sábado, mayo 18, 2013

La derrota moral de los pro transgénicos

Los defensores del ingreso de semillas transgénicas han sufrido una gran derrota moral. Sus máscaras han caído y obvia su claudicación ante el dinero de las transnacionales químico-farmacéuticas. Puro afán crematístico y el desprecio por la agrodiversidad peruana, por las semillas domesticadas en nuestras tierras, perfectamente adaptadas a estos climas y suelos. Pretenden negarle al Perú competir en el creciente mercado orgánico. Los pro transgénicos esgrimen argumentos nebulosos contra la ley de moratoria del gobierno del presidente Ollanta Humala. Desinforman a la población y dicen que tales cultivos son inocuos, pero no pueden mostrar una sola investigación, de largo aliento, que confirme su dicho. Pretenden descalificar a quienes divulgan cómo esas semillas y plantas están afectando a los ecosistemas, la agrodiversidad y las economías rurales de los pocos países que les abrieron las puertas. Los lobbistas criollos andan muy activos, disfrazados de políticos preocupados por el hambre mundial; de empresarios angustiados por los campesinos altoandinos (¿sensibilidad repentina?) y científicos angustiados por no poder investigar. Una mentira tras otra, así que vamos por partes. ¿Hambre? Alrededor del planeta se cultivan alimentos para nutrir a tres veces la población actual. El hambre resulta de una deficiente distribución, empieza con una desarticulada cadena de frío, sigue con la falta de caminos e infraestructura para llevar los productos a los mercados y termina con la irresponsable búsqueda de la perfección (una manzana fea terminará en la basura, antes que en las manos de un niño pobre). Sigamos, ¿beneficios para los campesinos? Está confirmado que los únicos beneficios van a las empresas que los desarrollaron y sus intermediarios pues los campesinos deben pagar anualmente por las semillas modificadas. De hecho en la India miles de agricultores han recurrido al suicidio asfixiados por las deudas con los proveedores, mientras ven cómo disminuye la demanda por esos cultivos, se afectan sus campos y quiebran las economías locales. El príncipe Carlos de Inglaterra ha calificado de genocida a Monsanto, una de las principales productoras de transgénicos. Terminemos con el último argumento falaz: investigación frustrada. La ley de moratoria y su reglamento no censuran ni frenan el desarrollo biotecnológico, simplemente dan pautas claras de cómo hacerlo para proteger por una década nuestra salud y la de los ecosistemas.
Es de lamentar que prestigiosos científicos se la jueguen por los laboratorios, se presenten como expertos refugiados en la supuesta "objetividad" de la ciencia (ya desmentida por el evolucionista Stephen Jay Gould, en su libro "La falsa medida del hombre") y obvien mencionar su cercanía a gremios empresariales y estudios financiados por estos para que veamos a la naturaleza tan solo como un botín.

El Comercio, 08 de diciembre de 2012

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