viernes, marzo 19, 2010

La prevención como cultura

Miramos hacia ambos lados antes de cruzar la pista para verificar que no haya un vehículo que pueda embestirnos. Nos ponemos una chompa antes de salir en una tarde ventosa y así evitar un posible resfrío. Al subir una escalera nos apoyamos instintivamente en el pasamanos para sostenernos en caso de un tropezón. Son pequeños actos que realizamos a diario en el afán de evitarnos un percance. Como reza el dicho popular, “prevenir antes que lamentar”. Pero la prevención ante un terremoto, evento impredecible de la naturaleza, es algo en lo que no somos muy duchos que digamos. Nuestro país —igual que Chile— se ubica en el llamado cinturón de fuego del Pacífico, la zona de mayor actividad sísmica del planeta. Esta es razón suficiente para estar siempre preparados pues en cualquier momento la pachamama puede temblar furiosamente para liberar la tensión acumulada por la fricción de las placas tectónicas del lecho del Pacífico.




La diferencia entre sobrevivir o no depende de actuar de modo calmado y frío. Hay tres cosas que ocurrirán tras un terremoto: maretazos (cuando no un tsunami) por lo que debemos alejarnos del mar y de las playas; cortes de luz y la saturación y colapso del servicio telefónico, lo que se traduce en oscuridad (si el sismo es nocturno) y una desesperante incomunicación. Así, todo hogar debería tener a mano walkie talkies, una linterna (no se recomiendan velas ni fósforos por las posibles fugas de gas) y una radio portátil con varios juegos de baterías. Esto aparte de un pequeño maletín con lo esencial: mantas, agua, un mínimo de alimentos no perecibles y un botiquín de primeros auxilios que incluya medicinas para dolencias específicas (presión alta, diabetes, depresión, etc.). Los pasadizos y puertas de salida de casa deben estar libres de objetos que puedan caer y estorbar el paso. Si se está en el piso alto de un edificio no habrá tiempo de salir, lo ideal es abrir la puerta porque puede trancarse y ubicarse junto a una columna o cerca del ascensor. Toda familia debe tener un plan mínimo y desde ya asignar responsabilidades: ¿quién se encargará de los niños y de los adultos mayores? ¿Quién del maletín? ¿Hacia dónde irán? En caso de no estar juntos, ¿dónde se reunirán?

Se ha visto en un pequeño poblado de Chile algo que podría instituirse en los municipios: una suerte de tambo de emergencia con agua y alimentos para afrontar las primeras horas. Todo alcalde o alcaldesa debería, además, determinar cuáles serían los eventuales puntos de refugio para los vecinos. Pisamos tierra inestable y debemos estar prevenidos para lo peor. “Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza del cielo se abre como una boca de muerto”, escribió hace mucho el poeta chileno Pablo Neruda. Nada de malo tiene el miedo, mientras no nos paralice y evite que empecemos a “prevenir antes que lamentar”.

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