Ciberbulicidio es un término recientemente acuñado. Ha debido inventarse para nombrar el trágico fenómeno en el que contribuyen -directa e indirectamente- las redes sociales: el suicidio de millares de chicas y chicos víctimas de 'bullying' (acoso u hostigamiento) cibernético.
Hasta hace poco el 'bullying' se restringía a las escuelas, donde grupos de alumnos maltrataban a uno de sus compañeros hasta que lograban aislarlo, deprimirlo, empujarlo a las drogas y en algunos casos a quitarse la vida a corta edad. Sabido es que los chicos y chicas pueden ser terriblemente perversos y les resulta fácil construir sus liderazgos avasallando a los más débiles, a los menos carismáticos o a quienes tienen escasas habilidades sociales y emocionales. En los colegios son comunes los dedos juveniles inquisidores, señalando a la próxima víctima, la burla, el escarnio y las agresiones verbales y físicas. Ayer mismo en Cusco, por ejemplo, un menor de 13 años fue casi asfixiado por sus compañeros: le colocaron una bolsa plástica en la cabeza hasta que perdió el conocimiento. El chico debió ser evacuado al Hospital Regional, donde los médicos constataron que sufrió un cuadro agudo de estrés tras el episodio. El consenso es que en las aulas estos asuntos se están tornando inmanejables, pero la cosa ha pasado a mayores. Ni en sus propias casas los agredidos encuentran refugio y paz.
El odio de los muchachos por sus pares ha llegado a las redes sociales y no se vislumbra cómo podría detenerse algo que cuenta con tantas ventanas para perpetrarse: computadoras, tablets, smartphones, diversas páginas web, entre otras, que atenazan en cualquier lugar y momento. Del 'cyberbullying' (acoso cibernético) no hay cómo ni dónde esconderse. Una andanada de insultos, infamias y secretos pueden ser regados, en segundos, a través de espacios como Facebook o Twitter. Lo que debe ser lugar de intercambio de ideas, de reforzamiento de la amistad, de los lazos familiares y difusión de temas de interés común queda convertido en una potencial arma letal. Es como si todo lo bueno que crea la humanidad fuera tocado por la mano del diablo y se usa para dañar. Nada extraño en un mundo donde la soledad campea, los valores escasean, las familias son cada vez más disfuncionales y violentas, y la espiritualidad y la fe son objeto de burla. ¿A qué pueden hoy aferrarse los jóvenes para no sucumbir a sus propias debilidades morales, sean estas el afán de causar daño o la incapacidad de enfrentarse a la presión social? Desde que, en 2006, la jovencita Megan Meier se suicidó por acoso cibernético en Estados Unidos, se han dado leyes criminalizando estos actos. Hoy 49 estados cuentan con leyes 'antibullying', mientras que en el Perú el problema sigue creciendo y profesores y legisladores miran hacia otro lado.
El Comercio, 01 de diciembre de 2012
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