jueves, agosto 11, 2011

La hoja de ruta que necesitamos

Parece que en el Perú requerimos una globalización interna, un tratado de libre comercio con nosotros mismos, una visión compartida como la que tenemos con los socios extranjeros. Es un hecho que Lima se comunica mejor con la gente de Peru, Nebraska –y hasta parece que les simpatizamos– que con los comuneros de Bagua o de Juliaca. Si algo campea por esta tierra es la incomunicación y la falta de un proyecto conjunto.
En su visita del jueves a El Comercio el saliente presidente Alan García recordó que en los últimos ocho años el Perú, porcentualmente, ha crecido económicamente más que Brasil y que Chile; y no solo esto, después de Uruguay, somos el segundo país en Latinoamérica con la menor brecha social. A la luz de estos alentadores datos, ¿cómo entender los múltiples conflictos sociales y ambientales? Ocurre que medimos muy bien los números del crecimiento y muy mal los de la degradación ambiental y la desconfianza, generadas por los grandes proyectos que sustentan ese crecimiento. Algo definitivamente marcha mal.
El libro “El desarrollo sostenible: una visión de futuro”, cuyos autores son el ingeniero Jorge Lescano Sandoval y la doctora Lucía Valdez Sena, personajes de reconocida talla intelectual y moral, nos muestra que tenemos a mano las herramientas para revertir esta situación. Se trata de un valioso aporte de la Universidad Nacional Federico Villarreal, presentado ayer, en el que ambos, nadando tercamente a contracorriente, persisten en la difusión de los conceptos de desarrollo sostenible y su implementación en nuestro medio.
El libro debería ser de lectura obligada para las autoridades y empresarios, a ver si de una vez comprenden de qué se trata esto. Lescano y Valdez reúnen información relevante, de modo resumido, ordenado y comprensible en imprescindible texto de consulta. Esta es la hoja de ruta que el Perú requiere.
El desarrollo sostenible –explican los autores– se apoya sobre pilares fundamentales como la solidaridad intrageneracional, las necesidades esenciales de los más pobres y las limitaciones que impone el ambiente para satisfacer las urgencias presentes y futuras. Sin entenderlo, ¿dónde terminaremos? El doctor Edwin Vegas Gallo, rector de la Universidad Villarreal, expresa en la presentación que el libro es una “contribución para el sector público, privado y la sociedad civil en el desarrollo sostenible del Perú”. Y el master en ciencias Dagoberto Sánchez Mantilla, también vinculado con el rectorado de dicha universidad, afirma que “existe una confusión generalizada entre lo que es el ambiente y el desarrollo sostenible, impidiendo que existan políticas y estrategias a favor del desarrollo sostenible”. Esto es cierto, tan cierto como que los primeros “confundidos” son las autoridades. ¡Socorro! Los encargados de gobernarnos, de dar las nuevas leyes, de señalar el camino que seguirá el Perú no tienen idea sobre el tema.
El desarrollo sostenible –lean bien, autoridades, por favor– propone integrar: desarrollo social, economía y protección ambiental. Así de simple. Tres factores íntimamente ligados que terminan siendo uno. Sus metas son: erradicación de la pobreza, paz, estabilidad, respeto por los derechos humanos, las libertades y la diversidad cultural, como lo recuerdan Lescano y Valdez. ¿Alguien puede estar en desacuerdo? Probablemente una gavilla de orates.
Theodore Roszak, director del Instituto de Ecopsicología de la Universidad de California, en Hayward, escribió “La Naturaleza de la Cordura”. En ese artículo califica de “locura” la degradación ambiental que padecen nuestros ecosistemas. “Infligir daños irreversibles a la biosfera podría parecer la forma más obvia de esta locura. Pero cuando revisamos la literatura psiquiátrica del mundo occidental moderno, no encontramos ninguna categoría semejante a locura ecológica”, escribió. Aunque no esté catalogada, ese tipo de enfermedad mental, parece común y muy contagiosa entre las altas esferas del poder (y con las leyes antinatura que evacúan nuestros queridos congresistas, sin importar del otorongo el pelaje), diríase que el Palacio Legislativo es el manicomio más bonito del país.
Esperemos que los “eco-sociópatas” con poder de decisión, le den una mirada a “El desarrollo sostenible: una visión de futuro”. Con suerte nuestros gobernantes recuperarán la cordura verde y, por fin, avanzaremos sin arrollar, es decir des-arrollaremos.


El Comercio, 16 de julio de 2011

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