Ocho periodistas llegaron en 1983 a las alturas de Huanta, Ayacucho, en busca de la verdad, pero no volvieron para contarla. Fueron brutalmente asesinados en Uchuraccay en un episodio que tres décadas después sigue despertando dudas.
Ocurrió en los años más brutales de la violencia terrorista de Sendero Luminoso, cuando el gobierno no sabía cómo erradicar a la horda carnicera seguidora del marxismo-leninismo-maoísmo-"pensamiento" Gonzalo, engendrado por Abimael Guzmán. No había estrategia para desarticular al mayor grupo genocida de nuestra historia. Solo imperaba la lógica de Luis Cisneros Vizquera -el 'Gaucho'-, un general convencido de que era correcto "exterminar a 60 pobladores para matar a 3 senderistas".
Los ocho mártires de Uchuraccay arribaron a las alturas ayacuchanas para ver cómo sobrevivía la población entre los fuegos terroristas y el de un ejército influido por Cisneros Vizquerra que llegó a decir: "Yo no soy el cardenal primado, soy el ministro de Guerra. Tampoco soy jefe de los boy scouts [...] Nosotros sí que sabemos matar, somos profesionales de la guerra [...] No creo en guerras limpias, no existen. ¿Qué esperamos de la guerra? ¿Una guerra de pañuelos?". Con esa miopía moral e insensibilidad actuaba el ejército en la zona, comandado por el general Clemente Noel y no había logro en la lucha antiterrorista.
La verdad, eso era lo que buscaban Eduardo de la Piniella, Pedro Sánchez y Félix Gavilán de "El Diario de Marka"; Jorge Luis Mendívil y Willy Retto, de "El Observador"; Jorge Sedano, de "La República"; Amador García de la revista "Oiga" y Octavio Infante del diario "Noticias" de Ayacucho. Para eso llegaron hasta esa comunidad quechua, con el viento helado de la puna calándoles los huesos. Fueron abatidos como los héroes, cumpliendo su deber. Junto a ellos fue asesinado también el guía Juan Argumedo y el comunero Severino Huáscar Morales. Tras estos asesinatos cosas extrañas ocurrieron: las denuncias de los deudos caían en saco roto y los jueces eran amenazados. Y lo más saltante: ciento treinta y cinco comuneros fueron asesinados, según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, CVR, por "los ataques del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, la represión de las fuerzas contrasubversivas y de las rondas campesinas". Algo que muchos no terminamos por creernos. Si algo fue enterrado allá arriba, fue justamente la verdad. Esa verdad que algunos esperaron ver en el Informe Vargas Llosa, que fue ordenado por el presidente Belaunde y sus conclusiones duramente cuestionadas por la izquierda que hoy lo sigue.
A mediados de 1984 Uchuraccay desapareció como un Macondo altoandino. Sus pobladores no fueron arrastrados por el viento sino por el miedo: huyeron y se refugiaron en otras comunidades. Antes que después verá la verdad la luz.
Martha Meier M. Q.
Editora de Fin de Semana y Suplementos
El Comercio, 26 de enero de 2013
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