Él se definía como un narrador de lo fantástico, pero fue en realidad un visionario de los tiempos modernos. Fascinado con Marte, el planeta rojo que lleva el nombre del dios romano de la guerra, Bradbury usó su pluma con mística verde.
"No trato de describir el futuro. Trato de prevenirlo", decía muy suelto de huesos el icónico Ray Bradbury. Los lectores y la crítica lo consideraban uno de los máximos exponentes de la literatura de ciencia ficción; él se sentía más bien cercano a la fantasía y un narrador de cuentos con propósitos morales. Y es que lo suyo fue escribir para despertarnos, crear mundos, paisajes exteriores e interiores, escudriñar con amor el alma de sus personajes, prevenir sobre el lado oscuro de la tecnología, los riesgos de la deshumanización y de una sociedad cada vez más infeliz e intolerante. Sostenía que "a la larga, aquellos que se queden sentados frente a Internet se convertirán en unos idiotas y los que vayamos a las bibliotecas nos haremos cargo de la civilización. Por ahora, buena parte de la felicidad depende de saber cómo y cuándo apagar el televisor".
METÁFORA DE LA RAPACIDAD
Sus "Crónicas marcianas", publicadas en 1950, compilan una serie de cuentos sobre la colonización del planeta rojo por parte de los terrícolas. Los seres humanos llevan a la extinción de esos nativos de otros extremos del cosmos. La guerra, la alienación, el impulso tanático, autodestructivo y destructor del ser humano, la intolerancia y el racismo ante lo "diferente", y la insignificancia del hombre comparada a la magnificencia de la naturaleza y la infinitud del universo, son el eje sobre el que gira esta obra de claras evocaciones ecologistas. En uno de los relatos cuestiona a la sociedad norteamericana y afirma que esta arruinará el planeta rojo de la misma manera que destruyó la Tierra.
DRISCOLL, EL ECOLOGISTA
Es, sin duda, en el cuento "La mañana verde" -publicados por primera vez en "Crónicas..."- donde su preocupación por crear ambientes sanos y puros se ve con más fuerza. El personaje Benjamin Driscoll se niega a volver a la Tierra por los problemas de salud que sufre y que se vinculan a la atmósfera de Marte. Se impone entonces la tarea de generar oxígeno puro, sembrando millones de semillas de árboles. "Todos necesitamos aire. Hay aire enrarecido aquí en Marte. Se cansa uno tan pronto... Es como vivir en la cima de los Andes. Uno aspira y no consigue nada. No satisface", dice Benjamin Driscoll en ese cuento. "Se miró las manos, el dorso, las palmas. Sembraría hierba y árboles. Ésa sería su tarea, luchar contra la cosa que le impedía quedarse en Marte. Libraría una privada guerra hortícola contra Marte [...] Árboles terrestres, grandes mimosas, sauces llorones, magnolias, majestuosos eucaliptos. ¿Qué ocurriría entonces?", escribe Bradbury.
Ocurrió que a la mañana siguiente de la siembra, todo amaneció verde gracias a las especiales y desconocidas propiedades del suelo marciano y a un elixir que cayó bajo la forma de lluvia. Mágicamente, durante la noche, las semillas de Benjamin Driscoll se hicieron un frondoso bosque. El escritor nos entrega un Marte poblado de árboles. No en vano sostenía que "en la vida, todo es amor. Si uno ama está vivo, si crea amor, las cosas buenas forzosamente llegan". Y con mucho amor debe haber sembrado Driscoll sus semillas.
PORTARSE A LA ALTURA
En una entrevista explicó que al escribir "Crónicas marcianas" lo hizo pensando en el drama que supuso la llegada de Hernán Cortés a México, el infame choque de culturas. "Era una metáfora de la destrucción ocurrida 400 a 500 años atrás", sostuvo. Explicó que sus cuentos eran un intento por llamar la atención de las personas, por crear conciencia, pues sin importar dónde se arribe es necesario "comportarnos mejor que Cortés o los primeros inmigrantes europeos con las tribus nativas de América. Pero era un cuento de hadas y fui yo el que pobló a Marte para contar mi historia. No hay marcianos allá, nosotros somos y seremos los marcianos, por eso debemos comportarnos bien con nosotros mismos [...] Mis cuentos son pura fantasía, pero si alguien puede aprovecharlos como una lección acerca del comportamiento del ser humano, sería algo provechoso desprendernos de todos los conflictos, guerras y conductas perjudiciales y no como ocurrió cuando se llegó de Europa a América".
EL MARCIANO RAY
Bradbury nos dejó el pasado 5 de junio, coincidentemente en el Día del Medio Ambiente. Un ambiente que él fantaseaba más sano, humano, tolerante, solidario y verde. En una época donde la tecnología de las comunicaciones separa y aísla, donde la intolerancia y la rapacidad campean, su mensaje es un soplo de aire. El hombre que le puso árboles a Marte en una noche y que en su novela "Fahrenheit 451" nos advirtió de un futuro intolerante donde estaban prohibidos los libros y la lectura, ha partido, pero su fantástica literatura queda como una hoja de ruta hacia la felicidad, el amor y equilibrio. Como dijo Barack Obama, el presidente de los Estados Unidos al enterarse de la muerte de este grande: "No hay duda de que Ray continuará inspirando a muchas generaciones con sus escritos".
El Dominical, 10 de junio de 2012
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