolín a la presidencia, sino un trabajo vecinal coordinado y coherente. Pero nuestros candidatos y candidatas nos hablan de todo menos de cómo van a hacer de nuestra ciudad un lugar donde en nombre del “progreso y desarrollo” no se nos usurpen los parques, el aire limpio, la armonía arquitectónica, las áreas naturales cercanas, ni la paz y el silencio que requerimos para vivir bien, digamos para vivir como se supone que debiéramos hacerlo en el siglo XXI, es decir mejor y no peor que antes.

El Comercio 14 de agosto de 2010

Adiós al maestro del cine peruano


Ayer por la mañana murió el hombre que no debía morir, por lo menos no todavía o quizá nunca. Lamentablemente antes o después llega ese viento frío que nos arrastra a todos. Unos pasan como sombras por la vida y otros la iluminan con su obra. Se fue, pues, el gran maestro del cine peruano, el cineasta más genial e incomprendido de nuestro país. Armando Robles Godoy fue periodista, escritor, guionista, director y un intelectual que gustaba sacudir a la pacatería limeña. Vamos, si alguien remeció esta ciudad —acostumbrada al agua tibia, a la media voz y a las medias tintas— fue Armando. De ese mismo modo remeció a sus discípulos, llevándonos permanentemente hasta el límite de nuestra capacidad (o “límite de incapacidad”, como solía decirnos). Con él había dos caminos: aprender con la posibilidad de sucumbir o mutar en el proceso, o simplemente darle la espalda a una fuente inagotable de retos intelectuales, creativos y emocionales. Muchos optamos por lo primero y no solo sobrevivimos para contarlo sino para poder decir que fue un extraordinario maestro.

Aclamado fuera de nuestras fronteras —su película “Espejismo” fue nominada al Globo de Oro en 1973, por ejemplo—, Armando estaba más que acostumbrado a recibir los golpes arteros de la “crítica” nacional (si algo parecido a eso existe en nuestro terruño) y la de algunos jóvenes aprendices del oficio, que a la primera desmenuzaban sus películas porque eso enseñaron muchos profesores universitarios: el desprecio por la obra roblesiana. Decía el recordado periodista Manuel D’Ornellas que “en Lima la mazamorra se espesa con la envidia”. Y mucha envidia era la que despertaba Robles Godoy por su irreverencia, por su valentía para decir lo que pensaba y por crear una obra coherente y vanguardista, alejada de los cánones tradicionales. Con la colaboración en la cámara de su hermano Mario logró, indudablemente, la fotografía más poética y potente de una película peruana. Allí están para comprobarlo sus largometrajes “La muralla verde” (1969), “Espejismo” (1972) o el magistral cortometraje “Cementerio de elefantes” (1973). La participación del músico Enrique “Paco” Pinilla en sus más importantes trabajos fue fundamental para alcanzar la perfección expresiva y de estructura que buscaba con el lenguaje cinematográfico.

Robles era un gran conocedor del espíritu humano y consideraba que su labor como maestro de cine pasaba, también, por forjarnos como personas. Lo que puede ser —como en efecto lo fue— un proceso doloroso. En la peligrosa aventura de aprender de Armando nos embarcamos varios, y vaya si nos transformó. No me dejarán mentir los hoy reconocidos fotógrafos Lorry Salcedo, Roberto Huarcaya y Jenny Woodman; Antonio Fortunic, entonces un joven arquitecto y hoy el más lúcido expositor del qué y cómo ver una película (además de director); Cady Abarca, ahora videasta multipremiado afincado en Nueva York; la artista plástica Esther Vainstein, que se acercó así a la experiencia audiovisual; Luis Vargas Prada, autor del único manual del cine de factura peruana; Ichi Terukina que de administrar el restaurante familiar en La Victoria terminó de teórico y filósofo (si cabe el término) del cine; Eduardo Guillot, un joven productor de comerciales hoy con obra premiada en Sundance; Kike Tello, bombero voluntario, experto en maderas y dueño de un aserradero en Barranco que descubrió en la magia de iluminar su verdadera pasión. Robles nos ayudó a reconocer nuestra grandeza después de hacernos ver el abismo de nuestras miserias, a superar nuestros miedos, a descifrar si lo que hacíamos era una expresión del ego o una sincera búsqueda estética, expresiva y creativa, y todo eso a los 17 años o 20 años puede ser algo abrumador. Armando, sin duda, marcó nuestras vidas de una manera especial. Nos enseñó a hacer cine, sí, pero principalmente nos enseñó que solo la libertad nos convierte en seres capaces de crear o, lo que es lo mismo, vivir y no simplemente sobrevivir.


El Comercio, 11 de agosto de 2010

La educación en el "nosotros"

¿Quién enseña a las niñas y niños eso llamado “nosotros”, base de un país articulado e inclusivo? ¿El colegio? No lo parece. En los libros escolares las poblaciones indígenas están ausentes pese a que el Perú es uno de los países con mayor diversidad etnolingüística y cultural del continente. Otro ejemplo: cerca del 70% del Perú es selva amazónica, territorio ancestral de una multiplicidad de poblaciones indígenas, compatriotas de los que casi nada se menciona. La selva es —en términos escolares— un vasto territorio rico en finas maderas, reservas de petróleo y plantas de valor alimenticio, medicinal e industrial. ¿Y la gente? Bien gracias. La sierra es —en ese mismo contexto— un emporio de minerales donde hay coloridas festividades tradicionales y punto. La escuela, la televisión y el ciberespacio forjan la manera en que las niñas y niños comprenden el mundo y se relacionan con él. ¿Aprenderán allí que hay un “nosotros”?
Este lunes 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, instaurado en 1994 por la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Con bastante lucidez Navanetham Pillay, alta comisionada de la ONU para los derechos humanos ha dicho: “Los indígenas necesitan y merecen más que una simple celebración simbólica, consagrado a la reafirmación del valor y la resistencia de la vida y sus culturas”.
Pero poco podrá avanzarse mientras no se comprenda la escuela como el espacio para la construcción del gran proyecto social del “nosotros”. Y eso pasa por algo tan simple como enseñar una geografía humanizada y humanizante.
El amauta Javier Pulgar Vidal (1911-2003) repetía incansablemente: “Yo diría que en el Perú el pasado, el presente y el futuro proceden de la geografía”. Refería, así, la importancia de conocer las características, limitaciones y potencialidades de nuestro territorio y la capacidad y diversidad de nuestros compatriotas para construir un país donde no unos y otros, sino de cómplice mirada entre todos. Difícil si se sigue con la terca torpeza de un mapa en el cual el profesor señala departamentos, regiones, ciudades y sus capitales, accidentes geográficos, simples nombres para memorizar. Los alumnos y alumnas recibirán información sobre los recursos explotables y explotados, y los productos útiles de tales lugares, y quizá una leve mención a alguna extraña costumbre local. En el caso de la geografía universal —globalizada— será la misma cantaleta: apréndase usted todas las capitales, y ya. Cultura general que le dicen. Lo que nadie les contará a las niñas y niños —siquiera por cortesía— es que más de 370 millones de seres humanos en setenta países habitan las zonas de mayor diversidad biológica del planeta, y que dependen de la conservación de esas riquezas para su sobrevivencia. Nadie les dirá que existen más de cinco mil pueblos indígenas en el mundo, tampoco que en el continente americano 50 millones de personas son indígenas, lo que representa el 12% de habitantes de la región (alcanzando en algunos países hasta el 80%). Los jóvenes ingresarán a la universidad sin conocer que los pueblos indígenas hablan la mayoría de idiomas existentes en el mundo, que en sus conocimientos ancestrales puede estar la respuesta a los desafíos ambientales del siglo XXI. Nada les habrán enseñado su espiritualidad, cosmovisión y clara comprensión que estamos dañando el planeta y que eso nos afectará a todos, es decir el “nosotros” que pocos parecen comprender y querer.



El Comercio, 07 de agosto de 2010

El creador de un hombrecito extraordinario

Por más de cuarenta años no se tuvo idea de que pasó con la aeronave piloteada por el escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Un día como hoy, 31 de julio de 1944 cayó al mar Mediterráneo. En el año 2000 los investigadores Lino von Gartzen y Luc Vanrell localizaron el desaparecido avión, a ochenta metros de profundidad. Y el rompecabezas empezó a armarse. Una cosa llevó a la otra, se siguieron, claves, pistas y datos hasta dar, en el año 2008, con un anciano alemán de 88 años llamado Horst Rippert, un periodista deportivo jubilado. Él les contó la historia.
Corrían los días de la Segunda Guerra Mundial cuando Rippert —entonces un joven piloto alemán de 24 años— derribó un avión que cayó hundiéndose en el mar, cerca de la costa de Marsella, sobre el Mediterráneo. “A los días de mis disparos dijeron que era Saint-Exupéry. Esperé y espero que no fuera él”, les dijo. Pero el piloto de esa nave sí era por desdicha el autor de: “El aviador”, “Vuelo nocturno”, “Tierra de hombres”, “Piloto de guerra”, entre otras obras.
Saint-Exupéry era, paradójicamente, considerado un héroe por el hombre que lo abatió: “Todos lo habíamos leído, adorábamos sus libros. Describía admirablemente el cielo, los pensamientos y los sentimientos de los pilotos. Su obra produjo la vocación de volar en muchos de nosotros. Si lo hubiera sabido, jamás habría disparado”, comentó Rippert a un diario francés.
Así murió el hombre que legó a la humanidad uno de los personajes más inspiradores y lúcidos de todos los que pueblan la vasta literatura terrícola. Un año antes de que dispararan sobre su avión publicó su inmortal relato corto “El Principito” (1943), con dibujos de su propia factura. Una obra que ha sido traducida a más de 180 lenguas y dialectos, y es el segundo libro más leído del planeta, después de la Biblia.
“El Principito” es una metáfora del sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad y del amor. El extraordinario hombrecito que lo protagoniza le hace ver a otro de los protagonistas —el aviador—la estupidez humana, y la pérdida de la sabiduría, sencillez y sensibilidad de la infancia que padecen —padecemos— los adultos.
El escritor-aviador que fue derribado sobre el Mediterráneo quiso con esta historia reencontrarse consigo mismo, tratar de que los niños lo siguieran siendo siempre: libres, valientes, curiosos y soñadores. Quiso, también, despertar al adulto razonable de su mediocre modorra y darle el valor de sacar al niño que vive en su interior y busca respuestas sobre las cosas más simples y sencillas de la vida. Ese niño o niña que quiere “escuchar a las estrellas sonando como campanas” y entregar sus sueños, esperanzas e ilusiones sin esperar recibir nada a cambio.
“El Principito” es una crítica a la pedantería y erudición baratas, a la tentación por lo oscuro, al afán de acumular poder. Este niño de melena color del trigo, sueña y es el único amo de sus sueños y de sus fantasías. Y por eso aterroriza a personajes insoportables como el tal Hugo Chávez, quien lo ha vetado en la Venezuela cuya esperanza trata de destruir. Su Plan Revolucionario de Lectura —para “estimular la ideología socialista a través de libros revolucionarios para construir al hombre nuevo”— considera al extraordinario hombrecito de Antoine de Saint-Exupéry una amenaza.
“El Principito” es pues un poderoso símbolo político de libertad, de transparencia, de verdad. Así las cosas, quizá lo que nos haga falta para, en el 2021, llegar a ser esa nación del Primer Mundo de la que tanto nos habla el doctor Alan García son ciudadanos y líderes con la capacidad de convencernos de que: “Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo”, y que solo juntos podremos encontrar ese pozo de agua clara y vivificante.

El Comercio, 31 de julio de 2010