A la distancia parecía una inmensa nube verde, un sinfín de hojas suspendidas en el aire o quizá una redondeada colina. Era el samán ('Samanea saman'), un añoso árbol, hermoso y discreto. Fue el más noble e imponente testigo de la convulsionada historia de la Venezuela de todas las épocas. Con justicia fue considerado monumento nacional. Junto a él están los cañones y rifles que usaron quienes derramaron su vida por liberar a su patria del yugo español. Sus ramas históricas y cargadas de verdor refrescaron al libertador Simón Bolívar y sus tropas previamente a la batalla de Carabobo. Dicen que el árbol fue bendecido por el Libertador y terminó pudriéndose por Chávez. Y es que allí, el insepulto Hugo Chávez (dios "eterno" para el ilegítimo Nicolás Maduro) conspiró junto a su pandilla de militares contra su propio país, contra la tierra que lo vio nacer y crecer. Bajo el samán juró, más bien blasfemó el 17 de diciembre de 1982 para refundar el país, creando el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200). Y hasta el nombre le cambiaron a esa nación, que hoy tiene por Constitución un libro azul de proporciones pitufianas: o sea enano. La única finalidad de esa pequeñez es el enquistamiento en el poder de cualquier seguidor de ese agujero ideológico bautizado "chavismo" que viene a ser algo así como marxismo-leninismo-castrismo-latino-corrupto-caribeño-bolivariano, o sea nada, una nada que se sostiene solo en base a los petrodólares y a la collerita de la Unasur, donde figura como simpático capitán nuestro Ollanta Humala, el hombre que no debió ser presidente, según dijo su propio padre.
Pero volvamos al samán. Este gigante hoy moribundo fue descrito por el sabio alemán Alexander von Humboldt. Cuando el "descubridor científico de América" lo vio por vez primera, su copa tenía 180 metros de circunferencia. Y de eso hace ya más de 200 años. "Al salir del pueblo de Turmero -escribió- se descubre un objeto que se presenta en el horizonte como un terromontero redondeado, como un túmulo cubierto de vegetación. No es una colina ni un grupo de árboles muy juntos, sino un solo árbol, el famoso Samán de Güere, conocido en toda la provincia por la enorme extensión de sus ramas. Los habitantes de estos valles, y sobre todo los indios, tienen veneración por el Samán de Güere, al que parecen haber hallado los primeros conquistadores poco más o menos en el mismo estado en que hoy lo vemos".
Dicen que bajo su copa inmensa hasta mil hombres parados podían tener sombra. Hoy el samán agoniza, no es ni la sombra de lo que fue, como la Venezuela de Chávez, hoy heredada por un señor con un dignísimo apellido de republiqueta bananera: Maduro. Lloro por ti, Venezuela.
Martha Meier M.Q.
Editora De Fin De Semana Y Suplementos
El Comercio, 20 de abril de 2013
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