lunes, febrero 01, 2010

No culpemos a la lluvia

¿Fue la lluvia o la falta de prevención? Invalorables vidas humanas perdidas, casas desplomadas, vías bloqueadas, puentes y vías colapsados, poblados aislados, miles de hectáreas de cultivo ahogadas bajo el agua, pérdidas materiales que van por los mil millones de soles.
Las lluvias desataron su furia sobre el sur andino —en el caso del Cusco—, hicieron crecer hasta diez veces el caudal normal de los ríos. En dos o tres días llovió lo que en un mes. Puno, Huancavelica, Apurímac y Ayacucho están también afectados por un fenómeno natural perfectamente previsible. En pleno siglo XXI y con la tecnología disponible esto no llega de sorpresa. Días antes de que el cielo rebalsara —por decirlo de alguna manera—, el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología, Senamhi, declaró alerta naranja para la región hoy afectada. ¿Qué hicieron las autoridades? A la usanza nacional, nada. Y, hasta ahora, fuera de enviar la necesarísima ayuda de último minuto no se conoce ningún plan de intervención para dar soluciones y prevenir mayores daños.
En un escenario de cambio climático global, es impostergable crear una cultura de prevención e invertir en planes de contingencia. Si de algo tienen que preocuparse nuestras autoridades es de brindar los fondos necesarios y tecnología de punta a las instituciones encargadas de la investigación climática, así como contar con comunicación eficiente al más alto nivel. Es impostergable cruzar la información sobre los patrones del clima para reordenar el territorio y tomar las medidas preventivas necesarias: muros de contención, zanjas y canales donde los ríos y lagunas puedan descargar, maquinaria pesada disponible en zonas riesgosas, puentes móviles, un ejército preparado para actuar rápidamente ante estos episodios y, de ser el caso, el traslado de poblados a lugares más seguros. Hay que comprender que los desastres no son naturales y que resultan de la desidia y el desconocimiento humanos.
Lo ocurrido en Aguas Calientes, poblado a las faldas de esa joya turística peruana llamada Machu Picchu (Patrimonio de la Humanidad y una de las nuevas siete maravillas del mundo) estaba cantado. Aguas Calientes creció desordenadamente; sucesivas autoridades no solo permitieron sino que fomentaron el establecimiento de albergues y restaurantes en zonas inestables (terrenos muy cercanos al río, por ejemplo).
Frente a la tragedia del Cusco, los expertos en turismo hablan de la pérdida de un millón de dólares diarios para el sector. Si bien en momentos como los actuales corresponde al Estado operativizar la ayuda, ¿no deberían quienes hacen negocios de tal envergadura tener planes de contingencia ante tragedias como esta y otras? Una empresa ferroviaria que por largos años ha monopolizado la ruta Cusco-Aguas Calientes, tendría que contar con los medios para evacuar a sus pasajeros varados. Tanto como el Estado, las empresas deben prevenir y contar con planes para enfrentar los fenómenos climáticos. No culpemos solamente a la lluvia.
El Comercio, 30 de enero de 2010

La ceremonia de los adioses

“Miro una foto de una tristeza, dolor, crueldad y violencia inmensas: un hombre toma del pie el cadáver de un niño y lo arroja al aire. El cuerpo va a dar a la montaña de cadáveres —decenas de millares [...]”, ha escrito el novelista mexicano Carlos Fuentes en el diario “El País”, de España. Max Beauvoir, la máxima autoridad del vudú haitiano, considera que los muertos están siendo desechados como basura. Beauvoir fue educado en el City College, de Nueva York y en la Sorbona, de París y hoy llama la atención sobre cómo varios miles de cuerpos han sido depositados en fosas comunes o lanzados al fuego, “sin respeto ni dignidad”. Nicholas Young, presidente ejecutivo de la Cruz Roja Británica, explicó a la BBC: “Así es imposible que los parientes puedan tener un duelo, saber cuántas personas murieron y que los familiares puedan identificar a sus muertos. Todo esto es una verdadera lástima”.
Todo deudo quiere para su familiar o amigo “cristiana sepultura” y los haitianos no son la excepción, aunque su ritual de despedida sea distinto. Miles no pueden enterrar a los suyos según sus costumbres y espiritualidad, o lo que es lo mismo: según lo que les dicta el vudú. Más del 80% de las y los haitianos se declara católico pero practica también los ritos originados con la llegada de los primeros esclavos africanos, allá por el siglo XVI.
En los pueblos más alejados de nuestros Andes no es raro ver que tras la misa dominical algún grupo de parroquianos se reúna para realizar una ceremonia de pago a la tierra, a la pachamama. Creencias ancestrales que sobreviven y conviven con la fe católica, con el cristianismo. La religiosidad andina es vista, las más de las veces, como algo folclórico, una curiosidad antropológica, una antigua tradición pero a nadie se le escarapela el cuerpo con eso.
¿Pero, qué nos pasa con el vudú? La simple palabra trae a la mente imágenes de zombis, figuras clavadas con alfileres para causar daño, ritos macabros, sacrificios y magia negra (y por negra se supone que mala y perversa). Racismo, prejuicio y desinformación que han sido alimentados a lo largo de las décadas por los medios de comunicación, libros de bolsillo y un sinfín de terroríficas películas de Hollywood. Ninguna religión ha sufrido tal campaña de desprestigio y demolición como esta surgida de la mixtura de rituales de África Occidental (de Ghana a Benín) con el catolicismo y prácticas amerindias.
Al arribar los esclavos a tierras caribeñas fueron forzados a adoptar la religión de sus “amos” pero conservaron sus creencias y adoptaron algunas de los nativos del lugar, en un proceso de siglos conocido como sincretismo. Esas mismas fuentes africanas, cristianas e indígenas abrevaron la santería y el arará cubanos, el vudú de Nueva Orleans, Estados Unidos, el candomble brasileño y argentino. Creencias que, como las nuestras, consideran que el ser humano conserva su dignidad aún ante la tragedia inevitable de la muerte.
El Comercio, 23 de enero de 2010

Discapacidad no es incapacidad

“La ciencia puede haber encontrado una cura para la mayoría de los males; pero no ha encontrado remedio para el peor de todos ellos: la apatía de los seres humanos”, escribió en “Mi Religión” (1927) —uno de sus 10 libros— la autora, pensadora y activista política estadounidense Hellen Keller (1880-1968), quien, para más señas, quedó ciega y sorda a los 2 años de edad. En realidad no hay mayor mal espiritual y tragedia para un país que la apatía. No es otra cosa que dejadez, indolencia, falta de interés y voluntad. Simple egoísmo con otro nombre. Quizá la apatía sea la razón por la que, en pleno siglo XXI, las personas con discapacidad sigan siendo marginadas y no gocen, en la práctica, de los derechos y oportunidades para desarrollar todo su potencial creativo, emocional y espiritual.
Una de cada diez personas padece algún tipo de discapacidad, sea física, sensorial o mental, es decir 10% de la población (aproximadamente 650 millones de personas alrededor del mundo). En nuestro país cerca de tres millones de hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños presentan algún tipo de discapacidad, especialmente en los sectores pobres.
El Perú ha firmado y ratificado la Convención de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas con discapacidad pero, como dicen los comentaristas deportivos, “aquí no pasa nada”. El tema recibe una mirada compasiva y “caritativa”, por decir algo y así entre comillas, pues el Presupuesto Nacional ni siquiera refleja eso.
El ex congresista Javier Diez Canseco está dispuesto a que el asunto cambie y que la referida Convención de la ONU deje de ser un simple saludo a la bandera. Para ello viene proponiendo la elaboración de una ley —como iniciativa ciudadana ante el Congreso—, respaldada con la firma de 50.000 ciudadanos. Veamos si siquiera eso saca de su apatía a nuestros queridísimos “otorongos”.
En el país del “tú no puedes” (o sea este rinconcito del cosmos llamado Perú) resaltan quienes pese a todo han sacado a la luz sus talentos. Un ejemplo inspirador es el artista plástico Félix Espinoza Vargas —grabador, acuarelista, tallador y pintor—, quien nació sin brazos y sin la pierna derecha: usa indistintamente la boca o el pie izquierdo para plasmar su arte. En entrevista con el periodista Enrique Sánchez Hernani, publicada en nuestro suplemento “El Dominical”, narró que en su infancia preguntó muy entusiasmado a un médico “¿qué debo hacer para nadar?”. ¿Y qué le contestó el apático y antipático ese? Pues nada más y nada menos: “Es imposible [...] si lo intentas, que no me vengan a avisar que te has ahogado”. Hoy el artista practica la natación en el mar de Punta Hermosa y nada de ida y vuelta, de la orilla hasta una isla cercana entre las olas y contra la corriente. “Todos somos vulnerables a la discapacidad, ya sea temporal o permanente, sobre todo a medida que nos hacemos mayores”, nos recuerda Ban Ki-moon, secretario general de la ONU. Mientras que Diez Canseco promueve el lema “Discapacidad no es incapacidad”. Y aquí bien podríamos decir “la apatía es la peor de las incapacidades”.
El Comercio, 16 de enero de 2010