lunes, noviembre 02, 2009

Terrícolas inteligentes cultivan aire limpio

El mejor filtro de aire para el hogar es de color verde, no consume energía eléctrica, es barato, natural, alegra el ambienta, tranquiliza el espíritu y es “marca” planta. Palmeras hawaianas (“Chrysalidocarpus lutescens”), dentro de la casa, tienen mucho de decorativo, pero bastante más de inteligente y saludable, pues nos permiten “cultivar” aire limpio.
Las plantas —unas más que otras— producen oxígeno fresco y liberan el ambiente doméstico de tóxicos e irritantes, protegiéndonos de alergias, malestares y enfermedades. Son buenas aliadas contra el síndrome del “edificio enfermo”. ¿Qué es eso?, simplemente el conjunto de factores que convierten a un determinado espacio en negativo para sus ocupantes. En 1984 la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que lo padecen hasta 30% de las construcciones, nuevas y remodeladas, por la pésima calidad del aire en su interior. ¿Las razones? Ventilación inapropiada, materiales sintéticos y contaminantes. ¿Síntomas en las personas? Dolores de cabeza, anemias, cánceres, cataratas, humor alterado, anorexia, irritaciones de piel y ojos, y más.
Kamal Meattle, científico de la India, ha detectado tres “estrellas verdes” que no deben faltar en el hogar, oficinas y escuelas terrícolas: la palmera hawaiana o palmera bambú (recomendada para las salas por su alta oxigenación), la “Sansevieria trifasciata” (semejante a espadas y útil en el dormitorio por su actividad oxigenadora nocturna) y la trepadora “Epipremnum aureum”, de hojas acorazonadas verdes con pinceladas de amarillo y blanco (atrapa compuestos tóxicos volátiles). Las tres han sido testeadas, por 15 años, en lo que el Gobierno de la India considera el “edificio más saludable de Nueva Delhi”: el Centro de Negocios Paharpur. Allí 1.200 plantas producen aire puro para 300 trabajadores.
¿Resultados? Crecimiento de la productividad y la creatividad, 1% más de oxigenación en la sangre al salir de trabajar, reducción de 52% de casos de irritación de ojos, 24% menos de dolores de cabeza y alergias respiratorias.
Ya en 1989, una investigación de la agencia espacial NASA dio luces sobre el papel de las plantas de interior, revelando que algunas no solo transforman en oxígeno el dióxido de carbono (uno de los gases promotores del calentamiento global) sino que remueven, hasta en 87%, tóxicos volátiles como el benceno, el formaldehído y el tricloroetileno. El benceno es un irritante y mutagénico (deforma a niños por nacer), liberado por las fibras sintéticas, pinturas, plásticos, solventes, detergentes, gasolina, entre otros. ¿Solución de la NASA? Crisantemo. El formaldehído, vinculado al cáncer de garganta, procede de los aglomerados de madera, toallas de papel, resinas, insumos de limpieza, gas, kerosene y humo de cigarrillo ¿Solución? Azalea y la Sansevieria (una de las tres plantas estrella).
El cancerígeno tricloroetileno, usado como solvente y desengrasante, tiene también en el crisantemo a su filtro.
El estudio de la NASA, encabezado por el doctor B.C. “Billy” Wolvertone (hoy consultor para soluciones fitoecológicas empresariales), recomendaba 17 plantas. Para 1996 Wolvertone brindó un nuevo dato: las plantas son aliadas del buen rendimiento y comportamiento escolar. Está visto que las plantas nos ayudan a estar mejor y a ser mejores. Por cierto, ¿qué esperamos parar correr a un vivero?
El Comercio, 31 de octubre de 2009

El cambio climático en un plato

El cambio climático modificará de manera drástica nuestras costumbres y también aquello que comemos, bebemos y saboreamos. Veamos. Un plato de ensalada, por ejemplo, es una mixtura sabrosa y saludable de verduras y legumbres. Su cultivo depende de determinados ciclos naturales. Lo mismo va para una copa de vino, una taza de café o un simple vaso de agua. Lluvia, frío, calor y agentes polinizadores son fundamentales para las cosechas. Pero los patrones climáticos están alterados y eso complica la agricultura. Escasea el agua, las estaciones se retrasan o adelantan al igual que la maduración de los frutos, de los cereales, de las plantas.
La seguridad alimentaria mundial está en riesgo, advierte la FAO. La agricultura, los bosques y los bancos pesqueros —es decir todas las posibles fuentes alimenticias— serán impactados. Gordon Brown, primer ministro británico, explica que “el cambio climático es la mayor amenaza para nuestro futuro. Afectará a cada individuo, a cada familia, comunidad, negocio y a todos los países”.
Y todo eso incluye a la gastronomía. A falta de algunos sabores a otros habrá que acostumbrarse. A falta de ciertos ingredientes habrá que ser más creativos. Por motivos diversos algunos productos no se encuentran ya en los mercados, empobreciendo las cocinas regionales y dándole un giro inesperado al devenir gastronómico.
En el II Congreso Mundial de Cambio Climático, desarrollado hace varios meses en Barcelona bajo el auspicio de la Academia del Vino, los participantes degustaron platos de lo que podríamos empezar a llamar cocina “novo-clima”. Tras una videoconferencia de Al Gore —ex vicepresidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz—, el restaurante Bouquet del hotel Hesperia Tower, sede del evento, presentó las jornadas gastronómicas “Los vinos del cambio climático”, con un ecomenú. Se sirvió pescado y pato, nada de vaca o de cerdo (cuya crianza es contaminante y promueve la deforestación) y la leche animal fue sustituida por la de soya en los helados.
Pero no perdamos de vista el problema central: las hambrunas que padecerán millones de seres humanos. Investigación y desarrollo científico-tecnológico son el único camino para adaptar ciertos cultivos, y mitigar el impacto de lo que se viene. El Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, y el Centro Hadley para el Cambio Climático, de Londres, han desarrollado modelos para predecir los cambios. Ambos anuncian disminución de las lluvias en los países tropicales (como el Perú, en gran parte de su territorio).
Menos agua es menos cosechas, estrés para los bosques y su biodiversidad. Menos agua significa, también, migraciones de miles de personas y un escenario idóneo para el brote de epidemias. Los científicos sostienen que las cosas podrían ser inmanejables antes de lo previsto. “Las economías que abracen tempranamente la revolución a favor del medio ambiente cosecharán las más grandes recompensas”, explica el primer ministro británico. La esperanza está puesta en lograr un acuerdo en Copenhague, y como dice Brown, la cita de diciembre “debe ser el comienzo de algo, no el final”.
El Comercio, 24 de octubre de 2009