sábado, diciembre 14, 2013

Lima, más "horrible" y menos Lima

Un paseo por las calles de nuestra capital despierta -además de la tos y la irritación de los ojos por la contaminación- algunas curiosidades. ¿Cómo tantos edificios, verdaderos atentados contra el buen gusto, pueden ser obra de arquitectos graduados, diplomados y colegiados? ¿Tan mal están las facultades de arquitectura? ¿Y cómo esos monumentos a la horripilancia obtienen licencias municipales? ¿No tienen un mínimo conocimiento de la estética quienes las otorgan?
El factor estético es uno de los tantos que debería guiar al desarrollo urbano. El paisaje citadino ordenado y agradable también ayuda a que la vida de los vecinos lo sea, y en cierta manera forja el alma de los vecinos.
Aquí todo se hace para torcer el espíritu. Feo, lúgubre, oscuro, apiñado, sin un espacio ni para un asomo de verdor.
Lima crece, necesita hacerlo, pues cada vez somos más. No se entiende, sin embargo, por qué debe hacerlo desordenada y desequilibradamente y sin crearse grandes y nuevas áreas verdes. Para muestra un botón: lo que iba a ser el parque más grande de Latinoamérica -el Antonio Raimondi- ha sido dejado de lado por el inefable ministro del Ambiente, Manuel Pulgar-Vidal, y entregado al sector Vivienda. El esperado espacio de verdor, a la entrada de Ancón, ya no se habilitará para el goce estético, la recreación, el contacto con la naturaleza y la purificación del aire. Ahora será base de un negociado con una buena coartada: viviendas 'populares' (o sea ratoneras, que enriquecerán solo a su constructor, y de seguro a un par de malas autoridades). Adiós al intento de mejoramiento ambiental de la 'Ciudad Jardín' (al oír ese término, no se sabe si reír o llorar).
Cada día, alguna hermosa casona y sus respectivas áreas verdes -refugio de aves, mariposas y árboles- son derribadas para darle paso a una serie de edificios insulsos, cuando no espantosos. Calle tras calle, además, desaparecen añejos árboles que, por lo menos, ayudarían a tapar las feas fachadas de las nuevas edificaciones; a las que no se les exige, siquiera, contar con un mínimo de áreas verdes (ya sea en las azoteas, o en amplias jardineras).
Una de las últimas casas representativas de nuestra ciudad que ha caído, en nombre del progreso, ha sido la llamada Casa de la Tradición (avenida Salaverry, número 3052). Construida en 1960 e inaugurada un 18 de enero, día de Lima, por el doctor César Revoredo Martínez, su propietario, la construcción era un homenaje al arte, la arquitectura y el peruanismo. Toda ella exaltaba los valores de la historia y leyenda de nuestro país. En el patio central había una imitación de la Plaza de Armas como era en 1860, reproducida al más mínimo detalle: antiguas estatuas representando las estaciones, banquitas de mármol, faroles, carruajes y la Catedral, con su altar mayor y todo. Allí llegaban grupos de escolares que salían maravillados con la pequeña Lima dentro de esa representativa casa limeña, que ya no está. Allí uno se sumergía en lo que fue nuestra ciudad, una ciudad que cada vez se parece menos a sí misma y a lo que quiso ser.
Realidades
El cemento reina e impera sobre el verde
- La capital cuenta con apenas unos 3 m2 de área verde por vecino, cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de 8 a 15 m2. Sin embargo, parques y proyectos de parques se ven alterados, modificados o simplemente borrados del mapa.
Percepciones
Una capital que genera algo más que rechazo
- El periodista César Hildebrandt escribió: "Lima no es horrible. Lima es espantosa. Es una de las aglomeraciones más groseras de gente, uno de los monumentos más enérgicos que el mal gusto haya podido construir". Cada uno sabrá juzgarla.

El Comercio (Lima), 21 de agosto de 2013

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