sábado, febrero 13, 2010

¿Qué vendrá después?

Fuertes vientos se desataron sobre el lago Titicaca, en Puno. Por los aires volaron los techos de paja y las legendarias islas flotantes de los uros fueron arrastradas por más de tres kilómetros. Tuvo que intervenir la Marina para poner las cosas en su lugar y anclar este territorio de totoras en su lugar original. Por poco y los últimos representantes de esa cultura milenaria desaparecen, con todo y pueblo, como Macondo en “Cien años de soledad”, arrastrados por el ventarrón. El clima cada vez se parece más a la literatura, a una intervención artística que modifica en un instante el paisaje pero dejando estragos y grandes pérdidas tras de sí. El cambio climático se empieza a asomar con su estética de destrucción.
“Lluvia y más lluvia, ayer sin cesar, y ahora mismo vuelve a empezar [...]”, escribió en 1907 el poeta Rainer María Rilke, en “Cartas sobre Cézanne”. Y así está una extensa parte del norte del Perú, padeciendo lluvias más intensas que las de las peores temporadas de fenómeno de El Niño. En Trujillo, Chan Chan, la más grande ciudadela de barro de Latinoamérica y patrimonio mundial, debió ser cubierta —hasta donde se pudo— con plástico para evitar daños irreparables. La naturaleza parece estar dispuesta a darnos una lección, nos amedrenta para recordarnos nuestra fragilidad, la necesidad de desarrollar una cultura de prevención y empezar a tomarla en cuenta para ubicar el lugar que nos corresponde en el planeta. Somos nada cuando ella de sata su furia y somos aún menos que nada si ante esa furia no analizamos qué debemos hacer. Una y otra vez el ingeniero reconstruye el camino allí donde volverá a pasar el huaico, ni un poco más allá ni un poco más acá, y no tomará las medidas adecuadas para proteger su obra. Una y otra vez el agricultor querrá ganar terreno donde sabe que gusta el río desbordarse y perderá sus cosechas. Con compulsiva obsesión se reconstruirán casas, escuelas, postas y albergues en zonas de deslizamientos, en terrenos ines-tables. Y las autoridades se fotografiarán felices ante estos logros hasta que nuevamente la naturaleza mande su clarinada: “allí no tenía que ser” y todo vuelva a comenzar, o a terminar.
Con Washington D.C., la capital de Estados Unidos, paralizada y soportando nevadas y bajísimas temperaturas no registradas desde hace más de un siglo, con Río de Janeiro en un carnaval de infierno y sus termómetros por encima de los 45 grados, no queda duda de que estamos ya atisbando a lo que se referían los científicos cuando hablaban del “cambio climático global”. Con una humanidad que en los últimos tres siglos se ha ido desvinculando cada vez más de la naturaleza y de sus procesos, los avatares del clima son una especie de brutal “llamado” para entender y reestablecer lazos con aquello de lo que formamos parte. Francis Thompson (1859-1907), poeta inglés, expresó esta interrelación así: “Todas las cosas por un poder inmortal/ cercano o lejano/ Ocultamente/ Una a la otra tan unidas están/ Que es imposible tocar una flor/sin que se estremezca una estrella”.
El Comercio, 13 de febrero de 2010

Ya nada será igual

El clima sigue azotando extensas porciones de nuestro territorio. Mientras tanto Lima se prepara para recibir al divo español Julio Iglesias, quien alcanzara la fama con su canción “La vida sigue igual”. Con prácticamente medio Perú en estado de emergencia por los recientes eventos que han ocasionado invalorables pérdidas humanas, colapso de infraestructura, millares de familias sin techo y cuantiosas pérdidas materiales y agrícolas, una cosa queda clara: ya nada será igual y la cultura de prevención tendrá que asumirse como prioridad nacional, regional, local e individual. Lluvias torrenciales en Cusco, Puno y otras zonas del sur andino. Granizadas en Huancayo tan feroces como para derrumbar casas de adobe. “Nunca antes había pasado esto”, repiten los afectados (afectados justamente por la falta de prevención y dejadez de sus autoridades).
Desde fines del siglo XX, los expertos anunciaron la alteración del clima. Lo que está ocurriendo, a lo largo y ancho del planeta, responde a modelos analizados del tan mentado “calentamiento global”, cuyo errático comportamiento lleva a episodios como los de una Europa soportando nevadas inusitadas. El cambio climático no perdona y lo afecta todo.
Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Clima, COP-15, realizada en Copenhague, Dinamarca, el pasado diciembre, un grupo de chefs y enólogos franceses reclamaron acuerdos para evitar la debacle del sabor. La evidencia señala que la industria vinícola y la gastronomía podrían sucumbir por los avatares del clima. Ciertos vinos franceses y griegos, así como la cerveza tipo pilsener ya están viéndose afectados. Veintisiete regiones del vino padecen el mal sabor de algunas de sus cosechas. En cuanto a la cerveza, el climatólogo Martin Mozny del Instituto de Hidrometeorología de la República Checa, ha informado sobre el deterioro del delicado lúpulo Saaz. Mozny y su equipo detectaron que desde 1954 al 2006, la concentración de ácidos alfa —responsables de la sutil amargura de la pilsener— se redujo 0,06% anualmente. Y esto no es todo. El doctor John Agar, experto en ecología tropical de islas, indica que el famoso, delicioso y carísimo café jamaiquino —con denominación de origen Blue Mountain— ya está perdiendo su característico sabor (suave y sin amargor). Lo mismo ciertos tés y algunos aseguran que el arroz. Un informe de la revista “New Scientist” indica: “las chuletas de cerdo serán más aguadas y pálidas, mientras que los churrascos más oscuros y apestosos”. Los gastrónomos anuncian que el sabor que trae el cambio climático será agrio. Así, al impacto social, económico, pesquero y agropecuario hay que sumar el mal sabor. Mientras las poblaciones pobres serán afectadas inicialmente, los grupos más favorecidos tendrán tiempo para lamentarse por el mal sabor de su café y la pestilencia de su lomo. Luego se darán (nos daremos) de cara con la democracia de las fuerzas de la naturaleza. Esa sí que no hace distingos ni concesiones y trata a todas y todos por igual.
El Comercio, 06 de febrero de 2010