París, Londres, Viena o Nueva York son algunas de las ciudades que han
empezado una cruzada por las abejas. Y en este esfuerzo han mejorado su calidad
ambiental y el paisaje urbano.
Las flores y espejos de agua son fundamentales para la sobrevivencia de las
abejas, así la explosión citadina de color, fragancia y verdor no se ha hecho
esperar y los espacios cultivados con flora ornamental y plantas comestibles le
han ganado terreno al cemento, a los jardines de césped solitario, a las
estériles azoteas y tejados.
En los parisinos jardines de Luxemburgo se ha creado un circuito pedagógico
con un extenso huerto aromático, para que los ciegos puedan también disfrutarlo.
Las aves insectívoras y los colibríes han incrementado su número, la
diversidad de la vida natural crece y París está más bonita que nunca, si eso
cabe.
Los techos de la Ópera, del restaurante La Tour d'Argent -a la sombra de la
Catedral de Notre Dame- y del hotel Sbribe tienen colmenas productivas que dan
tres veces más miel que las del campo. ¿La razón? Por más de una década la
Ciudad Luz está libre de pesticidas, y en sus parques y jardines se cultivan
unas 250 variedades de flores, casi cinco veces más que en las zonas rurales,
donde además aún se usan ciertos pesticidas.
En Viena, sobre los edificios históricos cercanos a los parques y al bulevar,
proliferan los "hoteles de abejas". Una iniciativa de los apicultores urbanos
privados.
En Nueva York el asunto está también en auge y hay colmenas en Battery Park,
en las azoteas y terrazas cada vez más floridas de todos los barrios, en el
legendario hotel Waldorf Astoria (junto a un huerto aromático) y en el
Intercontinental, donde sus respectivos chefs crean platos y helados con la miel
de sus azoteas.
Es la respuesta al "síndrome de despoblamiento de las colmenas" que empezó en
el 2005 y llevó, globalmente, a la desaparición de poblaciones enteras de
abejas. Lo que amenaza la seguridad alimentaria y la reproducción de los
ecosistemas: 40% de las frutas, verduras y hortalizas que comemos y 75% de la
flora silvestre son polinizadas por alguna especie de abeja, servicios
valorizados en más de siete mil millones de dólares anuales. Los pesticidas, los
transgénicos y el ácaro asiático Varroa han sido señalados como responsables del
síndrome.
El filósofo Aristomaco (siglo III a.C) dedicó 58 años a la observación de la
costumbre de las abejas. Seguramente hoy nos diría que mejor poblásemos de las
laboriosas productoras de miel las oficinas donde pululan ineficientes
,corruptos y costosos funcionarios estatales.
Más colmenas y menos ministros. Abejas en vez de congresistas. Digo, al menos
tendríamos miel.
El Comercio, 28 de diciembre de 2013
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