El partido más poderoso del Perú -en realidad de tres cuartas partes del
planeta- se llama "partido de fútbol".
La corrupción que lo sustenta a través de la FIFA es legendaria, pero en
estos días a pocos les interesa. La atención se centra en patadas, pelotas y
cervezas.
El Mundial 2014 ha venido a alterar la vida nacional. El legislador Alberto
Beingolea (PPC), por ejemplo, pidió modificar el horario del Congreso en la
fecha inaugural y dijo que el presidente del Legislativo debía "manejar los
horarios con sabiduría [...] para que la población pueda ver su partido de
fútbol". Y eso que ¡hace más de tres décadas que un equipo peruano no clasifica!
Ya lo decía el escritor argentino Jorge Luis Borges: "El fútbol es popular
porque la estupidez es popular".
Una línea muy fina separa al fútbol de la política y lo convierte en útil
arma de distracción. Lo acabamos de ver en Lima y hace pocos días en México.
Allá el Senado pretendió debatir nuevas leyes energéticas en sesiones que
coincidían con los partidos de su selección en Brasil. Debieron dar marcha
atrás, era obvia la maniobra para que esa discusión pasara desapercibida.
En Brasil, el Mundial ha politizado el debate sobre cuestiones básicas:
prioridades para la inversión pública, reflexiones sobre la democracia,
desarrollo urbano, corrupción (se han detectado escandalosas sobrevaloraciones
en la construcción de los estadios y entrega de dinero a cadenas hoteleras
elegidas a dedo), entre otros.
Intelectuales y activistas de izquierda ya vislumbran un revés para el
partido de gobierno en las elecciones de octubre del 2014.
Las protestas contra la Copa no cesan y el gobierno de Rousseff las reprime
con violencia. Se culpa a la derecha, pero lo cierto es que la población está
indignada. La organización del Mundial ha pisoteado los derechos de 250 mil
brasileños: desplazamiento, militarización de las favelas, criminalización de
las protestas, tráfico de niños, niñas y adolescentes para explotación sexual,
entre otras.
Jorge Luis Borges decía que el fútbol despierta las peores pasiones, "sobre
todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al
deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así". Y es que
todos los poderes de turno lo han usado a su favor.
La propaganda de la dictadura militar velasquista (1968-1975) y luego la de
Morales Bermúdez (1975-1980), aprovechó los triunfos de la selección en los
mundiales para asociarlos a su fibra nacionalista: estatizaciones,
expropiaciones y demás hurtos.
Hace más de treinta años el Perú no va a un Mundial. Más de una generación no
ha visto a nuestra selección patear el balón en pos de la Copa de Mundo, pero
eso no evita que el fútbol los hipnotice, como a sus mayores, y sea excusa para
'chelear'.
Disculpen que los distraiga, pero mientras rueda la pelota la corrupción
campea en nuestro país, los mineros ilegales aseguran que bancaron la campaña de
Humala, la ola de frío en Puno ha matado a más de diez niños en las últimas dos
semanas, cosas que el partido más poderoso no quiere que veamos.
El Comercio, 14 de junio de 2014
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