En tiempos de la Conquista y del Virreinato, la Iglesia Católica sentó las
bases de los derechos indígenas. Los conquistadores vieron "en el indio a un
objeto utilizable y enriquecedor que podía ser mutilado o exterminado; para el
fraile en cambio, fue un ser dotado de un alma cristianizable y capaz de
comprender los misterios de su religión", menciona un ensayo de la Universidad
Autónoma de México.
En pleno siglo XXI, la Iglesia Católica y las cristianas siguen cumpliendo
ese rol, educan, brindan salud, comparten nuevas costumbres, se compenetran con
la cosmovisión indígena y más.
La ausencia del Estado, sin embargo, permite a organizaciones nacionales e
internacionales lucrar a costa de los indígenas. Usan la mano izquierda para
levantar las banderas de esa causa y abren la derecha para recibir millones. Los
pueblos originarios son su nueva veta de oro.
Esos grupos circulan versiones que parecen del irlandés Roger Casement
(1864-1916), el cónsul británico que reveló al mundo el genocidio perpetrado por
los caucheros contra los indígenas del Putumayo. La diferencia es que esas
denuncias sí eran ciertas.
Los fondos llegan hasta de las iglesias protestantes del Consejo Mundial de
Iglesias (CMI), entidad que busca la inclusión y participación indígena. La
iglesia Católica nórdica, también, ha caído en la trampa y solventa a ONG que,
paradójicamente, impulsan también el aborto como "derecho".
Para captar esos y otros dineros, se autoproclaman voceros y representantes
de los pueblos y hasta los silencian. Como pasó en Washington D.C., donde los
nahuas fueron ignorados por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, DAR y
otros, pese a estar presentes en una reunión que trataba sobre su reserva
territorial.
Con la excusa de proteger a los "indígenas no contactados" o en "contacto
inicial", impulsan su agenda contra la inversión privada y la seguridad
energética nacional.
Su defensa se basa en el ataque frontal a la inversión "porque puede amenazar
a los no contactados", a quienes pretenden condenar a sobrevivir de la caza, la
pesca y la recolección de frutos; sin ejercer sus derechos sociales, económicos
y políticos y excluidos de los servicios del Estado.
"El nativo ha definido el comportamiento del inmigrante [en tiempos del
caucho] como el de un parásito, como el de un pájaro que se apodera del nido de
otro, para no esforzarse", se lee en el catálogo de la muestra fotográfica "50
años en el Bajo Urubamba, Misiones Dominicas". Bien caen hoy esos apelativos a
los aprovechados.
La Iglesia Católica llama a respetar y reflexionar sobre la riqueza cultural
indígena y erradicar toda intolerancia, discriminación, indiferencia o abandono.
Varios necesitan perpetuar ese abandono para lucrar.
¿Alguien pondrá orden?
El Comercio, 21 de diciembre de 2013
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