miércoles, febrero 29, 2012

De la editora



La mañana del lunes 18 de enero de 1535, ante la mirada inquieta de Taulichusco y los suyos, Francisco Pizarro 'fundó' Lima, la Ciudad de los Reyes. Lo hizo en un espacio ya habitado y organizado desde tiempos inmemoriales, con construcciones y canales de regadío que hicieron del desierto una sucesión de productivas y fragantes chacras. El sonido potente del Rímac ahogaba la nueva lengua del mismo modo que las costumbres de los que la hablaban empezaron a apoderarse de todo. Los aventureros españoles establecieron con criterio práctico esta ciudad, los rudos de la conquista sabían lo suyo. Aquí escogieron el más amplio valle de la costa y una de las tierras más fértiles, un rincón de suave clima favorable para el cultivo de diversas especies vegetales y la cría de animales. Los bosques aledaños aseguraban leña y material de construcción abundantes; el río, agua suficiente; y el mar, a escasas dos leguas, fácil acceso y alimento. A punto de cumplir 477 años, la capital del Perú es el Perú donde conviven migrantes llegados de todos los rincones de la capital, con sus colores, sus sabores y sus sonidos. Siglos de desidia han transformado la dulzura de lo que fue una inalterable campiña en una ciudad que se desploma y se asfixia en su propio hedor. Aquí 'progreso' y 'asfalto' son sinónimos y, con esa mirada, han devorado tierras de cultivo, arboledas y los jardines de las casonas. Crecen la contaminación, los ruidos, el hacinamiento y la violencia, una ciudad de sombras y escombros que tenemos que convertir en amable, sana y pacífica.


El Dominical, 15 de enero de 2012

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